Imaginemos el siguiente panorama escénico y argumental: el viejo y estirado profesor Serebriakov, después de un cuarto de siglo dedicado a la docencia de las artes, se retira a vivir su vejez con su jovencísima esposa Elena (que apenas tiene 27 años). Poco a poco, el aura de respetabilidad intelectual que rodeaba a su figura parece irse erosionando, porque se va descubriendo que en realidad no es el brillante genio que muchos pensaban y que él mismo se ha ido encargando de pregonar. Cerca de la pareja se encuentra el maduro Voinitski (Vania), que ha trabajado para el profesor durante muchísimo tiempo y que ahora mantiene una relación muy tensa y bastante agria con él, entre otras causas porque ha sufrido una amarga decepción con él en el terreno humano y profesional, al descubrir sus notorias carencias. Añadamos ahora al conjunto la presencia de Sonia, hija no muy agraciada de Serebriakov; y por último la figura de Astrov, un médico que se considera embrutecido y decepcionado con su trabajo y que, para compensar esa tristeza, dedica toda su inteligencia y todas sus energías a la conservación de la naturaleza, habiéndose convertido en un defensor de la vida natural y de los bosques. Con este elenco de personajes y de temperamentos, el ruso Antón Chéjov nos ofrece un drama donde las relaciones humanas se van poco a poco tiñendo de acrimonia y donde los destinos se van enredando en una madeja turbia, porque nadie parece ser feliz en las condiciones en que vive: Sonia está enamorada de Astrov, pero sabe que el médico no siente nada por ella; Elena reconoce ante su hijastra que no es feliz en su matrimonio, pero a la vez se siente incapaz de entregarse al amor de Vania, que se lo ofrece con claridad en más de un instante de la obra; Serebriakov se siente viejo y muestra bien a las claras que no se encuentra cómodo en este retiro ocioso en el que chapotea, asediado por las malas caras de Voinitski y por la ausencia de honores académicos. Cuando el jubilado profesor, harto de los comentarios ácidos que lo tienen como protagonista, comunica que desea vender la propiedad en la que se encuentran y establecerse en Finlandia veremos cómo Vania, arrepentido de haberle tributado su vida y viéndose ahora al borde del abandono, alzará un arma contra él... Chéjov nos lleva en esta pieza a dar un paseo por los pasillos de la decepción y del fracaso, allí donde las vidas se ven salpicadas por el lodo y los dientes rechinan por lo que pudo haber sido y no fue. Genial, como siempre.
Imaginemos el siguiente panorama escénico y argumental: el viejo y estirado profesor Serebriakov, después de un cuarto de siglo dedicado a la docencia de las artes, se retira a vivir su vejez con su jovencísima esposa Elena (que apenas tiene 27 años). Poco a poco, el aura de respetabilidad intelectual que rodeaba a su figura parece irse erosionando, porque se va descubriendo que en realidad no es el brillante genio que muchos pensaban y que él mismo se ha ido encargando de pregonar. Cerca de la pareja se encuentra el maduro Voinitski (Vania), que ha trabajado para el profesor durante muchísimo tiempo y que ahora mantiene una relación muy tensa y bastante agria con él, entre otras causas porque ha sufrido una amarga decepción con él en el terreno humano y profesional, al descubrir sus notorias carencias. Añadamos ahora al conjunto la presencia de Sonia, hija no muy agraciada de Serebriakov; y por último la figura de Astrov, un médico que se considera embrutecido y decepcionado con su trabajo y que, para compensar esa tristeza, dedica toda su inteligencia y todas sus energías a la conservación de la naturaleza, habiéndose convertido en un defensor de la vida natural y de los bosques. Con este elenco de personajes y de temperamentos, el ruso Antón Chéjov nos ofrece un drama donde las relaciones humanas se van poco a poco tiñendo de acrimonia y donde los destinos se van enredando en una madeja turbia, porque nadie parece ser feliz en las condiciones en que vive: Sonia está enamorada de Astrov, pero sabe que el médico no siente nada por ella; Elena reconoce ante su hijastra que no es feliz en su matrimonio, pero a la vez se siente incapaz de entregarse al amor de Vania, que se lo ofrece con claridad en más de un instante de la obra; Serebriakov se siente viejo y muestra bien a las claras que no se encuentra cómodo en este retiro ocioso en el que chapotea, asediado por las malas caras de Voinitski y por la ausencia de honores académicos. Cuando el jubilado profesor, harto de los comentarios ácidos que lo tienen como protagonista, comunica que desea vender la propiedad en la que se encuentran y establecerse en Finlandia veremos cómo Vania, arrepentido de haberle tributado su vida y viéndose ahora al borde del abandono, alzará un arma contra él... Chéjov nos lleva en esta pieza a dar un paseo por los pasillos de la decepción y del fracaso, allí donde las vidas se ven salpicadas por el lodo y los dientes rechinan por lo que pudo haber sido y no fue. Genial, como siempre.