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Todavía pensamos que la Luz es la de la Razón. Pensamiento que, encerrados desde entonces en la burbuja de nuestro cráneo, nos ha llevado a perder a nuestra propia Eurídice, y nos hemos empeñado en diseccionarnos hasta llegar al paroxismo en el que vivimos, para intentar encontrar en occidente aquello que en nosotros extirpamos desde el principio de nuestra civilización. Pues al igual que Orfeo, estamos desmembrados y nuestra Razón deambula disociada de su cuerpo, zombi y vacía, en el fin de nuestra era. Eso es el vacío primigenio. El que sufrimos.
El tiempo del hombre muerto, de Alfonso Xen Rabanal. Origami, 2012.