El Tour de Vicente Blanco "El Cojo"

Publicado el 14 julio 2012 por Ferbelda @ferbelda

En plena disputa del Tour de Francia 2012 queremos recordar la fascinante historia de Vicente Blanco “El Cojo”, el primer gran héroe español en la más importante carrera ciclista por etapas. La vida le había castigado brutalmente, con dos graves accidentes que le destrozaron los pies, pero pocos años después, en 1910, se presentaba en la línea de salida de la Grande Boucle tras protagonizar una extraordinaria aventura.


Hijo de marinero, Vicente Blanco Echevarría (Deusto, 1884) trabajó desde los 13 años en un barco, primero como pinche de cocina y más tarde como palero en la sala de máquinas. Allí, paleando carbón y aguantando condiciones extremas de calor, se forjó un físico duro y una alta resistencia al sufrimiento. Cuando desembarcaba en los puertos extranjeros quedaba deslumbrado viendo las primeras bicicletas, y siempre que le resultaba posible alquilaba una para dar un paseo. Así se fueron construyendo sus sueños de convertirse en un campeón del ciclismo.


Buscando un futuro más próspero dejó el mar para empezar a trabajar en la industria metalúrgica. Pero allí, más que la prosperidad encontró la desgracia en forma de dos graves accidentes. Con apenas 20 años, trabajando para “La Basconia”, una barra de metal incandescente le atravesó el pie izquierdo, destrozándoselo casi por completo. Dos años después, desempeñándose en los astilleros Euskalduna, los engranajes de una máquina le atraparon el pie derecho, sufriendo la amputación de sus cinco dedos.


Con los dos pies prácticamente inútiles -como dos muñones-, Vicente Blanco “El Cojo”, dejó la metalurgia y comenzó a trabajar en la ría de Bilbao como botero, cruzando gente de una orilla a otra. Así conseguiría ahorrar el dinero para comprarse su primera bicicleta, una máquina vieja, pesada y llena de óxido, que él mismo desmontó pieza a pieza y restauró con esmero. Aquella bici destartalada carecía de neumáticos y, sin medios para comprar unos nuevos, colocó para tal función unas gruesas cuerdas de amarrar barcos que tenían el mismo grosor.


Y es que, pese a todos los reveses sufridos en la vida, y poseedor de una admirable capacidad de sacrificio, nunca cejó en su empeño de ser ciclista. Más bien al contrario, encima de la bicicleta encontraba mayor facilidad para desplazarse que andando con sus destrozados pies, así que empezó a entrenar a diario. También practicó natación, remo y hasta disputó con éxito alguna carrera pedestre, pese a su notable cojera. Nada le parecía suficiente obstáculo. Sin duda, era de Bilbao.


Primeros triunfos
Sería en 1907 cuando solicitó a la Federación Atlética Vizcaína (FAV) federarse para participar en pruebas regionales. En principio le miraron con compasión pensando que ese hombre desgarbado y cojo, con aquella ruina de bicicleta, nada podría hacer en el duro mundo del ciclismo. Sin embargo, lleno de osadía y desparpajo, les convenció para que le dieran una oportunidad en las siguientes carreras que se habrían de disputar en Bilbao. En ellas, destacó sobremanera, tanto por su gran resistencia física como por el apetito voraz que mostraba en las comidas post carrera.


Vicente Blanco era un personaje peculiar y de aquella época nos llegan numerosas anécdotas que dan fe de ello. Como el día que quiso participar en calzoncillos en una de sus primeras carreras por las calles de Bilbao y a punto estuvo de acaba en la cárcel por escándalo público. Vio que todos sus compañeros vestían equipaciones ciclistas que dejaban sus piernas y brazos al descubierto mientras él iba con pantalones largos, y no se le ocurrió mejor idea que desprenderse de éstos para intentar imitarles.


Sus victorias en carreras locales y regionales hicieron que la FAV le nombrara su representante para el Campeonato de España de 1908, que se celebraría en Gijón, y en el que -compitiendo ya con una bicicleta en condiciones- derrotaría a las figuras nacionales de la época. De esta carrera se cuentan dos anécdotas que dejan a las claras su peculiar carácter, a medio camino entre la picardía y la ingenuidad. Días antes le dijeron que si comía mucha carne estaría más fuerte en la carrera, así que ingirió tantas chuletas que durante el viaje a Gijón –que hizo en bicicleta- creyó morir por las fuertes diarreas que tuvo. Pese a ello, ganó la prueba echando mano, eso sí, de la picaresca.


La carrera se disputaba sobre un recorrido de 100 kilómetros, y a mitad del mismo los participantes debían firmar en un control de paso. Cuatro ciclistas llegaron destacados a este punto; Blanco se apresuró a ser el primero en estampar su firma y volvió a arrancar a toda prisa. Cuando el siguiente corredor fue a firmar se dio cuenta de que la punta del lápiz estaba rota. No había otra cosa con lo que escribir, así que tuvieron que esperar a que el juez del control sacara punta al lápiz con una navaja. Con esta artimaña, Blanco ganó un tiempo precioso que ya no le podrían recuperar, pese a llegar con muy pocos metros de ventaja sobre el segundo clasificado. Tras cruzar la meta, caería desfallecido por el esfuerzo y las secuelas de sus problemas estomacales por el atracón de carne. Además del título de Campeón de España, se llevó quinientas pesetas, en lo que fue su primer gran premio en metálico.



Rumbo a París


Torpe para andar, El Cojo volaba sobre su bicicleta, consagrándose como el mejor ciclista español del momento. Al año siguiente volvería a repetir triunfo en el Campeonato de España disputado en Valencia, bajo la lluvia y un piso infernal, aventajando en más de media hora al segundo clasificado. Tras este éxito espectacular y otros resultados de mérito, el presidente de la Federación Vizcaína, Manuel Aranaz, le animó a probar suerte en la edición de 1910 del Tour de Francia, la carrera que naciera como una aventura en 1903, y que en tan sólo siete ediciones se había consagrado como la más dura y prestigiosa de las batallas ciclistas. Nunca antes un español (o al menos así se creía entonces) había tomado parte en ella. Y allí estaría él, en busca de aventura, fama, y de los suculentos premios en metálico que se repartían.


Aquel año Henri Desgrange, creador y organizador del Tour, tenía una diabólica sorpresa para los corredores: por primera vez se subirían los grandes puertos pirenaicos (Peyresourde, Aspin, Tourmalet, Soulor y Aubisque), cimas que con los años llegarían a ser míticas, en un trazado auténticamente infernal. Una cuarta parte de los inscritos se retiró al conocer el recorrido, pero no lo haría nuestro protagonista, valiente hasta la temeridad. Nada le echaría para atrás, ni siquiera la falta de medios económicos que le impedían pagarse un billete en tren hasta París.


Así que allí tenemos a Vicente Blanco cogiendo algo de comida, unas monedas y la carta de presentación que su amigo y valedor Manuel Aranaz había redactado para entregar a Desgrange, antes de emprender rumbo a la capital francesa; 1.100 kilómetros que recorrería ¡en bicicleta! Aquí empezó realmente su Tour de Francia. Tras cinco días de viaje a golpe de pedal, por carreteras descarnadas, polvorientas y plagadas de baches y piedras, llegó a París el día previo al inicio de la carrera, con la bicicleta destrozada, extenuado y enfermo por el esfuerzo.


Allí contactó con un español llamado Joaquín Rubio, quien trabajaba como mecánico en la empresa de bicicletas Alcyon. Éste le proporcionó una máquina algo más ligera (de “tan sólo” 15 kg de peso) y le ayudó a formalizar su inscripción en la sede del periódico L´Auto. Llevaría el dorsal 55 dentro de la categoría de los corredores “isolés”, popularmente conocidos como los desheredados, ya que competían sin el apoyo de un equipo profesional. Salían solos, a la aventura, y tenían que buscarse la vida para comer, alojarse, reparar la bicicleta o solucionar cualquier contratiempo que les surgiera.

Una aventura efímera
Al día siguiente, el 3 de julio, tomó la salida junto a otros 109 ciclistas con la intención de completar las 15 etapas y 4.734 kilómetros de que constaba aquella edición del Tour de Francia. Entre aquellos ciclistas estaban algunos de los más prestigiosos del continente (Octave Lapize, François Faber, Gustave Garrigou…), y también José María Javierre, protagonista de un encendido debate sobre si se le debe considerar el primer español en participar en el Tour. Javierre nació en Jaca, pero con tan sólo cuatro años de edad emigró con su familia a Francia, convirtiéndose en Joseph Habierre. Allí se formó como ciclista, se sentía francés y como tal se inscribió en los Tours de 1909 y 1910… pese a que no consiguió la nacionalidad francesa hasta 1915. Nosotros pasaremos de puntillas sobre este debate y nos seguiremos centrando en la fascinante historia de Vicente Blanco, El Cojo.


Acabó la primera etapa, de 272 kilómetros con final en Roubaix y numerosos tramos de pavés, en noveno lugar, pese a haber sufrido varias caídas. Pero su mala alimentación y precaria salud debido al brutal esfuerzo realizado los días previos sólo le dejaron completar dos etapas. Al tercer día, sin aliento, decide abandonar, incapaz de oponer resistencia a los que él llamó “fieras bien alimentadas”. De esta manera terminaba su sueño en la ronda gala, en una edición que resultó especialmente dura. Sólo llegaron a París 41 de los 110 ciclistas que fueron de la partida, y para la historia ya ha quedado el grito de “¡Asesinos!” que Octave Lapize dedicó a los organizadores al coronar el puerto del Aubisque, en aquella etapa infernal que inauguró los colosos pirenaicos.


La vuelta desde Francia la hizo en tren y fue recibido en la estación de Abando como un auténtico héroe. Era una celebridad. Tras aquella aventura fallida, Blanco siguió disputando carreras y vueltas por etapas hasta que decide dejar la bicicleta en 1916. Casado y con dos hijos, cuando se retiró del ciclismo se dedicó al transporte de mercancías y después se metió en diversos negocios que acabaron resultando ruinosos, dejándole en una difícil situación económica. A partir de aquí, poco más se supo de su vida, sólo que enfermó de próstata y murió a los 73 años.


En su entierro alguien recordó lo que el diestro Cocherito de Bilbao decía de él cuando le presentaba a sus amistades: “Aquí tienen al hombre que en su cuerpo reúne más cicatrices que todos los toreros de España juntos”. De esta manera terminaba la vida de este deportista humilde y esforzado, un auténtico aventurero, un hombre sin suerte pero lleno de tesón. Puro coraje. El primer gran héroe español en el Tour de Francia, protagonista de una auténtica gesta de leyenda.