Sin embargo, este sentimiento de pertenencia y sobre todo la asunción de los valores de la entidad por el trabajador, son cada vez menos tenidos en cuenta. En mi pasado profesional en una gran entidad, por ejemplo he conocido a un directivo que defendía la teoría del trampolín. Es decir nutrirse de jóvenes titulados con necesidad de un primer empleo y experiencia laboral, con unas draconianas condiciones salariales. Pasado el tiempo se les dejaba ir a la primera de cambio y comenzaba otra vez la rueda de contratación a personal sin experiencia. Esto tenía tres problemas fundamentales, en primer lugar la excesiva rotación en los mandos intermedios, la no recuperación del tiempo invertido en la formación del empleado y sobre todo la pérdida en la mayor parte de los casos de buenos profesionales que servían para fortalecer a otras entidades con las que se supone que se “compite”. Con todo esto, la teoría del trampolín de este actualmente insigne pseudogurú de la teleformación hacía aguas y sobre todo no cimentaba ese compromiso organizacional que se debe tener con la entidad en la que trabajas.
En el Tercer Sector normalmente no se trabaja por el salario, que aunque digno no suele ser elevado, ni por los horarios. Se trabaja por la asunciónde unos valores y por un sentimiento de solidaridad. Por supuesto todo esto debe conjugarse con que la propia entidad propicie la existencia de elementos que afiancen este sentimiento de pertenencia.