El sábado tuve la ocasión de compartir varias horas con la compañía, que componen Nuria Gallardo, Alejandro Tous, Juan Díaz, Chusa Barbero, Débora Izaguirre, Ruth Salas, Alba Alonso, Román Sánchez Gregory y Toni Martínez. También con el equipo técnico: Esther, Esperanza , Judit, Ricardo... Estuve con los actores mientras hacían una "italiana" (un repaso del texto) en el patio de butacas. Es curioso ver los ritos, las manías y las costumbres de cada actor: mientras alguno paseaba arriba y abajo por entre los asientos, otros permanecían en el escenario y aprovechaban las ausencias de sus personajes para realizar ejercicios físicos o vocales.
Pude luego ver el trasiego y los nervios en la zona de camerinos, el alboroto previo a la función, las idas y venidas de los actores en sus cambios de vestuario... Siempre me he sentido, no lo puedo remediar, un intruso, un invasor de un espacio que -no vamos a exagerar- no es sagrado pero sí es, al menos así lo veo yo, un perfume de intimidad que a mí no me gusta romper.
Y después vi la función entre cajas, en un oscuro rincón desde el que atisbaba parte del escenario (la foto la tomé desde ahí con el teléfono); en ese lugar donde se oye la respiración de los actores, donde los gestos son un primer plano, donde no hay posibilidad de engaño alguno porque la mentira suena mucho más potente. Ahí disfruté de unos actores comprometidos con un texto y con unos personajes que tienen más carne de lo que en principio podría parecer, y con una cercanía que hacía tiempo que no experimentaba. Conmigo estaba Juan Carlos, al que he visto en más de una ocasión desasosegado y al borde de la histeria. No fue así en Santander, donde él también disfrutó de sus actores y de una puesta en escena que, estoy seguro, va a recibir muchos aplausos allá donde se presente.