En la actualidad estamos viviendo un asombroso fenómeno, una pequeña organización llamada Wikileaks, cuya actividad es fundamentalmente cibernética, ha tenido acceso a 250.000 cables de la diplomacia estadounidense y los está haciendo públicos en su página web en lo que se puede considerar la filtración más grande de la historia. Un ejemplar acto de periodismo de investigación que está mostrando el mundo tal y como es, y en algunos casos confirmando nuestras más graves sospechas: las presiones de Estados Unidos para que los gobiernos del mundo legislen a su favor, contra la investigación de sus crímenes de guerra como pueden ser el asesinato de José Couso y las torturas a el-Masri, entre otros cientos de crímenes cometidos alrededor de los últimos 5 años. Este hecho ha mostrado el verdadero rostro de nuestros gobernantes -o quienes son realmente quienes nos gobiernan-.
La respuesta por parte del perjudicado no se ha hecho esperar: algunos americanos arden en deseos de deportar al recién detenido Julian Assange -fundador de Wikileaks- a los Estados Unidos de América. Todo esto con el consiguiente riesgo de que se pierda para siempre en las prisiones federales. El gobierno de los EEUU intentará acusarlo de espionaje a pesar de saber que nunca se ha condenado al receptor de una filtración sino al filtrador, que en este caso, se desconoce. A los mandatarios de esta poderosa nación les molesta que se vea su sucia imagen y, con la misma desesperación que el personaje de Oscar Wilde, quieren acabar con esta visión como sea. Alguien debería convencerlos de que dándole un puñetazo a un espejo lo único que uno consigue es cortarse.