Estación final Zona Rental. El tren se detuvo en el embarcadero con dirección a Zoológico y los usuarios comenzamos a plenar los espacios internos de los vagones. El tradicional “Barco de papel” sonaba en el ambiente musical mientras se cumplía el lapso reglamentario -20 minutos- para la arrancada. Algunos socializaban cuando comenzaron a llegar los “metro bodegas”, ofreciendo Samba, Cocosette y caramelos.
De manera intempestiva entra una señorita de edad muy corta, tal vez de década y media de existencia y proliferó unas cuantas groserías a uno de los mercaderes. “Mira, mamagüevo, tú sabes que aquí no te puedes montar”, dijo a quemarropa. La casi niña continuó su discurso coloquial, a tiempo que el joven, con bolsa de chupetas y caja de chocolates en mano, respondió en el mismo tono altivo, a punto de reyerta.
En apenas segundos, el vagón se abarrotó de vendedores de chucherías como si la cosa se tratara de una convención anual, todo un deleite para cualquier niño o amante de golosinas, pues por el aire blandeaban desde los exquisitos chocolates “Carré” hasta los insignificantes caramelos de coco, en una danza en la que participaban unas tocinetas sintéticas y tostones caseros.
En medio de la algarabía, no logré determinar el fondo de la discusión, más allá de la frase inicial de la muchacha cuando irrumpió como un huracán en el espacio. Adicional al griterío de los colegas, se sumaron otras voces bromistas, que de cuando en cuando atizaban la candela con casquillos como: “dale su coñazo”, “ajá mija, no te dejes, no te dejes” y, la más particular “¿a que no se ven a la salida?”.
Debimos esperar un buen rato a que lo ánimos bajaran de nivel y el decibel de los insultos fuese menor para entender lo sucedido. Resulta que el trabajador informal estaba invadiendo un territorio marcado, así como en las esquinas de un barrio donde se expende droga, el metro tiene sus dueños, sus operantes y eso es intocable. Para colmo, la mercancía que ofrecía el muchacho estaba por debajo de los “precios acordados” por quienes laboran la zona. Eso enardeció a la puberta, quien se mostró apoyada por “compañeros de lucha” en la jauría.
Al rato, muy al rato, hizo acto de presencia un Policía Nacional Bolivariano (PNB), quien con cara dura, más que de autoridad, se entretejió entre los vendedores para decirle al invasor, “caballero por favor acompáñeme, esta actividad que usted realiza es ilegal en el sistema”; entre tanto, el resto asentía, silenciosos, con la cabeza.
Luis Vera Márquez
Octubre 2018