El Tour de 1992. XXI.

Por Rafael @merkabici
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Nada más terminar el descenso del Col de Iseran se empezaba a ascender el siguiente coloso del día, nada menos que el Mont Cenis, aunque por su vertiente menos dura, la francesa. Un puerto lleno de historia, el sitio por donde, parece, Aníbal consiguió franquear los Alpes en pleno invierno, con su tropa de elefantes, debiendo destruir algunas piedras que impedían su paso con una mezcla de vinagre caliente y golpes precisos. Un lugar donde se han escrito tantas epopeyas por tantos héroes. La línea de entrada más lógica a Italia desde Francia a través de los Alpes, la vista del Valle de Turín.

Un sitio también ideal en el ciclismo, con unos diez kilómetros al ocho por ciento de pendiente media, lejos del monstruo que es Mont Cenis por la otra vertiente, más de 20 kilómetros durísimos, pero también un magnífico alto de primera categoría. Y por encima, de nuevo, de los 2000 metros, con lo que la falta de oxígeno empezará también a pasar factura a los ciclistas.

En Mont Cenis ya sólo se mueven los grandes

Unos ciclistas que se han reagrupado en el descenso de Iserán por detrás de Chiapucci, que continúa en solitario su escapada. Por detrás un pelotón de apenas quince unidades, ya con Bugno, Indurain y Lino juntos, y algunos otros grandes escaladores como Vona, Hampsten, Chioccioli o Virenque. También compañeros de equipo de los tres grandes protagonistas del Tour, como Roche, Fignon, Delgado o el colombiano del Gatorade Abelardo Rondón, antiguo ciclista del Reynolds.

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Es precisamente Rondón el que provocará el movimiento definitivo que acabará por romper en mil pedazos ese ya escaso grupo perseguidor. Alentado por su jefe de filas Rondón acelera, un potente sprint al que sólo responden Indurain y Bugno, que está soldado a rueda del americano. Por detrás Fignon, de nuevo ideólogo de esta aceleración, sonríe. Al fin Bugno se muestra como el outsider que realmente es. Agotada la chispa de Rondón tras un par de centenares de metros el que hace otro sprint seco, poderoso, es Gianni Bugno. Una salida totalmente violenta, salvaje, que le debe dejar solo en cabeza tras su compatriota. Aguanta la embestida cien metros, ciento cincuenta. Luego se gira. A su rueda, soldado con eficiencia, sin apenas aparentar esfuerzo, se encuentra Miguel Indurain. Es en ese momento en el que la cabeza de Bugno dice “basta” y se rinde para siempre.

Historia y ciclismo

Pero eso ocurrirá aun un poco más adelante, porque en ese instante, en mitad de aquella orgía maratoniana de puertos y calor, Bugno e Indurain escalan con solvencia las pendientes de Mont Cenis intentando reducir la ventaja de Chiapucci, que desde luego va bajando con menos facilidad de lo esperable tras casi 200 kilómetros de fuga. Pero ya todo está roto, las cartas aparecen sobre la mesa y los tres grandes del Tour tiran en solitario para defender sus intereses. Por detrás el apocalipsis del cual solamente se salvan unos pocos. Entre ellos no está Lemond, a más de 20 minutos, ni Leblanc, el campeón de Francia, que se encuentra a más de media hora.