Este “equipo de primera” debería bastar para garantizar un éxito masivo, y sin embargo es probable que Tinker, tailor, soldier, spy (así es el título original) seduzca de manera selectiva: a los amantes del género de espionaje, y en especial a los fans de films inspirados en la literatura de Le Carré (recordemos El sastre de Panamá y El jardinero fiel) y a quienes añoran el antecedente televisivo que John Irvin dirigió y Alec Guinness protagonizó en 1979.
Para los legos en la materia, El topo corre serios riesgos de resultar anacrónica y hasta intrincada. Salvo contadas excepciones, da la sensación de que las historias de agentes secretos ambientadas en la Guerra Fría perdieron vigencia y/o seriedad (la sola mención de una facción llamada “Control” evoca a Maxwell Smart). El cruce permanente de personajes, datos y rumores parece atentar contra el intento de reverir esta tendencia. Si a esto le sumamos la alternancia de tiempos narrativos, las chances de reparación disminuyen todavía más.
Cuesta transitar con lucidez la red de recontraespionaje que George Smiley busca desenmarañar. La superposición de nombres, seudónimos, fechas, intrigas tiende más a marear que a desafiar la inteligencia del espectador.
Quizás sólo sea cuestión de dejarse llevar por la reconstrucción de época (y de un mundo bipolar), por la música que compuso Iglesias y/o por el elenco astral que lideran Oldman, Hurt, Firth, McBurney, Jones.
En caso contrario, El topo dista de ser una propuesta apta para todo público.