Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero.
Cuando tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.
........................................GARCILASO
La metáfora del amor como una escritura interior que moldea el alma del amante y al extremo la enajena y ocupa el centro de sus movimientos, convirtiéndose, así, el texto anímico amoroso en la verdadera alma del que es guardián de su secreto, tiene una estela brillante en la poesía española a partir del soneto V de Garcilaso. Vamos a seguir dicha estela para introducirnos en un libro actual, Tormenta transparente, de Javier Lostalé.
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En el soneto de Garcilaso, lo curioso es, en primer lugar, la alusión a un texto oculto, que el poeta lee, y que “está escrito” en el “alma” del amante; texto distinto al del mismo soneto que nosotros, los lectores, conocemos. Nos enfrentamos, pues, al contraste de dos escrituras: esotérica y exotérica. La esotérica es un mundo en principio cerrado para nosotros, mundo privado, lenguaje de comunicación amorosa exclusivo del poeta y la amada. El hecho de comunicarlo ad extra, de darle forma y escribirlo en la segunda escritura externa, es ya una forma de profanación. (“Decir nuestro amor a los profanos/ sería profanar nuestra giogia” (Donne).
Esta aparente contradictio se resuelve por medio del recurso a la confesión íntima, diálogo mental, o en voz susurrada, confidencial, con la amada, también guardiana del secreto, y partícipe y destinataria en esta primera forma de comunicación.
El poema usa como recurso de situación comunicativa (todo poema elabora su propio recurso) esa confesión para que la coherencia entre lo dicho en el poema y la forma de decirlo y el por qué de decirlo (comunicación) no se estorben, o se estorben al menos lo mínimo.
Hay, pues, además de un texto oculto y un texto visible (y, por tanto, precario, vulgar, abierto a la curiosidad ajena y a la muerte) un desdoblamiento paralelo de la comunicación: la primera, el lenguaje privado de los amantes, sin sonidos; la segunda, la que opera en el poema de forma general, la comunicación con palabras en el poema, en un código abierto a extraños. Este es el recurso que permite, en definitiva, la comunicación de la poesía con el lector.
Lo sutil es que, en el soneto de Garcilaso, las dos situaciones de comunicación se implican y se apoyan, haciendo del texto secreto y el vulgar un único texto y trasvasando sentidos de uno a otro. Veamos. Por un lado, el poeta es un texto viviente. Ese texto anímico ¿qué signos tiene, qué lengua o código presenta? El soneto solo nos dice “el gesto”, “ y cuanto yo escribir de vos deseo”. Con sutileza, el texto externo apenas infringe hasta ahí la prohibición de divulgar el secreto. No se puede decir menos y sugerir más sobre el texto oculto.
El gesto, el rostro, imagen de la amada, remite al neoplatonismo. El verso “y cuanto yo escribir de vos deseo” alude a una tensión que aspira a un futuro suceso.
Pero el poema externo sigue, sobre ese texto interno, dando más información hasta amagar con romper el tabú del secreto y convertirse en traición. Nos dice el soneto V que el texto oculto lo escribió la amada, y que el poeta lo lee, “tan solo, que aun de vos me guardo en esto”.
El tipo de comunicación primera que plantea el texto coincide con el modo típico, tipificado por la cultura, de vincularse el poema del poeta y el lector. El texto sagrado y el mero lector, que no puede ni siquiera tocar el texto que lee; que es fiel a la lectura; que ni siquiera puede ser intérprete de lo que lee: lector de alguna forma estético, pasivo, disfruta- dor en soledad del texto.
Salta Garcilaso de un plano a otro: de texto explícito a oculto, de situación comuni- cativa más externa a interna y secreta, y viceversa, trayendo contenidos de un lado a otro.
El texto oculto se nos revela por medio de esta especie de indiscreción del texto externo y nos dice algo: el papel que juega el poeta en esa comunicación interna es el de contemplador, al que le está reservado el goce del deleite de la lectura, y el de poseedor simbólico: por ser su alma albergue del texto secreto (porque él es texto viviente), y mantener viva la presencia de lo amado.
Entedemos mejor esto si abordamos otra posibilidad, tratada en esta lírica: la ausencia.
El sentimiento en el soneto V (por lo que trasluce de su texto oculto el texto externo) es optimista, de confianza en el cumplimiento real del amor; el poeta lo escribe con el foco en el presente que goza ya de la perspectiva de la unión con la amada: la amada está en él, al escribir él el texto externo; aun más, la amada está por él escribiendo el texto anímico: éste es otro juego de alteración, para sugerir, sin violar el secreto, la verdadera comunicación: la amada escribe el verdadero texto; no el escritor, que es quien escribe el poema externo.
En los poemas de ausencia, la comunicación está alterada, pero ya no para insinuar la verdad; hay un texto mudo, no de gozo, sino de dolor, lástima de sí, negatividad, y el foco se sitúa en pasado.
En el soneto V el texto externo no dice más y sin embargo algo dice del texto oculto: no dice más en cuanto, en las siguientes estrofas, el poeta divierte el tema, y parece que ahora se dirige a él mismo, en juramento de lealtad al secreto, y afirmación de su amor y su sino: quizá esto no nos interesa sino porque dice algo del texto oculto; lo que dice es que el gesto, pórtico y símbolo de la entrega de la dama, le permite imaginar en presente goces más reales, un “bien” (lenguaje críptico de la fe) en que cree, por encima de cualquier entendimiento.
Garcilaso, como antes Ausiàs March, pondera el amor como una segunda naturaleza, un hábito (vestidura interna y carácter) tallado en el alma: “ mi alma os ha cortado a su medida, / por hábito del alma misma os quiero”. Hechos el uno para el otro: el texto oculto reafirma la lealtad de los amantes, sella su unión en vida y en muerte. Dejémosles, ahí, susurrándose como tórtolos...
Del texto oculto no se nos dice más que ese nuevo juramento de lealtad en vida y en muerte. “Por vos nací, por vos tengo la vida / por vos he de morir, y por vos muero”. El texto externo ha estado a punto de traicionar la comunicación privada, pero, en definitiva, esta comunicación íntima no sólo no ha sido profanada sino que sale reforzada por cuanto se podría decir que si - jugando con la analogía del amor-texto y del amante-lector - ha corrido el riesgo de ser descifrada y divulgada por ajenos, el sentido completo del poema se nos escapa a los demás lectores; remite a un único lector: por lo que resulta un texto doblemente hermético: aun abierto, guarda el secreto. (El sentido completo del poema habría de tener en cuenta que el texto divulgado, externo, sólo es metáfora de segundo grado, respecto al texto anímico; y aun de tercer grado respecto al original del amor, que se remonta a un orden platónico prenatural).
Regresamos, así, a una especie de tercera comunicación, degradada, la que se da de cara a otros lectores, como nosotros; la comunicación del poema nos convierte también en lectores gozantes, de un tipo de gozo cuyo contenido concreto no se manifiesta.
De qué modo tan hábil la poesía, sin apenas decir nada, sin apenas contar nada del mundo ni de una vivencia o experiencia -solo la palabra símbolo gesto - puede aludir a una imagen sensible, y puede implicarnos en un disfrute pleno de la realidad sensible. Lo curioso es, en este soneto, que apenas se dice nada concreto de ningún sentimiento, acción, pasión o afección que nos implique en su dramatismo, adonde se pueda agarrar la empatía del lector; y sin embargo, el poema transmite, al lector, pasión, sentimiento en un grado además de verdad, autenticidad e inmediatez humana (pese o debido a los temas y tópicos poeticos que usa) como ningún reportaje o reality.
Sospechamos (solo sospechamos) que esto es debido a que el lector, en todo poema auténtico, es invitado (seducido) a dejarse asomar al texto oculto, y porque el poeta también ha pactado previamente con ese lector un recurso, una situación comunicativa, desde la que puede éste zambullirse como desde un trampolín, casi inconsciente, en el secreto del secreto.
Una celosía dispuesta hábilmente por el poeta, para dejar ver el ángulo de intimidad
que él desea, sin que el voyerismo y la simpatía del lector comporten la traición al asunto de fondo que trata, al texto oculto: la que, de ocurrir, no sólo rompería el encanto, profanaría un sagrado; de hecho, impediría con su contradicción el poema.
Si en toda poesía lirica de comunicación íntima -bien del poeta consigo o bien con un lector único (Dios, la amada)- hay el peligro de esa incoherencia manifiesta, el oficio del poeta dispone de recursos. Al crear una comunicación puente como recurso (entre la comunicación primera, íntima, y la derivada hacia un tercero, que es en definitiva, cualquier lector) hace coherentes el fondo y la forma y la comunicación. Incluso, como hemos señalado en el soneto V de Garcilaso, enriquece con aportaciones de materiales que acarrea de uno a otro lado. Incluso, al extremo, el recurso de la comunicación o situación puente puede ser lo mejor del poema, lo que le da vivacidad, naturalidad, espontaneidad, como en el soneto de sor Juana Inés de la Cruz, que comienza “Al que ingrato me deja, busco amante....”; y que en el verso primero de su último terceto, concluye: “Pero yo, por mejor partido, escojo...” La expresión por mejor partido nos pone en situación de la niña que elige entre dos amores; con lo que el poema gana en luz, en vivacidad: deja de ser un monólogo personal (también sería esa una posible situación comunicativa, pero más “literaria”, que la otra, la de la niña...)
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La vitalidad de esa tradición del texto anímico de amor se manifiesta en un libro de un poeta moderno: Tormenta transparente (Calambur, 2011), de Javier Lostalé. Hemos de ver lo que este libro supone de continuidad y de renovación o variación respecto a ella. Los dos aspectos básicos que hemos encontrado en el soneto V de Garcilaso (por un lado, desde la identificación metafórica de la escritura con el amor, la condición de texto viviente del poeta; y por otro, desde el texto externo, las sutilezas de la ocultación/desocultación, los juegos de hermetismo y comunicación) se encuentran aquí, pero no en un solo poema, sino en todo un libro. (Debido a lo cual estas notas tendrán que abordar un poco la exégesis del mismo, pero sin perder el hilo de la cuestión esencial poética que quieren tratar y dar sentido).
Quede claro ya el contraste: si Garcilaso partía de un “nivel”, el renacentista de la tradición poética neoplatónica, Javier Lostalé incorpora básicamente el romanticismo alemán, Novalis, el romanticismo de la noche, filtrado a través de Vicente Aleixandre, principalmente, y de Cernuda, pero también una fase última de ese romanticismo nocturno que derivó a través del simbolismo (Mallarmé) en la poesía del límite, del silencio (René Char), de la negatividad (Brines). Simbolismo metafísico, hermético incorporado al romántico que expresa en su mismo título (“Tormenta”) la obra de Lostalé.
En el primer poema del libro, que abre y cierra también, como frontis, o discurso iniciático, la primera de sus cinco partes, dice el poeta.
“En abisal silencio respira
el texto quemado de tu advenimiento
y allí me leo en su palimpsesto vacío”.
(“Tormenta transparente”)
Aunque nos encontramos con el motivo del soneto de Garcilaso, se trata, sin embargo, de un “texto quemado”, un texto que apenas aún “respira” “en abisal silencio”.
Siendo esta parte del libro la más positiva anímicamente, ahora, en el nivel del poeta, el texto aparece quemado, en abisal silencio (metáfora cósmica, romántica también en su adjetivación), y es ya un palimpsesto vacío (simbolismo hermético metafisico). Pero sigue funcionando como un lugar donde el poeta aun se lee... (“respira”), un lugar destruido que ha de reconstruir, palabra a palabra, a lo largo del libro.
El motivo de Garcilaso, del lector del texto de amor, sufre un giro hacia el tema del amor como conocimiento (V. Aleixandre); “y allí me leo” expresa esta ligadura de amor y (auto) conocimiento. El giro estará, desde el principio, abocado peligrosamente a una lectura nihilista, en soledad (me leo), cuando el poeta pierda el “allí” y regrese al vacío de sí mismo.
En este primer poema, que lleva el mismo título que el libro, aparecen los motivos y símbolos centrales: tormenta y transparencia, que retornarán en otros poemas posteriores: a veces yuxtapuestos, no unidos, y otras veces, separados: “tormenta”, movimiento que despliega la presencia o advenimiento de lo amado; “transparencia”, ausencia. La síntesis unitiva que anticipa el título del libro y el primer poema, solo se volverá a encontrar en la última parte, donde se afirma el amor en lo ausente.
El amor, para Lostalé, como para su maestro Aleixandre, es donación de conocimien- to y celebración; conocimiento en un sentido profundo, que, curiosamente, nos pone en camino de desconocernos, que nos quita lo que creemos ser, para ser de verdad. Este el privilegio y el don del amor a los hombres, que con su llegada nos encamina a conocernos de verdad. Por eso el amor es celebración, celebración en un sentido alto que embarga también al intelecto.
El amor siempre “llega sin decir su nombre”, “como una sombra”, y “En ella núbil me reconozco dulcemente extraño” (“Tormenta transparente, II”).
La implicación del amor y el poema gravitará en toda la segunda parte del libro, a la que precede un cita de René Char: “El poema es el amor realizado del deseo / que sigue siendo deseo”. Corresponden los nueve poemas de este parte al segundo verso del soneto V de Garcilaso: “y cuanto yo escribir de vos deseo”. La diferencia viene marcada aquí por la ausencia.
En el poema “Seno” el poeta se dirige a sí mismo, en diálogo interno, y repite, con bello acento elegíaco, por qué, por qué, en definitiva, vive, siente, “si lo amado ya no está contigo”. Bellísimos versos, donde el realismo confesional no impide sino potencia las calidades líricas y rítmicas. Este poema levanta el telón de la ausencia, a partir de ahí el poeta oye, en la noche, “el silencio que enhebra la tormenta”; describe síntomas (el tiempo es vuelo sin anuncio, hay en todo una penumbra triste); se desliza en un plano bajo (cielo, nubes, luna: “tristeza”); y, finalmente, alza la vista a un plano cósmico, total, y adivina la conjunción del amor y el universo. Es el poema titulado “Nombre” la expresión cimera del deseo-frustración que da razón del libro que comentamos y del texto vivo, interno, de su autor, Javier Lostalé, que con este poema consigue, definitivamente, objetivar el foco de su poetizar.
El poeta, en los siguientes pasos-poemas, irá recuperando desde el Nombre, desde las letras del nombre (implicación de la escritura con el texto de amor), el cuerpo amado: primero, las manos (en el poema “Manos”, redescubre que son “altas como un cielo imposible”, y bordeando, por un momento, la parada mística, se pregunta, enseguida, en el siguiente poema: “¿dónde estás?”. Las manos que son astros, la vía láctea, lanzan al poeta la asechanza de ir por una vía mística negativa. “Pues allí donde existes / una forma muda / en soledad te recrea”).
La búsqueda de lo amado continúa ahora en “Lo invisible”. El poema apostrofa a la invisibilidad (“Y con tu mano inaugura / un íntimo amanecer sin nadie / para que más honda cante tu hora en mí”), y a la soledad del amanecer, y a un mundo sin nadie donde se vuelve a oír/ leer el texto, el canto que lleva dentro de sí el poeta)... Y aquí se encuentra con Garcilaso, o más exactamente, con la voz del pastor Nemoroso de la égloga I: “No me podrán quitar el dolorido/ sentir, si ya del todo/ primero no me quitan el sentido”.
Lostalé busca no tanto el apartamiento bucólico, donde coloquiar lastimero con otros pastores, sino la lejana soledad, como Bécquer, donde “... más callada sea la herida / de mi dolorido sentir”. (A diferencia de otros libros anteriores, como La rosa inclinada, y sobre todo, La estación azul, en éste, Javier Lostalé abre menos su poesía a la compañía de los otros que sufren, menos al consuelo. El tema de este libro obliga al autor a partir de una radical intimidad, por lo que vuelven a plantearse, como en el soneto de Garcilaso, los desafíos de la comunicación y el hermetismo, y la captación de la empatía y el alejamiento del lector).
El poeta ya completamente instalado “hacia dentro”, encuentra y habla por primera vez a un tú: “Como una tormenta respiras dentro de mí”. (Se dirige ya a un tú, rescatado en la tormenta, como anunció el primer poema del libro).
“En polen de soledad tuya / mi alma canta su única verdad: / la que un día morirá contigo / desnudando tu nombre en su beso final”. Esta final afirmación nos recuerda, cómo no, a la última parte del soneto v de Garcilaso. Romanticismo en la expresión de morir besando el nombre amado, que, en un juego también de alteración, recubre ahora el hermetismo del poema.
El noveno poema de esta serie, “Sombra”, cierra la segunda parte del libro, e introduce un símbolo positivo: “la cellisca”, la fina lluvia de la ausencia transmutada en recuerdo, en “sombra” que si, por un lado -hacia dentro-, atestigua la soledad, el no encuentro y la permanente busca; por otro, abre una primera mirada al mundo. (“Sellado a tu sombra / habito el mundo / donde una soledad sin nombre/ definitivamente te borra”.)
El poema “¿Donde estás?” proponía el cese del desencuentro en una nada juntos, en un desierto; pero el texto no se queda ahí, y en ansia de recuperar una comunicación viva, da un paso ahora hacia el purgatorio del mundo y la soledad. Supera la magnífica trampa nihilista, el nirvana que tendía aquel precioso poema, uno de los mejores del libro. De vuelta de la indagación en un “allende” que colmara el vacío del texto anímico, tras la soledad se ha abierto un espacio mundano, un aquí de imágenes fugaces que alivian y a la vez reavi- van, con su memoria triste, el dolor de la ausencia.
La tercera parte del libro se abre con citas de Rilke y Francisco Brines; nos dispone- mos a entrar en la reviviscencia del recuerdo. Rilke enfrenta el fenómeno existencial de que, en el recuerdo, “es como si todo / tuviese que existir una vez más”. Por su parte, el poeta de El otoño de las rosas nos transmite una sensibilidad al límite y un cierto escrúpulo moral: “El verso en que él se acaba ha dejado en mi carne / un recobrado olor casi agotado / de impura adolescencia y de azahar”. No nos olvidemos del texto leído oculto, que se trata de recomponer. Esas citas forman también parte del proceso de recomposición del texto. El recuerdo no es solo la evocación anímica; es, ante todo, la reconstruccion de un texto. Aparecerá, en esa reconstrucción, algún sabor de pecado, de impureza, desde el neoplato- nismo residual de esta estética.
En el poema “Adolescencia”, primero de esta parte, la evocación, rítmica, apoyada en versos de pie quebrado, presenta un caleidoscopio de imágenes corporales, sensuales, vívidas: “Visillos con resbalada / luz de pájaro”. De pronto, un mundo iluminado, como una caja de música: “Bicicleta que transpira / la orilla esmeralda de un río”.
Pero en el siguiente poema, “El hueco”, el poeta constata la distancia que separa lo vivo de lo evocado. Es este un extraordinario poema, en donde cada estrofa se inicia con una alusión al hueco que separa dos cuerpos desnudos, dos miradas, dos silencios; para terminar, sorpresivamente, con la revelación de que, en realidad, no hay distancia, hay tristeza, pero es imposible la distancia.
A partir de aquí el texto elabora su propia terapia y sabiduría: un estudio propio de sus simbolos: el poema tercero de esta serie, “Transparencia”, la define así: “Quietud que no cura es la transparencia”. Se trataría de una consunción en una lumbre tranquila, pero sin esperanza. Purgatorio.
Por su repetición en otros poemas -así, en “Espejo”: “quieto en su tormenta transparente”- se nos quiere dar una clave que explica también el título del libro.
Acomete, incluso, una aproximación metatextual a la “ausencia”, en el poema que lleva en su título este mismo motivo central: donde “Unos ojos abiertos / en vigilia de luz fluvial” miran ya absorbidos por la ausencia, como dentro un silencio fetal.
“En alta comunión de soledad / contigo el mundo concluyo / pues no hay tiniebla que apague / el resplandor oculto de tu resurrección”.
En ese descenso a la noche fetal, el poema ha extraído un conocimiento: la ausencia no es el borrón que deshabita y destruye el texto y la comunicación; “sino la alteración pura / de quien se siente pensado / más allá de los límites de la vida”.
Después de esta metapoética la tercera parte del libro concluye con dos magníficos poemas de tono mas personal: “No llega” y “Cuánto de nada”.“Cuánto de nada he recibido” es el primer verso de una oración de gratitud por el recuerdo del amor que fue luz solar. (Simbolismo solar del amor que, viniendo de Aleixandre, presidía los primeros poemas de Tormenta transparente). Queda el recuerdo del amor como estrella apagada, que ilumina aun en la lejanía donde habitan memoria y olvido.
El texto reconstruido en la memoria, en el pensamiento; el texto iluminado de lo oscuro... ¿basta? Si el poeta cerrara ahí su libro, sonaría su busca artificial; el foco de la vida a futuro renueva la dialéctica, pasa de nuevo por mirar en sí mismo: el poeta se verá como una cripta iluminada, una estrella apagada que él mismo ha encendido con el recuerdo de su luz solar.
La cuarte parte trata el tiempo, los años, la nostalgia del deseo de un cuerpo. La cita de Vicente Aleixandre es índice: “el cuerpo pensado no basta”. Los años son tumbas de estrellas apagadas. Esta es la parte de la obra que presenta más poemas, y donde hay cosas nuevas, interesantes. En “Imágenes”, se trae “una despedida con claridad de quirófano”. El tiempo-biografía deja imágenes. (“Sucesiva pulsación de imágenes”). Y deja “un paisaje mudo”. “En tormenta de silencio / ya este poema se borra. / Y su mano”.
En un giro novedoso, el poeta deconstruye el texto, asiste, con cierto morbo, a la destrucción de lo que está destruido. Toma partido por el tiempo.
“Voz seca” es ahora la cellisca, el ruido de la voz amada. El poeta se esfuerza por santificar la ceniza: en el poema “Voz seca” las sucesivas anáforas (“Pongo el oido...” “Pongo el cuerpo...”, “Pongo la soledad...”) revelan el conato anímico en una gradación de intensidad afectiva que deviene al fin en abstracción: “en el flujo de una voz ya seca / se refleja muda la estrella sin luz de mi vida”.
El amor-conocimiento da la “moneda” de la autoconciencia de la finitud. Quizá sea el poema titulado así, “Moneda”, la metáfora más desgarrada de esta obra, y el poema más sorprendente por su sinceridad y modernidad. Utiliza el topos del viejo que compra amor juvenil.
En el poema de la quinta parte, “Destino” el poeta realiza un recuento final: “Soy la memoria de ti... el lugar herido de tus pasos... Estoy al lado de lo invisible”. El texto anímico se reafirma en su condición de signo invisible, de ausencia pero también de cierta espera, que seguirá dando orden y sentido a la vida de quien lo cela en su interior.
“El horizonte de este poema
es ya, amor, tu misma lumbre sostenida,
el resplandor de tu ceniza.
Y el escribirlo ha sido, amor, sellar contigo mi único destino”.
Fulgencio Martínez