el titánico desafío de romper el silencio

Publicado el 09 febrero 2011 por Libretachatarra

EL DISCURSO DEL REY
data: http://www.imdb.com/title/tt1504320/
Hay personas que buscan su destino. Y otros, a los que el destino los elige. Albert era el segundo en el trono inglés, el menos agraciado de dos hermanos, chueco, tartamudo, gris. Edward, el futuro rey, le sacaba varios cuerpos de ventaja. Y Albert estaba cómodo en ese puesto de oficial de marina relegado en la Casa Real Británica.
Pero el destino tenía otros planes. Lo señaló para cargarse el futuro de su nación al hombro, en un momento histórico, imprescindible. El tartamudo, el tipo que enmudecía en público, el orador intermitente, se subía al ring para batirse, golpe a golpe, con Adolf Hitler, el maestro de la oratoria del odio. Albert, ya como Jorge VI, debía convertirse en la voz del líder que guiara a su pueblo en, tal vez, su hora más oscura.
“El discurso del rey” es la historia de una epopeya: la de un hombre venciendo a sus miedos. Magistral composición de Colin Firth, con un contrapunto no menos grandioso de Geoffrey Rush y de Helena Bonham Carter. Colin Firth, como Natalie Portman con “Cisne negro”, han elevado el listón de sus respectivas carreras. Nos regalan actuaciones memorables y si no ganan sus correspondientes candidaturas al Oscar será uno de los robos más descarados de la historia de ese premio.

En algún momento de la película, Jorge V (breve pero sublime Michael Gambon) le dice a su hijo que “en el pasado todo lo que tenía que hacer un Rey era verse respetable en su uniforme y no caerse del caballo” pero que ahora “Nos volvemos ¡actores!” remata con desprecio. Ahí está la clave del filme. En otra época, la tartamudez del futuro Jorge VI no hubiera sido obstáculo para desempeñar su rol. El rey era una figura lejana y sin contacto con la plebe.
Pero a principios del siglo XX, la difusión de la radio modificó drásticamente el modo en que el soberano se relacionaba con sus súbditos. Ahora su voz llegaba a los hogares británicos. Y, pese a que la oratoria no tenía (ni tiene) ninguna relación con la capacidad de gobierno, los millones de británicos lo juzgarían exclusivamente por su habilidad en ese campo. Estamos en el principio del Homo Videns, en el estadista que debe dejar su lugar al showman.
En la hora más negra de la Gran Bretaña con Hitler acechando la isla, sólo un hombre, ante la defección de todos los candidatos, cargaba con la obligación de infundir ánimo en el corazón de su pueblo. Y ese tipo no podía ser otro que el Rey. El mismo tipo que no podía dar dos palabras seguidas sin trabarse.
Lo destacable de “El discurso del rey” es que no se limita a describir el tratamiento heterodoxo que Lionel Logue aplica para resolver el problema de dicción del monarca. No es un documental médico. Es un drama. Y la trama se centra no en la consecuencia (el tartamudeo) sino en la causa, el ninguneo que ha sufrido Albert desde su mismo nacimiento. El conflicto dramático de Albert no es su tartamudeo; el conflicto es su vacilación para imponer su voz. Cuando Albert clame: “¡Por qué yo soy el Rey!”, su tartamudeo habrá desaparecido.

Lionel no es más que el guía que le muestra el camino al héroe quien se encuentra en la etapa inicial de su negativa a la aventura. Lionel lo llevará al borde y no le soltará la mano: él, antes que todos, ha visto el potencial del rey, en el tartamudeo confuso del segundo en la línea de sucesión.
Hay una sublime escena, el discurso del Rey cuando se inicia la Segunda Guerra Mundial. Es brillante en su construcción porque estamos pendientes, como en una escena de acción, suspendidos por la solapronunciación de una palabra. Y es brillante estéticamente, porque nos revela el fulgor que hay en el idioma, el notable invento de la humanidad que se las arregló para inventar un código con el que poder compartir los sentimientos más íntimos de los que somos capaces: amor, odio, compasión, fe, compromiso, miedo, lealtad, grandeza, justicia.
Hay algo divino en cada palabra, hay algo mágico en el hecho que podamos, con una combinación de fonemas previamente concertados, invocar la presencia de un sentimiento.
Ese discurso lo dio el 3 de septiembre de 1939, S.M.B. Jorge VI desde el Palacio de Buckingham. Para los que saben inglés, vaya de regalo la verdadera voz del monarca en ese discurso, que alguien supo subir a you tube: