Llevo todo el fin de semana mirando desde el balcón de mi casa antes de salir a la calle y les prometo que no es paranoia sino precaución por mantener mi reputación intacta. Hay señores que el viernes por la tarde en mi casa se lio parda y tuvimos como testigo a un vecino que todavía debe de estar pensando que debemos de desayunar algo muy ilegal o que nos hemos escapado de un loquero.
Por una razón relacionada con el cole del monillo y de la cual intentaré hablaros extensamente en otro post, la menda tiene la obligación de tener preparada una coreografía de Rafaella Carrá para final de mes. El caso es que la semana fue demoledora, pero el viernes a la tarde en la soledad de la casa y con mi pijama fucsia bien colocado comencé mis labores de coreógrafa. Después de sudar cual cerda en una sauna, aparecieron mis chicos. El peque se puso a caravanear delante mío mientras miraba atónito mis vuelcos de melena. El gorila me grito desde el cuarto para que le ayudara, al llegar me lo encontré cual surfer con el neopreno puesto y pidiéndome que le cerrara aquello, que necesitaba probarlo para el triathlon. Subir aquella cremallera fue más complicado que encajarme a mí en mi vestido de flamenca. Objetivo cumplido y dispuesto a darlo de sí, os prometo que le quedaba más estrecho que una braga-faja, se ofreció a bailar la coreografía para que yo viera el efecto ballet.
Ahora es cuando os ubico la escena: salón medio amplio de familia normalita, con un ventanal-balcón de aúpa, donde puedes pedirle fuego y sal al vecino del edificio pijo-caro de enfrente, donde a esa hora salió uno de ellos a fumarse su cigarrillo, lo que no contó es con fumarse un paquete entero. Lo que el tío pijo visionó fue: una tía bien entradita en carnes enfundada en un pijama veraniego fucsia, dando bandazos de melena para un lado y otro mientras un chicarrón del norte, enfundado en un traje de neopreno hacia movimientos ochenteros tipo guateque y un niño con la boca abierta deambulaba alrededor coreando “palacer al sur, palacer al sur”. Personalmente no paré a pensar en ello, estaba entregada a visionar la coreografía y no me percaté que a aquel hombre se le caía la ceniza mientras observaba alucinado, que mi hijo los primeros bailes nos miraba sentado con la boca abierta y una media sonrisa sin entender muy bien si aquello era normal o no y que optó por unirse, visto el panorama.
Pero la cosa no quedo ahí y de eso tampoco me percaté hasta que me fui a preparar la cena y visioné los instantes previos. Mi vecino no se retiró del balcón y su perro se unió a él. Porque señores, después del ensayo del bailecito, mi querido gorila se tiró un rato cual perro pulgoso peleándose con su traje de neopreno y la escena de “me lo quito en un periquete y no pierdo minutos para el triathlon” en pleno salón fue de Óscar, si a eso le sumamos que el monillo decidió que ya era hora de bañarse y mientras se desnudaba por el pasillo decidió que mis tacones eran ideales y que mejor que pasearse con ellos con la pilila al aire ante el cabreo inminente de su padre y la sonrisa escéptica de mi vecino. Si se preguntan dónde estaba yo, pues se lo cuento sin problemas, en nuestra habitación que también da al ventanal, poniéndome un tanga en la cabeza junto con una corona de flores y sacándome una foto con el móvil. Lo sé, visto así todo parece de psiquiátrico, pero a mí personalmente me sirvió para terminar riendo a carcajada limpia yo sola durante un buen rato,mientras pensaba en mi vecino y en mi mierda semana que había terminado de una manera pletórica gracias a un neopreno, una tanga, un niño con tacones y una canción setentera pegadiza….porque reír y sonreír es necesario y vital, aunque ello suponga que desde el viernes quieras no cruzarte con tu vecino voyeur.
Este post se lo quiero dedicar a una compañera bloguera, que necesita sonreír ahora más que nunca, que mañana tendrá que enfrentarse a un día más de esos en el que una enfermedad, a la que le tengo mucho rencor, le va a poner las cosas difíciles. Pero quiero decirle que por ella somos capaces de ponernos un tanga en la cabeza y hacernos una foto, mover tierra y cielo, porque su sonrisa será su mejor medicina para ella y para esa niña guapa que te mira cada día con admiración porque con pelo, o sin él, con tanga o con lo que sea para ella eres y serás la mujer más valiente del mundo, su Madre. Ánimo Paris la vida son dos días y hay que vivirlos, si al final son cuatro eso que te llevas, refrán peinetero, eso sí, piensa que si sonríes siempre durarán el doble y sabrán mucho mejor. Que ningún vecino, neopreno o pequeño bache de cada día haga que no puedas tener tu propia coreografía llena de piruetas y sonrisas. Yo te mando la mía llena de energía positiva en modo de post loco y peinetero en tu honor.
Tagged: el monillo sigue liado con los tacones, El trio calavera, Paris tu puedes con eso y con más, Reir después de una semana terrible no tiene precio, un neopreno más estrecho que una braja-faja