El Tour de 1992. XXIV

Por Rafael @merkabici
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El destino de Claudio Chiapucci se tuerce, parece que de forma definitiva, cuando a menos de cinco kilómetros para meta Indurain descuelga a Franco Vona y se va en solitario hacia la cima, en pos de un diablo que apenas puede avanzar entre la carretera, en parte por su propia fatiga y en parte por el enorme gentío que invade casi por completo el asfalto, miles y miles de aficionados totalmente volcados con la gesta de su ídolo.

Pero parece que de nada le va a servir. Indurain ha puesto, por primera vez en su carrera en el Tour de Francia, ese ritmo suyo que con el tiempo se hará característico, esa pedalada demoledora que va dejando la carretera sembrada de cadáveres, y que sus rivales tanto recordarán años después por haberla visto en el Galibier, en Hautacam, en La Plagne. Indurain ha olido sangre, ha visto flaquear a Bugno, ha visto que puede cazar a Chiapucci y, aunque nunca fue amigo el navarro de victorias parciales, también ha visto que puede hacer ese día con la etapa. Y ha encendido la moto, y Vona no ha podido seguirle. Y por delante, ya casi a un minuto, allá a lo lejos, entre los coches, el gentío, el calor, y la leyenda, transita, medio muerto, Claudio Chiapucci.

Chiapucci, esfuerzo agónico

Faltan tres kilómetros a meta. Chiapucci lleva a Indurain 45 segundos. Al ritmo de caza que lleva el navarro entrará en el último kilómetro como cabeza de carrera en solitario.

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Y, de repente, el enigma.

En un momento dado las cámaras están enfocando a Chiapucci y parece claro que la victoria no será suya, porque su pedalada es tan débil como torpe, tan agotada como espuria. Va a ser Indurain el vencedor del día. Un Indurain que vuelve a ser tomado por las cámaras, y al que vemos avanzar poco a poco en mitad del río de gente que puebla Sestrieres como si de un hormiguero se tratase.

Pero en la imagen hay un elemento que no cuadra. Por delante del navarro transita Franco Vona, que había quedado definitivamente descolgado hacía más de un kilómetro. Más aun, parece pedalear con más vigor que Indurain, y su ventaja sobre el ciclista del Banesto va aumentando poco a poco. La cara del ciclista que hace poco parecía un cyborg revela ahora un profundo sufrimiento, el gesto desencajado, las gafas de sol protegiendo los ojos de un escrutinio aun más profundo sobre sus sentimientos. Está claro que algo ha hecho crack en el organismo de Indurain, y que ahora pasa de ser el cazador a ser la presa de forma irremediable.

Franco Vona, el invitado sorpresa