Hoy no va de viajes sino de una historia que bueno, sí tiene que ver con un viaje.
Julio 2019. Esas vacaciones de invierno cumplo mi sueño de ir a Inglaterra. Llego con un calor asfixiante al punto que al otro día tuvieron que suspender los trenes. Ese día de calor, tal como pueden leer en mi entrada sobre Londres, realicé dos tours a pie. Uno sobre locaciones de "Doctor Who" y otro sobre Jack el Destripador. No lo sé. Siempre me gustaron los policiales y el de Jack es uno de los grandes misterios no resueltos de la historia criminal.
Avanzo unos días hasta Stratford-upon-Avon. Después de una larga fila para entrar a la casa de Shakespeare por fin estoy adentro. Una de las habitaciones tiene un ventanal con firmas de famosos escritores. Cuentan que la casa del bardo se convirtió en lugar de peregrinación para escritores en busca de inspiración. Recuerdo en particular la firma de Dickens. Estoy por salir de la casa. Hay un sitio donde uno se puede sentar con una pluma y sacarse una foto. Mientras me siento y me preparo para posar pienso: ¿por qué no? Siempre quise ser escritora, pero llevaba años estancada. Por eso estudié Letras y guión de cine. ¿Por qué no pedir también? ¿Qué podía perder? Así que lo hice. Esa tarde volví a Oxford (donde me estaba hospedando) y fui al pub The White Horse. Había elegido ese pub porque me había hecho fan del inspector Morse tras ver la serie con mamá en Europa Europa. Ese pub aparece particularmente en la serie, en la secuela (Lewis) y en precuela (Endeavour).
Traté de no ir muy tarde para tener lugar ya que el sitio es chico. Entré, pedí mis fish & chips con té helado en la barra (no me gusta la cerveza), escapé de un par de yanquis que me agarraron (sí, fue incómodo, pero por suerte intervino un mozo español) y conseguí una mesita bajo la foto de John Thaw, el actor que representaba a Morse. El bullicio era extremo. La comida no tardó en llegar y en ese momento se formaron en mi mente las primeras palabras de una novela. Las palabras fluían sin parar, pero la mesa era chica y tenía la comida delante de modo que disfruté de mi cena entretanto repetía las palabras para acordármelas de memoria. Ya en mi Airbnb las anoté en mi cuaderno.
Al otro día viajé a Bath y me puse a pensar en la historia. Sabía que sería un policial, ¿pero sobre qué? ¿Por qué no sobre Jack el Destripador? Todavía el recorrido estaba fresco en mi memoria. Pero no sería sobre el original. Eso no. Quería que el asesino siguiera mi recorrido. Después de todo, el germen había nacido en Oxford. ¿Y el protagonista? ¿Por qué no imaginarlo como mi "doctor" favorito, David Tennant? Ahí se unieron los dos tours que había realizado en la capital inglesa.
Volví a Buenos Aires y me puse a escribir sin saber adónde me llevaría. Los personajes iban por su cuenta. Decían cosas que yo no había pensado. Eran casi reales.
Durante la pandemia terminé la novela y la editorial Vestales la publicó este año. No hubo mucha publicidad, pero el libro está ahí. Se consigue en librerías Cúspide, Ateneo, Mercado Libre...
Les dejo una de las tantas páginas donde comprarlo: Librería Yenny El Ateneo.
Como regalo a los lectores de mi blog les copio las primeras palabras de la novela, aquellas que vinieron a mi mente en aquel pub de Oxford y que escribí esa misma noche (apenas si tienen alguna modificación debido a que se corrigió para estar en castellano neutro):
"El pub estaba lleno. La regla, no la excepción a esa hora del día. La atronadora cacofonía de voces y música de los 90 lo hacía pensar en épocas más felices. El inspector en jefe saboreó el momento. Carpe diem, ¿no? Dio otro sorbo a la cerveza. No estaba seguro de si le gustaba la real ale, pero sentía que era una ofensa abominable ir a The White Horse y no pedir una cerveza de barril.
El camarero, un español que corría de un lado a otro y era particularmente hábil en sortear a los estadounidenses que se emborrachaban en la barra, le sirvió su plato de fish and chips. "Nada más británico", pensó. Roció su pescado frito con salsa de Oxford y dejó que la grasa fluyera por sus venas. Por fin había escapado de ese interminable pulular de turistas que convertían el verano oxoniense en un avispero perfumado de lavanda. El problema eran los chinos. Parecían salir de debajo de las piedras. "Malditos chinos", protestó mientras comía otra papa embadurnada en salsa de ajo y vinagre. Porque el inspector Lope era hijo de inmigrantes argentinos y, aunque su mente funcionara tanto en inglés como en español, gozaba cuando insultaba en español. O mejor dicho, casi en argentino. Cualquier insulto en la lengua de sus padres superaba por amplia diferencia a cualquiera de los que conocía en inglés, por muy buenos que fueran.
No, la cerveza no estaba tan mal. Tal vez tomaría otra pinta. Tenía ganas de emborracharse, de emborracharse en serio. Miró la foto de John Thaw que lo vigilaba desde la pared. ¿Había aparecido Morse alguna vez realmente borracho? ¿Patéticamente borracho? Hizo memoria, pero no pudo acordarse. Probablemente no. Era el maldito protagonista de la serie. Y el inspector Lope tampoco podía darse ese lujo. Sonrió. El barullo del pub lo tranquilizaba. Era como ese ruido blanco que algunos usan para dormir. Por primera vez en días podía pensar. El ruido lo inspiraba, y él necesitaba inspiración urgente. Eso o un milagro. Pero ya no creía en milagros. Una semana, se dijo sin esperanza alguna de poder descubrirlo a tiempo, una semana y el asesino se cobraría una nueva víctima."