Acariciar, zarandear, estimular, golpear, pellizcar... Son acciones que el teatro debe llevar a cabo sobre los espectadores. Debe conseguir removerle, conmoverlo, divertirlo, incomodarlo, conmocionarlo... Y entretenerlo. Todo menos dejarlo indiferente. Ése es el teatro vivo, con mayúsculas, y hay tantos caminos para lograrlo como escenarios hay en el mundo.
«El tipo de la tumba de al lado», un cuento para adultos, como la propia Maribel lo define, es una obra que acaricia al espectador. Un cementerio es el lugar en el que se encuentran dos personajes y allí comienza su historia de amor, dificultada por las enormes diferencias sociales y culturales que les separan. La función es conmovedora; puede tacharse de ligera, pero tiene la rara habilidad de conseguir que los espectadores empaticen con los dos personajes, que los compadezcan, que los acompañen, que se rían con ellos; que los quieran, en definitiva. Su peripecia es divertida, tierna, agridulce. No estamos hablando de Chéjov o Shakespeare, pero sí de una pieza de juguete, un pequeño frasco de perfume que al levantarse el telón expande su agradable aroma por toda la sala.
Disfruté mucho de la función en el teatro-salón Cervantes de Alcalá de Henares. La función, no sé muy bien por qué, no viene a Madrid (Maribel tiene previsto en septiembre el estreno de «Los hijos de Kennedy»), y era la oportunidad de verla. Los dos actores se entienden muy bien y se nota... Le dan a cada uno de sus personajes el color y el tono adecuados -él es un granjero y ella una bibliotecaria-, y con sus manos logran que esa caricia llegue a los espectadores.