El torreón de bollingen de c. g. jung y su simbología

Por Joseantonio
Retomo en esta entrada mis memorias sobre nuestra visita a la casa que construyó C. G. Jung en el pueblecito suizo de Bollingen. Después de haber realizado montañismo y subido a lo alto de una de las montañas de los Alpes suizos, de cerca de 3.000 metros de altitud, partimos de Grindelwald en dirección a Bollingen y, posteriormente, a Küsnacht, donde está enterrado C. G. Jung
Mientras nos dirigíamos hacia la finca de Bollingen, venía pensando en la multitud de curiosos que habrán visitado este lugar. Me decía que, este lugar, parecía haberse convertido en una especie de centro de peregrinación de aquellos interesados en el psiquiatra suizo C. G. Jung. Al mismo tiempo, me preguntaba si, quienes lo visitan, no habrán convertido a esta figura en una suerte de “nuevo mesías”. Demasiado a menudo había comprobado yo, en algunos sectores junguianos, una atmósfera de tipo “sectario”, lo que se aleja por completo, desde mi punto de vista, del objetivo primordial de toda la obra de Jung: la de permitir que el individuo tome contacto con la fuente creativa de su propio mundo interior (su Alma, a la que Jung denomina Inconsciente Colectivo), un mundo del que brotan imágenes simbólicas colmadas de un significado y de un sentido esenciales para la salud psíquica e, incluso, para el destino, tanto del individuo, cuanto del colectivo.  De ese modo, si uno continúa el genuino legado de Jung, se dirigirá hacia su propio Inconsciente, tomará contacto con los espíritus de sus ancestros (arquetipos, los denomina Jung) y encontrará en ellos la guía que su consciencia precisa. Tomará consciencia, experimentará en sí mismo, lo que Jung realizó en vida en su Torre de Bollingen, esto es, el contacto de su conciencia con lo Inconsciente, tras el necesario descenso del nivel mental, practicando la Imaginación Activa y diferenciando, cada vez más, aquella función generadora de símbolos, a la que Jung denominó Función Trascendente.
Pensaba para mis adentros que, continuar el legado de Jung no es, como muchos opinan, aprenderse de memoria sus trabajos y, como monos listos, repetirlos hasta la saciedad, haciendo gala de lo bien que uno reproduce los contenidos de sus obras. Si bien, leer la obra de Jung es importante, en el sentido de ser una conditio sine qua non, lo verdaderamente importante estriba en la realización de la propia individuación, para lo cual se precisa disponer de  un “lugar” apropiado, donde dedicar la vida entera a realizar  (es decir, a convertir en realidad) el Libro Rojo de cada uno, en donde dar nacimiento a la divinidad en el seno del Alma. Allí, en la interioridad de nuestra Alma, Dios se hace fecundo.
Ahora, inmerso en mis vastas pesquisas, rememoro aquel acontecimiento sublime, tremendamente horroroso, dolorosamente desgarrador, en el que, a través de sueños y visiones, lo Inconsciente, entre otras muchas imágenes simbólicas,  me mostró la imagen de un antiguo libro, semejante a un manuscrito medieval, aunque sin ilustraciones, cuyas hojas semejaban las de un vetusto pergamino. Y comprendo, mejor que nunca, que esa es, en verdad, una imagen de mi propio Libro Rojo.  Por eso, cada uno ha de descubrir cuál es su Camino (Tao), su proyecto vital, o el mito que vive en él. Y este mito es el suyo, único e intransferible. Aquél que no comprenda esto, según mi experiencia, tarde o temprano caerá de su desatinada e impracticable impostura.
Pero la experiencia con los arquetipos, con los espíritus de nuestros ancestros, resulta demasiado onerosa, tremendamente humillante para nuestra conciencia. Porque, lo que ellos nos “dicen”, nos “indican”, nos “muestran”, nos “revelan”, en multitud de ocasiones, rompe la imagen del mundo de nuestra consciencia. Y, las más de las veces, uno se enfrenta a situaciones que,  a nuestra consciencia, le resultarán terribles. Por ejemplo, un encuentro con el arquetipo de la sombra nos desvelará, o nos puede desvelar, al “asesino” o al “criminal” en potencia que uno podría llegar a ser, si las condiciones son propicias para que tal “asesino” emerja. Y esto, para nuestro ego, es humillante. De igual modo, el arquetipo del anima, por ejemplo, puede “mostrarnos” que nuestra actitud para con las mujeres, en particular, y, para con lo femenino, en general, es misógina, pre-juiciosa y harto angosta. Y esta experiencia es, para nuestro ego, muy humillante. O bien, una experiencia con lo Inconsciente puede enseñarnos que, nuestro ego, apenas es una pequeña y diminuta luz, semejante a la llama de una vela, en la vasta inmensidad de nuestro mundo interior y/o exterior. Y esto, para una conciencia moderna, es tremendamente humillante.
Y, realizada esta digresión, regreso a nuestra visita a la Torre de Bollingen. Sobre la construcción del Torreón en Bollingen dice Jung en Recuerdos, Sueños, Pensamientos lo siguiente:
A través del trabajo científico fui asentando paulatinamente mis fantasías y los temas del inconsciente sobre terreno firme. Sin embargo, la palabra y el papel no me bastaron; necesitaba algo más. Tuve que reproducir en la piedra mis ideas más íntimas y mi propio saber, o hacer una confesión en piedra. Tal fue el principio del Torreón que me construí en Bollingen.” P. 230
A Jung le había fascinado desde siempre la orilla norte del lago de Zurich, así que, apenas hubo reunido el dinero suficiente para comprar el terreno en Bollingen, en 1922, se hizo con ello. Este terreno se encuentra en la región de San Meinrad, el solar perteneció al monasterio de Saint Gall y, según parece, antes de éste, ya fueron construidos otros templos en aquel lugar. Así que, por lo que vemos, la ubicación de la zona está relacionada con sus peculiares características. En el vídeo del programa Cuarto Milenio, dedicado a la figura de C. G. Jung, dirigido y presentado por Iker Jiménez, que verán a continuación, mencionan también este extremo.

Si bien, Jung planeó, originalmente, la construcción de un edificio de un solo piso, con un hogar en el centro, los dormitorios a los lados, junto a los muros de la vivienda, sin electricidad, ni agua corriente, inspirándose en las cabañas africanas donde el fuego arde en el centro y la vida de toda la familia, los animales, etc., se desenvolvía alrededor de ese centro, pronto se dio cuenta de que aquella vivienda era demasiado primitiva para él. Así, construyó primero el Torreón circular en 1923. Este torreón significa, para Jung, una especie de Útero Materno de la Diosa, una modalidad labrada de Cueva o, también, el seno materno de una Virgen.
Sin embargo, con el paso del tiempo se percató de que, aquella construcción, el Torreón, no representaba la totalidad de su edificio psíquico, que aún había más que manifestar. Y, en 1927, tras cuatro años de trabajo, construyó una nueva edificación circular, un anexo en forma de torreón.
Poco tiempo después, Jung tuvo la sensación de que, aquellas construcciones, eran aún demasiado primitivas, y, en 1931, cuatro años después, el anexo se convirtió en un segundo Torreón. En este segundo torreón, reservó un espacio exclusivamente para él, de inspiración india, donde poder retirarse para meditar. En esta habitación aislada quedaba a solas consigo mismo y, allí, nadie podía acceder sin su autorización. Guardaba la llave celosamente siempre en su poder. Allí, en el transcurso de los años, Jung fue pintando las paredes en su afán de  expresar, de ese modo, las imágenes que le brotaban en su aislamiento (ejercitando la meditación que él denominó Imaginación Activa). Por eso, aquella habitación,  como él mismo afirma “constituye un prisma de meditaciones  e imaginaciones –con frecuencia meditaciones muy desagradables y pensamientos asaz difíciles- un lugar de concentración espiritual”, donde entrar en contacto con la eternidad.
Cuatro años después, vuelve a sentir la necesidad de expresar la existencia de “algo más”, y construye una logia y un patio, junto al lago, lo que simbolizaba un espacio que se abría a la naturaleza y al cielo. Estas construcciones constituían la cuarta parte del conjunto arquitectónico y se hallaban separadas del triple complejo principal. El ala intermedia, oculta entre los dos Torreones, representaba para Jung su propio ego, por lo que levantó un segundo piso a esta edificación, representando así la supremacía de la conciencia, sobre el edificio completo, alcanzada en la vejez.
Fíjense que, de ese modo, el edificio completo está formado por cuatro diferentes alas, realizadas en el transcurso de doce años, lo que manifiesta una clara simbología solar. Por cierto que, la simbología que impregna mi última novela “La Hermandad de los Iniciados” comparte con la construcción de la casa de Jung el simbolismo solar. Y, algo muy interesante, me serví, sin conocer en su momento estos datos, del mismo simbolismo para los capítulos y apartados de mi libro El retorno al Paraíso Perdido. Ambos libros constituyen, para mí, algo así como los dos Torreones de mi edificio intelectual.

Ahora bien, la construcción del edificio de Bollingen surgió como si de un mándala se tratara. Es decir, no había una intención consciente de hacerlo así. Sino que surgió, en un acto creativo, tal cual le iba surgiendo a Jung. Del mismo modo que, cuando escribo un libro, no sé de antemano si será una novela, si un ensayo o si un híbrido. Simplemente surge como surge. Jung lo expresa del siguiente modo: “Construí la casa por partes aisladas y seguí siempre las respectivas necesidades concretas. Las conexiones íntimas no las medité nunca. Se podría decir que construí el torreón en una especie de sueño. Sólo posteriormente vi lo que había surgido y que ello poseía una forma razonable: un símbolo de la integridad psíquica. Se había desarrollado como si una vieja simiente hubiera germinado.”
De ahí que continúe diciendo:
 “En Bollingen estoy en mi propia esencia, en lo que a mí respecta. Aquí soy, por así decirlo, el “hijo primitivo de la madre”. Así se dice sabiamente en la alquimia, pues el “viejo”, el “primitivo” a quien experimenté ya de niño, es la personalidad número 2 que siempre ha vivido y vivirá (el espíritu de las profundidades, lo llama en otro lugar). Está al margen del tiempo y es  hijo de lo inconsciente maternal. En mis fantasías el “primitivo” adoptó la figura de Filemón y en Bollingen está vivo.”

Arcano 16 del Tarot de Marsella. La Torre.


Filemón es, para Jung, la imagen simbólica del arquetipo del Viejo Sabio, cuyo paralelo en las leyendas artúricas sería Merlín. La sabiduría proviene de este arquetipo, del Self, que representa el centro y, al tiempo, la totalidad de la psique, y nunca del Ego, de la conciencia, quien, para no incurrir en inflación, ha de adoptar para con el Viejo Sabio, el “primitivo”,  la actitud del puer aeternus, siempre dispuesto a aprender. Aquél que considera a este primitivo Viejo Anciano como egocéntrico, proyecta la situación en la que se encuentra su conciencia o su ego en la figura del Anciano Sabio, incurriendo de ese modo en una grave inflación. La caída desde lo alto del Torreón (algo que viene muy bien representado en el arcano mayor número 16 del Tarot de Marsella, que lleva por nombre La Torre) es el destino que le espera a un ego en dicho estado. Una situación, por cierto, que ha conducido a nuestra cara civilización occidental-occidentalizada a la grave crisis en la que está sumido el mundo.