Imagen de Cristóbal Vila
El tiempo. Los avances en física teórica nos han demostrado que el tiempo es algo relativo. Por ejemplo, la física cuántica afirma que si observo una partícula en el presente provoco cambios en su pasado ¿No es sorprendente?Nos es éste lugar ni momento para hablar de la flecha del tiempo o la entropía; tampoco nos vemos capaces de afrontar una tarea tan compleja. Nos "conformaremos" con estudiar el tiempo desde otra perspectiva. Será un tiempo orgánico, el tiempo que se percibe como la fina arena de un reloj que se escapa de entre los dedos. Un tiempo que ha ido cambiando su velocidad y ritmo con el paso de los siglos. El tiempo humano.Lo haremos en cuatro apartados:
1. Tiempo y diversión. Una explosion inmensa 2. Tiempo y pausa. El mentiroso 3. Tiempo y conocimiento. El hombre que anduvo 800 kilómetros 4. Tiempo acelerado. El tiempo del reloj de arena.
El tiempo es un elemento esencial para comprender el fenómeno humano, y nuestra historia comienza hace 3.614 años, con un hombre asomado al mar Mediterráneo. Es primavera, y hay preocupación en su rostro. No es extraño: su cultura está a punto de desaparecer afectada por la mayor catástrofe natural de los últimos 10.000 años. Por muchas razones, la primavera del año 1.613 a.C. es una fecha terrible para el mismo devenir de la especie humana. El más importante y exitoso experimento de civilización, igualitaria y pacífica, está a punto de desaparecer para siempre. Platón le pondrá nombre 1.200 años más tarde: la Atlántida. Pero, para entonces, su historia estará ya sumida en la leyenda
1. TIEMPO Y DIVERSIÓNUNA EXPLOSIÓN INMENSA
A su lado, un anciano proveniente de la isla de Thera comenta en voz baja "será hoy". Hace tres meses abandonó su isla, que ahora se encuentra completamente deshabitada. Ha habido tiempo suficiente para que la población preparara la huída: llevan meses sufriendo terremotos y erupciones, cada vez más fuertes. El gran volcán de Thera se está despertando con toda su furia.
Lo que antes era una isla redondeada se ha transformado, en un instante, en una media luna. El viento sopla en dirección sureste, y Egipto entra en la oscuridad. Un escriba muestra su angustia: "El sol se ha ocultado, nadie se ve la sombra, las cosechas han muerto, ahora debemos sobrevivir". Se perdieron la cosechas durante este "invierno nuclear", y hubo hambre y miedo. Hay restos de ceniza en los hielos de Groenlandia, y en los anillos de los árboles de Canadá. Millones de toneladas de ceniza caen en el Mediterráneo. La devastación es total.
Esta catástrofe supuso la desaparición de la civilización Minoica. Una tragedia para la especie humana.
Una sociedad del bienestar, muy próspera, en la que se dispone de tiempo libre y, por consiguiente, aparece el arte, los juegos y los deportes. De nuevo, en cualquier casa, incluso las más humildes, hay una asombrosa manifestación artística en forma de frescos, ladrillos labrados o bajorrelieves en piedra.
Los frescos nos muestran escenas asombrosas. Mujeres decoradas con tocados y engalanadas con maquillajes que antes remiten al París de los felices 20 que a personas provenientes de un pasado de 4.000 años. ¡Estamos en la edad de bronce, y hay indicios de una tecnología y nivel de vida impensables para tal fecha!
Pero hay más: aparte de las prácticas deportivas y el gusto por el arte, los frescos nos dicen algo más: las mujeres aparecen en una actitud social de perfecta igualdad con el hombre. Ambos realizan las mismas tareas, e incluso aparecen en las mismas competiciones atléticas, algo impensable en el mundo griego posterior. Las deidades principales hunden sus raíces en un mismo tronco: "La diosa madre", una expresión religiosa, igualitaria y pacífica, proveniente del pasado paleolítico, de los albores del hombre. ¿Algo más? Quizás sí; algo importante. En la civilización minoica no hay expresiones pictóricas ni restos arqueológicos que remitan a la violencia ni a la conquista. Es una civilización sin murallas ni armas, sin imágenes de batallas heroicas ni desfile de prisioneros de guerra. Creta es una isla, y ninguna civilización podía disputar a los minoicos la supremacía en el mar. En una época en la que se inician los intercambios comerciales a nivel global, los minoicos hicieron posible transacciones entre todas las potencias de la época. No representaban una amenaza para nadie, y gracias a ellos las clases dirigentes egipcias o mesopotámicas podían acceder a productos de lujo procedentes de lugares lejanos. Puede que Creta no fuera muy grande, pero la enorme flota mercante les hacía inmensos. Como una vez leí a la entrada de un astillero en Valencia, "construir barcos es una manera de agrandar el suelo patrio." La civilización minoica estaba presente en todos los puertos del mundo conocido.
Hablamos, en definitiva, de iniciativa, curiosidad, igualdad, pacifismo, prosperidad; de invertir en arte y calidad de vida. Las imágenes cretenses están impregnadas de alegría por vivir. Y de ocio.
Hay, en efecto, una cultura del divertimento de la que participa toda la población. Los frescos nos muestran a hombres realizando asombrosas piruetas frente a los toros, animales emblemáticos de su cultura y que les acompañaban en forma de imágenes en sus barcos. Incluso ahora todo es incruento; no hay escenas de maltrato animal. Sólo belleza y alegría. Baile y música. Y deporte.
Sólo en la Atenas democrática encontramos una experiencia similar, aunque sustentada en la esclavitud y al alcance de unos cuantos hombres. Y, curiosamente, si rastreamos sus orígenes, de nuevo la pista nos conduce a Creta. A un mentiroso que durmió 50 añosencerrado en una cueva. Lo veremos en el siguiente capítulo.
2. TIEMPO Y PAUSAEL MENTIROSO
Epiménides era un joven bastante peculiar, que vivió en el siglo VI a. C. Por ejemplo, le gustaba llevar el pelo largo, algo inusual en su cultura.
Durante el largo sueño, bendecido por Zeus, tuvo contacto con el mundo de los muertos, el Hades, el inframundo en que gobierna la desdichada Perséfone, una diosa antiquísima que pudo tener su origen en la civilización minoica. Esta experiencia hizo de Epiménides un hombre sabio y justo, que además adquirió el don de la profecía. En realidad, toda su filosofía está impregnada del misticismo de lo que conocemos como misterios órficos.
Una enseñanza que Epiménides adquirió en el Hades era la "catarsis", el arte de la purificación, que Pitágoras ligó con la música. Gracias a la música, las artes y la meditación el alma se purifica, y alcanza un nivel de armonía que permite su curación. Catarsis era también el arte de dominar las emociones siendo perfectamente consciente de ellas, tanto de las propias como de las ajenas. En este sentido, Epiménides le concedería una gran importancia a lo que hoy llamamos empatía. Era, para entendernos, un experto en lo que hoy llamamos "Inteligencia Emocional".
Tenemos noticias de Epiménides tanto en su faceta de poeta como de filósofo. En este último aspecto fue el inventor de una famosa paradoja: la "Paradoja del Mentiroso".
Esta paradoja pertenece al grupo de las falsídicas, ya que aparenta contradecirse a sí misma. Epiménides formuló simplemente la siguiente frase:
"Todos los cretenses son mentirosos"
Epiménides es cretense y, por tanto, es mentiroso. Ello implica que, al formular esta frase, lo que realmente dice -dado que miente- es que todos los cretenses son veraces; pero no se puede evitar caer en una contradicción permanente: si los cretenses dicen la verdad, Epiménides también. Y son mentirosos ¿Lo sigue? Es una espiral que no tiene fin.
Como curiosidad, sepa que habrá que esperar al siglo XX para que una de las mayores inteligencias de la historia, Bertrand Russell, resuelva la paradoja distinguiendo entre lenguaje objeto y metalenguaje. Kurt Gödel dio un uso fascinante a la paradoja en el ámbito de la matemática formal a través del teorema de la incompletitud. En concreto, en su primer teorema, Gödel afirma: "En cualquier formalización consistente de las matemáticas que sea lo bastante fuerte para definir el concepto de números naturales, se puede construir una afirmación que ni se puede demostrar ni se puede refutar dentro de ese sistema". Como en nuestra paradoja, que ni se demuestra ni se refuta.
Un cretense melenudo dice algo aparentemente absurdo hace 2.500 años, y acabamos hablando de la Inteligencia Artificial. No se preocupe si no lo acaba de entender; yo tampoco. Basta con que se quede con alguna idea. No es éste un blog escrito por eruditos ni dirigido a ellos; nuestro blog (permítanos: su blog) es un blog de gente curiosa.
Pero bajemos de tan excelsas alturas, que el vértigo de tales inteligencias conviene administrarlo en píldoras. Conformémonos por el momento con noticias que nos llegan de Plutarco: estamos en la época de la Olimpíada XLVI, y un barco se acerca a Creta.
Es un navío griego, ateniense sin duda. Nicias, hijo de Nicérato, está al mando. Pide que le indiquen el paradero de Epiménides. Trae consigo una llamada de auxilio: Atenas se muere, y sólo Epiménides puede salvarla.
La ciudad, que sufre una terrible plaga de peste, había acudido a pedir consejo al oráculo de Delfos, la cual señaló a Epiménides como la única persona que podía purificar la ciudad. Atenas se había condenado tras sacrificar a unos ciudadanos rebeldes que se habían protegido escondidos en lugar sagrado, un delito terrible.
La enseñanza de Epiménides parece clara. La ciudad debía aprender a disfrutar de la pausa, seguir el ritmo de los animales. La espera da lugar a la introspección, a la reflexión y al recogimiento. Fíjense en esta última palabra: re-cogere, volver a adquirir lo que se tenía desde el principio. Detenerse para, de esta manera, encontrarse a sí mismo.
Finalmente, Epiménides volvió a casa. Los atenienses le ofrecieron dinero, que él rechazó, e inició su último viaje de regreso a su isla. Era muy anciano y murió al poco de volver al hogar. Es controvertido el tema de su edad: Flegón dice que murió con 157 años, sus conciudadanos afirmaron que tenía 299 años cuando se produjo el óbito. Jenófanes afirma prudente que murió con "apenas" 154 años.
Cuenta Pausanias que cuando Epiménides murió, descubrieron que su piel estaba tatuada con unas figuras extrañas, parecidas a escrituras. Esto resultaba sorprendente, en tanto los griegos sólo tatuaban a sus esclavos. De nuevo Epiménides se muestra un sujeto de lo más extravagante. ¿Cómo se explican estos tatuajes?
La única explicación posible es que Epiménides tuvo contacto con las religiones chamánicas de Asia central, debido a que el ritual del tatuaje se asocia a menudo a la iniciación del chamán de estas religiones. Esto explicaría muchas peculiaridades de su filosofía, y el hecho de que se le adivinen influencias orientales. En una época tan emocionante como la "Era Axial", Epiménides sería un compendio de ideas, algunas lejanas, otras más cercanas, todas ellas asentadas en el suelo fértil de Creta, la tierra en la que floreció la civilización minoica.
La tierra en la que el tiempo encontró el ocio, la diversión y la pausa.
Los frutos los veremos pronto: perduran hoy en día y suponen los cimientos sobre los que se asienta nuestra cultura.
Pero para entenderlo, tendremos que iniciar otro viaje. Éste a pie. Un tortuoso calvario de 800 kilómetros cuya meta es introducir un palo en la tierra.
3. TIEMPO Y CONOCIMIENTOEL HOMBRE QUE ANDUVO 800 KILÓMETROS
Encuentran un ejemplar desconocido en Alejandría. Requisan el rollo, y le entregan a su propietario un recibo. Podrá recuperar su libro transcurridos unos días, cuando se haya transcrito su contenido. En realidad, lo más probable es que reciba la copia, y el museo se quede con el original requisado.
El esclavo espera fuera. No cuestiona las órdenes que recibe; desde niño se le ha adiestrado en obedecer. Un superior sale de la habitación y le hace un gesto; le ordena que se presente a las afueras del museo a las seis de la mañana.
Van a iniciar un viaje.
Será un viaje muy largo. Durante días nuestro hombre camina siguiendo una línea recta, hacia un destino que desconoce. Al cabo de una semana empiezan a dolerle terriblemente los pies. El calzado que lleva no es el adecuado para caminar durante tanto tiempo. Hay otros dos esclavos, pero son débiles, y él realiza casi todo el trabajo. Aunque aprovechan las horas de menos calor, el cansancio se ceba con unos hombres malnutridos cuya vida ha sido un constante trabajar de sol a sol, desde la infancia.
Unos funcionarios a lomos de unos mulos llevan de manera escrupulosa la cuenta de los pasos del esclavo. Al caer la noche comparan sus resultados. El esclavo no entiende la razón de este viaje ni de por qué se cuentan sus pasos. Él sólo se preocupa de dar un paso más, día tras día.
Han pasado 20 días, y el esclavo tiene heridas en los pies. El dolor es cada vez mayor, y la distancia que recorre en una jornada es, progresivamente, menor. Al final, las úlceras le impiden seguir caminando. Le permiten subir a un carro; el destino está cerca. Las heridas le supuran y desprenden un olor nauseabundo. El pie hinchado está sucio, ennegrecido, y comienza a tener fiebre.
Yace en el carro, sudando y delirando. Pasan los días. Cree haber oído que ya están de regreso. Espera poder recuperarse en Alejandría. Pero a los tres días una septicemia acaba con su vida. Sus compañeros de viaje se detienen el tiempo justo para hacer un apresurado enterramiento cerca del camino. No hay inscripción alguna, nada que indique la presencia de un cadáver humano.
Al fin y al cabo, no era más que un esclavo.
Se lo piensa un momento, y contesta:
- Ninguno.
Eratóstenes hace una seña con la cabeza y se queda solo, haciendo cálculos sobre un papiro. Tiene un skaphe, un reloj de su invención, a su lado. Con el dato que le acaban de dar, y otros que ha adquirido por sí mismo, medirá la circunferencia del planeta Tierra. 1800 años antes de Colón no sólo tiene la certeza de que el planeta es una esfera; además sabe lo que mide. Es extraordinario.
Carl Sagan lo explica en este vídeo:
En Grecia existía un listado de 7 sabios que cambiaron el mundo para siempre: Cleóbulo de Lindos, Solón de Atenas, Quilón de Esparta, Bías de Príene, Tales de Mileto, Pítaco de Mitilene y Periandro de Corinto. Lo cierto es que hubo varias listas, y en algunas aparecía nuestro Epiménides, el excéntrico sabio cretense. Estos hombres lograron crear un mundo contemplativo y amante del saber, en el que por vez primera nuestra especie utilizaba su tiempo para algo más que sembrar la tierra o guerrear; establecieron hipótesis que explicaran los fenómenos terrestres y celestes, y buscaron formas de comprobarlas empíricamente. Las matemáticas fueron un instrumento poderoso en manos de estos hombres y de sus sucesores; fueron capaces de predecir eclipses. De medir la circunferencia de la Tierra.
El "ocio", pues, es lo contrario al "no (nego) ocio", al negocio. Sin embargo, es fácil percibir que vivimos tiempos en los que la educación de más calidad es un negocio; no transmitimos a nuestros jóvenes valores de pausa y cultivo, sino de competitividad. Al conocimiento se le discute el valor de la siembra, y se memorizan programas, todos iguales, para poder aprobar un examen. Al poco, se olvida lo estudiado. La siembra cae en el terreno baldío de la urgencia.
En mi opinión, la diferencia radica en los medios de producción; en la antigüedad la mano de obra esclava facilitaba los excedentes necesarios para poder disfrutar de una vida más des-ocupada en buscarse el sustento. Los griegos se dedicaban a la escuela (al ocio), a los symposium o al teatro, porque disponían de tiempo. La clave fue que dedicaran su tiempo a cultivar la mente. Esa es la mayor herencia del mundo griego.
4: TIEMPO ACELERADOEL TIEMPO DEL RELOJ DE ARENA
El tiempo del hombre es un tiempo orgánico. Es el tiempo del latido, de las fases lunares, de las estaciones y la siembra.
El tiempo humano puede verse, porque es un tiempo de mareas, de relojes de arena, de amaneceres. Así ha sido durante decenas de miles de años: el humano transcurre al ritmo de la naturaleza. A su propio ritmo.
En Alemania, en el siglo XVI, el reloj de una iglesia comenzó a tocar los cuartos. Ya no bastaba con los años o los días. Ni siquiera las horas. El humano comenzó a necesitar una percepción del minuto. Más deprisa. Más competitivos. Más precisos.
Más iguales.
Con ello se alteró nuestra memoria operativa, la herramienta por la que procesamos la información del presente sobre la base de lo que hemos aprendido en el pasado, para así ser capaces de predecir el futuro. Con el tiempo mecánico, inmisericorde, no disponíamos de tiempo para pensarnos las cosas. La vida abandonó toda práctica contemplativa. Simplemente, pasaba por delante de nuestros ojos, a toda velocidad.
Viven ajenos al transcurso del tiempo. En palabras de Khalil Gibrán, serían “extraños en medio de las estaciones y prófugos de la procesión de la vida, que marcha en amistad y sumisión orgullosa hacia el infinito”. Están solos.
Alguien fallece con 70 años, y en su velatorio se comenta “¡era tan joven!” En la actualidad, tras la crianza de los hijos y los nietos, vivimos un tiempo muy largo y, permítaseme, redundante. Es muy probable que lleguemos cansados al final. Es incluso posible que estemos hastiados desde antes. Teilhard De Chardín decía que “el gran cáncer del hombre moderno es el aburrimiento”.
Vivimos tiempos de prisas e inmediatez, partícipes en una carrera hacia ninguna parte. Hemos creado una sociedad de analfabetos funcionales. La urgencia nos obliga a conformarnos con un aprendizaje de titulares. ¿Y a cambio de qué? ¿Qué conseguimos con tanta prisa?
Tener.
Somos esclavos del consumo. “La esclavitud no se abolió, sólo se puso en nómina”. Todos sabemos cuántas pulgadas tienen nuestras televisiones, cuánta potencia tiene nuestro coche o qué marca de ropa vestimos, y cuánto cuesta. Sin embargo, muchos de nosotros no sabemos cosas básicas, imprescindibles para entender nuestra propia naturaleza social o animal. Pondré un ejemplo:
Acababa de ocurrir el terremoto de Northridge, y la ciudad se había quedado sin luz. Lo que los ciudadanos estaban viendo aterrados eran estrellas. ¿No les parece algo más que una anécdota?
No podemos evitarlo. Erich Fromm nos explica que “el carácter social internaliza las necesidades externas, enfocando de este modo la energía humana hacia las tareas requeridas por un sistema económico y social determinado”. Parece que no hay salida. Es el sistema el que nos tiene presos.
¿O no?
Propongo la única cura eficaz: la pausa. Hace falta que vuelva Epiménides. Que nos recuerde lo que decía Empedocles: que “el mar es el sudor de la tierra”.
Es una frase que está llena de tiempo orgánico. De tiempo humano.
De tiempo.
Antonio Carrillo