El Titánic

Publicado el 17 agosto 2013 por Monpalentina @FFroi
Froilán De Lózar
Publicista
Renace a finales de siglo el fantasma Titanic, y con él una de las mayores tragedias del mar.

"…Dejen en paz al Titanic, buscadores de tesoros, piratas, buítres…" —pedía en 1987 Eva Hart, una de las supervivientes. Pero, curiosamente, nadie sabe por qué, uno de los últimos veranos de esta década, cuando George Tulloch lograba sacar a la superficie una parte del buque, Eva lo apoyaba con su presencia. La alegría por aquella visión fue muy efímera. Pronto se romperían los cables que lo sujetaban a un remolcador y los restos regresaban al fondo. Todo estaba ya escrito. En este fin de siglo, el cine nos devuelve una de las tragedias más horripilantes del mar, que en cifras humanas y por riguroso orden de clases quedó resumido de la siguiente forma: “Se salvaron el 75% de los pasajeros que viajaban en primera clase; 4 de cada 10 de los que ocupaban los camarotes de segunda y de 710 pasajeros que viajaban en tercera murieron 536, es decir, tres de cada cuatro”. La experiencia de contar algo que no ha pasado todavía, nos remite a Julio Verne, el escritor francés que muere a primeros de siglo, dejando tras de sí la interpretación de historias impensables que luego se cumplieron, como “Viaje a la luna”, o “Veinte mil leguas de viaje submarino”. En su “Viaje al centro de la Tierra, por ejemplo, el escritor trabaja en la teoría que hoy sostienen muchos investigadores, según la cual, la tierra sería hueca y existiría otro Universo con vida inteligente dentro de ella.
Como Julio Verne, catorce años antes de producirse la tragedia, que llevó a pique en menos de tres horas al trasantlántico más grande y mejor equipado del mundo, otro autor, Morgan Robertson, había escrito una historia en la que un fabuloso barco, de nombre Titán, el mayor que se había construído jamás, naufragaba al colisionar con un iceberg, en una fría noche de abril. El Titanic fue botado el 1 de Mayo de 1911 y entregado el 1 de abril de 1912. Pesaba 46.328 toneladas y desplazaba 66.000. Sus tres hélices, accionadas por dos máquinas alternativas de cuatro cilindros (una potencia de más de 50.000 caballos), le permitían alcanzar fácilmente los 25 nudos. Este mundo flotante, con baños turcos, pistas para ciclistas, piscinas, campos de tenis, ginnasios, comedor para 500 personas, lujosos apartamentos privados, capaz de llevar 3000 personas y dotado de los más modernos sistemas de seguridad, es tragado por las aguas del Atlántico Norte, un domingo, en el quinto día de su viaje inaugural. Un agudísimo espolón de hielo rompe la proa y enormes cantidades de agua penetran por las mamparas. Thomas Andrew, su constructor, que iba a boprdo en este viaje inaugural, después del impacto y tras una serie de cálculos, respondió: “No hay nada que hacer. Muy pronto el Titanic, el “insumergible” se irá a pique”. Una prestigiosa revista ‘Ship–Builder’, escribió: “El capitán, simplemente accionando un interruptor eléctrico, puede cerrar al instante todas las puertas y hacer la nave prácticamente insumergible”. Y la revista ‘Engineering’ añade: “El Titanic representa todo lo que la previsión y el conocimiento humano son capaces de inventar para hacerle inmune a casi cualquier daño”. En la sala de fumadores pensaban lo mismo, y pasados los primeros momentos de inquietud, cuando caen sobre la cubierta toneladas de hielo, alguien bromea: “¿no podríamos conseguir un poco de hielo para el whisky?”. La serenidad de los pasajeros tiene su justificación en el convencimiento de la tripulación sobre aquella característica del barco: insumergible. En Southampton, la señora Marie Caldwell, mientras vigilaba a los mozos que cargaban sus maletas, había preguntado a uno de ellos:
“¿Este barco es verdaderamente insumergible?” ”Sí, señora –respondió el interpelado— ni siquiera Dios podría echar a pique el Titanic.
El Titanic era entonces una prueba del hombre, de la capacidad creadora del hombre, y quienes participaron de su grandeza, puesta de manifiesto en sus lujosos decorados y su fuerza de arrastre, se quedarían hoy asombrados del crecimiento y la ambición humana. El Titanic, ya tiene sustituto: El Carnival Destiny, un buque de placer construído en Italia, que desplaza 100.000 toneladas y tiene capacidad para 3400 pasajeros, más un millar adicional de tripulantes. Diseñado para realizar cruceros por el Caribe de una semana, partiendo de Miami y dando la vuelta por Bahamas o Santo Domingo y alberga en su interior tiendas libres de impuestos, casinos, teatros, restaurantes y todo aquello que imaginarse pueda. El pasado año, otra compañía británica anunciaba la llegada del Grand Princens, con 4000 toneladas más que el anterior.

La película de James Cameron, el espectacular director de “Abyss”, que reconstruye el trágico suceso; la más cara de la historia, con un presupuesto de 285 millones de dólares, busca el atenuante de la tragedia con la historia de amor de Jack Dawson (Leonardo Di Caprio), un bohemio que viajaba en tercera clase y Rose Dewitt Butaker (Kate Winslet), una joven millonaria. El cine y la literatura nos llevan al encuentro de otras vidas. Cuentan que, Benjamin Gugenheim, un play boy millonario que viajaba con su amante, cuando se dio cuenta de que el buque se hundía, bajó a su camarote y cambió su salvavidas por un frac. Al regresar a cubierta anunciaba que, puesto que iba a morir, quería hacerlo como un caballero.

El Boston Globe, evaluó en más de 500 millones de dólares la suma de las fortunas personales de las más ilustres víctimas y, en el fondo, por la evidencia de quienes murieron, prevaleció el derecho de primera clase y en pocas ocasiones se nombró a los de tercera. La historia ya estaba escrita antes. ©Froilán de Lózar para Diario Palentino Para saber más, nuestra entrada en "Curiosón" Imagen: El Titánic