Durante el año 2015 se ha estado recordando en nuestro país el quinto centenario del nacimiento de Teresa de Jesús de muy diversas formas: artículos de prensa, exposiciones, charlas... El mundo editorial, como no podía ser menos, también ha querido sumarse a este evento, y una de sus últimas manifestaciones ha sido la obra El testamento de Santa Teresa, que el sevillano Antonio Puente Mayor publica con el sello Algaida.La obra parte de una trama que podemos resumir, sin destriparla, en pocas líneas: una joven estudiante de doctorado encuentra un documento que, firmado por la mismísima Teresa de Jesús, ofrece una imagen suya que no es demasiado conocida. Con él en la mano, y una vez repuesta del asombro que el mismo le provoca, su director de tesis la empuja para que emprenda una investigación exhaustiva sobre las reliquias que se conservan (muchas y en sitios muy variados del planeta) de la santa abulense. Aprovechando que se aproxima el quinto centenario de su natalicio, un trabajo de esta índole puede ser, en su opinión, un auténtico bombazo. La muchacha deberá viajar a los diferentes lugares donde se custodian vestigios orgánicos de la religiosa y establecer un catálogo de los mismos, con el estudio correspondiente. Hasta ahí, nada que objetar al volumen. Con esos mimbres se podría haber tejido una novela digna, aunque me temo que no excesivamente original. Pero ocurre que el desarrollo de las páginas va enturbiando la obra de un modo acelerado con la incorporación de elementos demasiado tópicos (el casi imprescindible millonario que se esconde en la sombra; el malvado tipejo que se disfraza de sacerdote para ultimar sus latrocinios, y del que el lector desconfía desde el instante mismo de su aparición; el guapo exmarido todavía enamorado que vuelve a la vida de la protagonista para convertirse en apoyo firme y casi salvador; unas pequeñas dosis de pseudociencia, que son utilizadas de un modo algo forzado en las secuencias finales) y con una prosa donde al exceso de documentación mal camuflada (cuántos detalles arquitectónicos o de autoría que no proceden en una novela, y que solamente sirven para ralentizarla o para que el autor demuestre lo que sabe de guías de turismo o de rastreos por Internet) se le unen diálogos poco fluidos, notas a pie de páginas totalmente innecesarias (quien ignora lo que significa una palabra cuando lea una novela debe acudir al diccionario, no a la parte inferior de la hoja, como si estuviéramos en una edición escolar) e incluso incorrecciones gramaticales de asombrosa factura (como ese “en base a” que abochorna la página 335, por citar un único caso).
Quienes han leído reseñas mías saben que odio ser duro con un libro o con su autor. Ni soy un “cítrico” literario ni le tengo manía a las novelas que nacen con vocación inequívocamente comercial. La prueba es que he comentado y elogiado en esta misma página docenas de libros que ingresan con holgura en la categoría de los best-sellers. Pero también es sabido que me gusta decir la verdad (o al menos mi verdad) a los lectores, y en este caso es muy clara: no hay en El testamento de Santa Teresa argumentos suficientes, ni literarios ni argumentales, como para invertir en la obra los 18 euros que cuesta. Tenía que decirlo.