Propongo que a las próximas Primarias se presenten como candidatos el FMI, con doña Christine Lagarde como cabeza de lista, y algunas agencias de calificación de riesgo como Moody`s. Leyendo los periódicos, tiene uno la impresión de que en realidad son ellos quienes tienen las riendas del cotarro, y no los ejecutivos de cada país. Titular del 6 de julio: "Lagarde afirma que las crisis griega y el paro serán las prioridades de su mandato". Estarán conmigo en que una declaración así parece salir de la boca de un gobernante más que de la presidenta del Fondo Monetario Internacional. Aunque en principio las funciones de esta dama de pelo oxigenado y fácil sonrisa son precisamente estas que promete acometer. Cuando se fundó el FMI en los años 40 se hizo con la noble función de promover políticas económicas internacionales que redujeran las diferencias sociales. Esto lo llevan a cabo prestando dinero a aquellos países que presentan una balanza de pagos paupérrima. Sin embargo, como la toma de decisiones está supeditada al poderío del PIB de cada país miembro, EE.UU. siempre tiene derecho a vetar las propuestas que vayan contra sus intereses; igualmente, Francia, Japón, Reino Unido y Alemania tienen una superioridad decisoria aplastante en este club económico.
Junto al FMI o el Banco Mundial, se encuentran las agencias de calificación, una mafia oligárquica privada -dominada por el trío Standard & Poor's, Moody's y Fitch- que, como sucedía con las antiguas sibilas del oráculo griego, ponen nota económica a cada país, advirtiéndoles del terrible destino que les espera si no acometen determinadas medidas de ajuste. Las agencias de rating conciben a los países como empresas o bancos; no tienen en cuenta otros factores que no sean la solvencia económica, obviando dentro de sus análisis econométricos los efectos colaterales que estas recomendaciones pudieran tener sobre la sociedad. Por otro lado, hay que tener en cuenta el carácter falible de sus vaticinios y la gravedad que, sin embargo, posee someterse a sus augurios y que después los cálculos no cuadren. Actualmente, estas agencias están bajo sospecha; la Unión Europea cree -Merkel a la cabeza- que están al servicio de EE.UU. y que su reciente hermenéutica de la crisis financiera ha pretendido desestabilizar el euro -véase su postura respecto a Grecia o Portugal-, en beneficio del dólar estadounidense o de intereses particulares de grandes corporaciones financieras. Por eso es de esperar que en breve se cree una agencia de calificación interna en la Unión Europea, ajena a la lotería lesiva de estas poderosas agencias. Moody's y el resto de su banda convierten el oro en basura y la basura en oro, crean expectativas futuribles -cuando y cómo a ellos les place- que modifican la percepción que de sí mismos poseen gobiernos, empresas y entidades financieras, alentando o haciendo huir el dinero al ritmo de sus augurios. Apesar de la actual crisis y del grado de indeterminación cuántica que esta genera, estas agencias de previsión siguen lanzando sus dados marcados, propiciando una sensación de inestabilidad añadida a la ya existente.
Si el FMI o Moody's se presentasen a las Primarias, obtendrían la misma calificación moral que a día de hoy los ciudadanos conceden a sus representantes políticos. La ciudadanía tiene cada vez más la sensación de ser una mera marioneta en manos de fuerzas ajenas a sus necesidades o plegadas a su propio interés más que al bien común. En un estudio del mes de junio, el CIS publicaba que el 85% de españoles cree que la corrupción está muy extendida. El soberano comienza a caer en una especie de escepticismo político que se reproduce con gran viralidad entre la población; los políticos aparecen a los ojos de la ciudadanía como peleles a las órdenes del sistema financiero internacional o como meros delincuentes de lo ajeno, gánsteres con cargo a cuenta del contribuyente. Este descrédito creciente debilita la legitimidad de las instituciones y de la propia democracia.
Por esta razón, hoy por hoy la mayor prioridad interna de los partidos políticos debería ser regenerar su confianza no solo en las vísperas de las elecciones, sino cada día. El primer paso es evidente: arbitrar medidas de transparencia interna de las instituciones y sus representantes, así como establecer medidas de control e inspección sobre la actividad política. Pero no bastará con estas medidas para que los ciudadanos vayan recuperando su confianza. Se hace necesario un paso aún más difícil que el primero: regenerar la fortaleza del poder político frente a las imposiciones del mercado financiero, haciendo que sea este quien se pliegue a los intereses colectivos y no al revés. Esta actitud exige una valentía política extraordinaria, ya que hasta ahora los mercados internacionales han bailado la canción que les ha apetecido, obviando los efectos perversos de sus decisiones sobre las condiciones reales de millones de trabajadores europeos que hoy sufren la vileza de los mercados y la cobardía de sus representantes políticos. Es hora de que la política sea la protagonista real en este guión. Necesitamos más política, más intervención estatal en beneficio de la colectividad. Es el tiempo de la política. Ya.
Ramón Besonías Román