Al despertar del mal sueño, Consuelo estaba allí, sosteniendo su mano con ternura y sonriéndole suave y en silencio. Pasaban así las largas tardes de otoño, cogidas de la mano y con el monólogo discreto de la servicial Consuelo, que señalando con el índice las cosas de la habitación, silabeaba despacio sus nombres, para satisfacer la curiosidad sin límites de su señora enferma de olvido crónico.Uno de esos tantos atardeceres, de sol moribundo y luna en pañales, Soledad miró sus manos sutilmente entrelazadas a las de Consuelo con absoluto reparo. No entendía por qué su mano pequeñita y blanca se perdía por completo en la mano de Soledad, descomunal y morena. La recordó como la mujer de apariencia frágil que había sido siempre, en contraposición con su robustez de buena crianza. La inquirió por el sorpresivo hallazgo y ella se tomó todo el tiempo del mundo en responder la pregunta de toda una vida dedicada a desvivirse:-La naturaleza que es sabia señorita, cuanto más grande es consuelo más pequeña es soledad.
Texto: Teresa Liberal Lodeiropuertas sillas hosteleria mobiliario hosteleria calderas precios calderas