Los viajes en tren siguen teniendo algo de místico. Aunque los trenes de ahora sean más modernos y más rápidos, no han perdido ese encanto ancestral. Desde el interior uno se abstrae de la realidad gracias a los enormes ventanales que permiten ver el mundo. Me gusta. Suena como la sala de estar de Dios: “… y en la pared opuesta a la chimenea había unos enormes ventanales que permitían ver el Mundo”. Interesante.
Lo mejor de todo es que esos ventanales te permiten ver el mundo sin implicarte, como cuando ves una película. También te dejan tiempo para pensar en tus cosas, o para no pensar en nada y dedicarte a escuchar música dejándote mecer por el movimiento del vagón. No sé, cada uno lo vivirá de una forma. Imagino que también depende del motivo y la duración del viaje. Hoy en día hay muchísima gente que usa el tren a diario para ir a trabajar, algo impensable hace 30 años, como la puntualidad y la limpieza. Para que luego me vengan con que cualquier tiempo pasado fue mejor. No me hagan reír.
En el tren las ideas llegan ellas solas, como si las musas estuviesen sentadas en el mismo vagón que yo. Lo malo es que, como siempre, se van también ellas solas con mucha facilidad aunque, eso sí, me dejan un poso profundo, un regusto a inspiración y a poesía que dura solo unos segundos, pero suficientes para impregnarme el corazón. Y cada vez sucede lo mismo. Es frustrante, sí, pero es bello. Durante esos segundos me siento súper creativo, poderoso en ideas y argumentos, capaz de todo. Si lograse ese estado durante algunas horas todos los días, sin duda terminaría de escribir lo que me propusiera. A lo mejor lo que tengo que hacer es coger el tren todos los días y llevar un ordenador conmigo.
Tonterías.
Ese tipo de trucos no funcionan. Lo sé por experiencia. Finalmente terminaría siendo muy aburrido ir todos los días al tren, perdería la magia, se volvería monótono y al carajo la creatividad, las musas y las ideas. Lo único que realmente funciona y está más que comprobado, es el trabajo. Horas y más horas de escribir, documentarse, leer y pensar. Estas cuatro claves son la llave del éxito. SIn buscar hadas madrinas ni musas inspiradoras. Trabajar. Nada más que eso.