Se trata de una pieza escrita por Priestley en 1937, que muchos consideran la mejor obra de su autor.«La herida del tiempo» fue la traducción del título que usó Luis Escobar cuando estrenó la obra en España en los años cuarenta. He leído el texto, que tenía muy disuelto en la memoria, y he encontrado una función intensa, perfectamente musculada, que habla del inexorable y tantas veces cruel paso del tiempo, pero también de la familia, de los sueños rotos, del fracaso, del socialismo, de la utopía, del desencanto, de la venganza, de la muerte... Y que lo hace con palabras amargas y pesimistas -aunque Pérez de la Fuente quiere hacer un montaje esperanzado y abierto al optimismo-, especialmente en un desgarrador segundo acto, que puede parecer un daguerrotipo antiguo, teñido en sepia, pero que no es sino un retrato vívido y desolador de una familia (una sociedad) que se mantiene prisionera de sus ambiciones, sus egoismos y su insolidaridad exactamente igual que hace setenta y tres años...
El tiempo, dice Pérez de la Fuente, es el gran devorador de nuestras vidas. Y «más allá del juego apasionante entre el tiempo dramático y el tiempo real -sigue-, el texto es una reflexión siempre actual sobre lo que es el tiempo para cada uno de nosotros».