Mariano Rajoy, inaugurando la semana, se prestó a servirse como entrante del fin de la serie El tiempo entre costuras desvelando los secretos de sus labores de confección. Como era de esperar, la entrevista entera, igual que su legislatura, fue un no parar de dar puntadas sin hilo. En ese estilo tan escaso de todo al que nos tiene acostumbrados, Mariano no fue capaz de enhebrar la aguja para hilvanar una sola respuesta concreta. Peor aún, cometió el desacierto de ponerse a zurcir asuntos de justicia que no le toca remendar, mientras que, en lo que respecta a sus propias competencias, prefirió no meterse mucho en faena por no adelantar acontecimientos.
Hay que decir que la periodista tampoco estuvo muy ocurrente con las preguntas. Quizá porque, si el sopor que destila nuestro presidente, de lejos, duerme, de cerca, tiene que anestesiar. La entrevista resultó un autentico rollo de nylon que nos ayudó a comprender que el jefe del PP no salga mucho en la tele concediendo entrevistas (dos veces en dos años), porque la audiencia tiene que bajar al mismo ritmo que Rajoy ve bajar el desempleo. Si la entrevistadora parecía desmayarse entre vagas cuestiones y obviedades prescindibles, Mariano se consumía por momentos embelesado con ese arte tan suyo de mover la boca sin decir nada, como Monchito. Que si la corrupción está muy fea, que si Luis ya no me llama, que voy a ver si bajo un poco el IRPF que parece que empieza a darle el sol, que vaya reforma laboral chula que hemos preparado, que el paro aburre a cualquiera... En fin, un cajón de sastre cargado de lugares comunes hasta llegar al sorprendente descubrimiento de que el Rey es un ser humano. Esto, parece que no, pero aclara mucho las cosas.
Resumiendo más aún, si se me permite, lo que Mariano vino a decir otra vez es que, cuando el PP heredó el país, España estaba que se salía por las costuras, pero gracias a este experto alfayate y a una habilidad que podría venirle de la Tierra de Soneira y del encaje de bolillos, va a quedar todo atado de costa a costa. Incluso para el roto de Cataluña, Mariano confesó que tiene un plan que no confesó, pero que muy probablemente pase por juntar las dos orillas del Ebro con aguja del dos para que el tejido quede bien apretado y no se nos descosa un trozo.
Ya concluyendo, se metió a remendar el asunto de la infanta y se le hizo un nudo marinero de padre y muy señor mío, que es lo que suele pasar cuando uno se traiciona a sí mismo y se adelanta a los acontecimientos. Mariano Rajoy conserva la prudencia de no pronunciarse en asuntos políticos de los que él es el único responsable y, sin embargo, se permite sentenciar con una certeza pasmosa acerca de la inocencia de una imputada que todavía no ha comparecido a declarar. De lo que debería saber, no sabe y sabe lo que nadie debería de saber aún. Es lo que tiene haber sido registrador de la propiedad antes que presidente y costurero, que lo mismo te borra las cargas y gravámenes que te borda un país en punto bobo.
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