El tiempo de la movida, recuerdos de libertad

Publicado el 26 septiembre 2024 por Carlosdelriego

Andy Warhol llegó a Madrid para ver por sí mismo qué era eso de la movida. En la foto, con Carlos G. Berlanga y Bernardo Bonezzi

En los primeros años setenta del siglo pasado había quien afirmaba que cuando muriera Franco habría otra guerra civil. Pero murió y no hubo guerra. Al revés, llegó la apertura, la libertad y la democracia; la gente, la juventud, las calles fueron hervideros de libertad. Ese fue el contexto en el que surgió lo que se llamó ‘la movida’, que no sólo fue madrileña aunque la capital fuera su centro. Quienes estaban allí entonces recordarán aquel entorno en el que se podía pensar, actuar y cantar cómo y lo que a uno le saliera, sin la inquisitorial censura que impera en la sociedad actual

Al morir Franco apareció un horizonte de libertad, incluso de libertinaje y exceso. De repente todo el mundo podía decir y hacer lo que le saliera, sobre todo en el mundillo de la música, del arte. La música pop y rock (y todos sus derivados), siguiendo el camino abierto por la ‘new wave’ (la nueva ola) que llegaba de Inglaterra tras la irrupción del punk, permitía todo, desde el rock & roll clásico hasta el tecno, pasando por el estilo mod, el rock duro, el rock-folk o el pop combinado con cualquier estilo. Todo era válido y todo tenía sus seguidores porque por encima de todo estaba la libertad creativa y de pensamiento.

A principios de los años ochenta Madrid se convirtió en una especie de Meca de la renovada juventud española. De las cuatro esquinas del país acudían al ‘Rock-ola’, al ‘Sol’ y tantas otras salas donde actuaban los nuevos grupos, españoles y extranjeros. Sin duda allí ocurrió algo, puesto que si el mismísimo Andy Warhol quiso conocer por sí mismo qué era aquello…

Casi cada día se tenía noticia de un nuevo grupo, de un nuevo disco que ofrecía, ante todo, novedad, espontaneidad, autenticidad…, libertad de creación. Y así era prácticamente en toda España. De este modo, en uno de sus primeros conciertos, un grupo se presentó diciendo “Hola, somos Gabinete Caligari y somos fascistas”. Sin duda hoy habrían sido acusados, señalados, acosados, cancelados e incluso denunciados, pero entonces la cosa se entendió como lo que era: una provocación, una forma de distinguirse, no una postura ideológica de Urrutia y compañía, pues ninguno de ellos tenía nada que ver con el fascismo. Y aquello sucedió porque en aquellos tiempos existía verdadera libertad, porque se podían decir cosas que hoy los nuevos inquisidores no permiten; por otro lado, que tire la primera piedra el que a los veinte años no soltó más de una gilimemez de la que hoy se avergonzaría. Quien estuviera entonces tendrá en su memoria aquellos recuerdos de libertad.

Desde hace unos años los autores de canciones de rock y géneros afines tienen un enorme cuidado con las palabras y las frases, han de analizar si eso que dice este o aquel verso puede ser interpretado como una ofensa y ocasionar problemas de cancelación, insultos en las redes, declaraciones de políticos… Es decir, los que escriben canciones se autocensuran para que luego no les caiga encima el peso de la censura, esa que se siente poseedora de la verdad absoluta y, por tanto, legitimada para dividir entre buenos y malos, o sea, entre los que coinciden con el pensamiento ‘verdadero’ y quienes se atreven a llevar la contraria.

Los mencionados Gabinete Caligari cantaban a los toros y a la España castiza e incluso cañí. Los hoy olvidados (y efímeros) Polansky y el Ardor tenían una canción titulada ‘Negra’ que decía “Hoy por fin lo conseguí, tengo una negra, solo para mí…”. Siempre irreverentes, divertidos y provocadores, los gallegos Siniestro Total cantaban: “Ayatola no me toques la pirola (…) sólo vine a comprar pan y me enseñasteis el Corán”; y otras de letra explícita como ‘Mata hippies en las Cíes’ o ‘El sudaca nos ataca. La Orquesta Mondragón desvelaban que “Ellos las prefieren muy muy gordas, super gordas, gordas, gordas y apretás”. En su versión del ‘You really got me’ de los Kinks, Cardiacos amenazaba: “Tú te reías de mí. Nadie se burla a mis espaldas. Te vas a enterar. Quiero leerte la cartilla. Te voy a aplicar mi ley”. Un Pingüino en mi Ascensor y su ‘Atrapados en el ascensor’, ‘La mataré’ de Loquillo, ‘Sí sí’ de Los Ronaldos… En fin, eran letras más gamberras que otra cosa que sólo buscaban provocar, incomodar, desafiar, y estaban hechas (con mal gusto en muchos casos) desde una atmósfera de libertad inexistente cuatro décadas después. Si estos títulos hubieran salido en la actualidad las redes sociales arderían de ira e indignación, y los políticos y campeones del pensamiento único se rasgarían las vestiduras exigiendo juzgado para todos ellos.   

Pero por encima de los fantásticos grupos de pop y rock, por encima de los discos y los conciertos, lo que más añoranza y nostalgia provoca es que fueron tiempos de libertad de expresión. Hoy parecen tan lejanos.

CARLOS DEL RIEGO