Pero crear el ambiente adecuado en un espacio tan reducido para tratar el tema que se nos quería presentar me parecía complicado. No hicieron falta muchos minutos para que todas mis dudas se disiparan y pronto me viera sumergido en los fantasmas del tenebroso Lager.
Cinco años hace ya que, en unas inolvidables vacaciones por Baviera y Austria, con la idea romántica del que ama la historia e intenta reencontrarse con ella, nos acercamos una mañana de agosto a aquella colina amurallada, hoy convertida en memoria de la infamia, que un día fue el campo de concentración de Mauthausen.
Íbamos en busca del “campo de los españoles” y allí nos encontramos con ellos, pero también comprendimos que el sufrimiento de los nuestros fue una simple gota en el océano del horror.
No nos defraudó en absoluto la visita. Entre los muros levantados por nuestros compatriotas, los barracones, los memoriales, las banderas y sobre todo los escalones que conducían al infierno por “la escalera de la muerte”, percibimos el sentimiento de horror y la verdadera realidad que esconde en su interior el ser humano. Para mis hijos, adolescentes en aquel momento, sin duda supuso una gran lección de vida.
Pero si aquel día, de alguna manera, pudimos sentir la presencia de los que nunca abandonaron aquel lugar, hoy con la magia del teatro los hemos visto revivir y de alguna manera hemos compartido un poco más su incomprensible sufrimiento. El triángulo azul enfrenta la realidad de dos mundos, el de los verdugos y el de las víctimas.
Sus personajes, basados en protagonistas reales de la tragedia, van transmitiendo sensaciones indescriptibles en una situación que para nosotros es imposible de imaginar. Utilizando la sátira y apoyándose en la música, convierte el drama en un auténtico sainete, para mostrarnos lo obsceno de la situación.
La carga constante de culpabilidad del protagonista alemán, Paul Ricken, jefe de la oficina de identificación de presos, y la actitud de Brettmeier, el jefe del campo y prototipo del nazi deshumanizado, refleja la realidad de los que por acción u omisión construyeron en el corazón de Europa uno de los sistemas más crueles que el hombre ha sido capaz de concebir. Y frente a ellos, la supervivencia y el horror de los pocos que engañaron a la muerte que, con sus múltiples caras, les esperaba cada día.
Paco y Toni (Francisco Boix y Antonio García) luchando a su manera por salvar el testimonio de lo que sucedía en el campo. La Begún, un preso español convertido en Kapo que antepone para sobrevivir su crueldad a la vida de sus semejantes. Oana muriendo cada día violada en el más infame de los prostíbulos.
Es un lujo contemplar en el escenario a aquellos compatriotas heroicos que un día fuimos a buscar a la lejana Austria. Allí los encontramos presentes en las placas que los recordaban, y en los múltiples retratos que sus familias depositaron frente a las bocas de los hornos que los redujeron a cenizas. Hoy desfilan ante nosotros embutidos en sus pijamas de rayas gracias a la magia del teatro.
“Muchos de ellos tuvieron que salir de sus pueblos empujados por las circunstancias del golpe de estado y la guerra civil. Muchos fueron luchadores republicanos, otros no, tan solo seres humanos arrastrados por la corriente de la barbarie. Todos atravesaron los Pirineos con la esperanza de regresar pronto. Nadie esperaba que Francia, el paraíso de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad les hacinara en aquellos campos de refugiados insalubres e inhumanos. Tampoco esperaban que Francia cayera tan pronto, ni que las autoridades de Vichy les pusieran en manos alemanas. Pero lo que nunca hubieran imaginado aquellos hombres, aquellas mujeres, ancianos, niños, aquellos españoles que un día abandonaron Gador, Lanaja, Tortosa, Mieres, Lorca, Elche, Mahón, Villanueva de la Serena, Barbastro, Olvera, Valdepeñas, Sestao, Aldea del Obispo, Carvajal de Fuentes, La Laguna, Ceuta, Aranjuez, Pedro Bernardo, Puebla de Caramiñal, Besalú… es que terminarían sus días con una inyección letal en el siniestro castillo de Hartheim, tiroteados en Ebensee, gaseados en Gusen, despeñados en la cantera de Wienergraven… De su hogar en España, al crematorio de Mauthausen. Eso les ocurrió a aquellos españoles a los que se les señalaba con un triángulo azul, el distintivo de los apátridas según la clasificación del Lager. Eso les ocurrió a aquellos compatriotas, no por satisfacer el hambre voraz de un destino ineludible, sino porque así lo decidieron las autoridades franquistas.
Este espectáculo pretende ser un homenaje a aquellos españoles. Este espectáculo quiere ser un homenaje a aquellos hombres y mujeres que dieron su vida por la libertad.”
MARIANO LLORENTE y LAILA RIPOLL
Y no cabe duda de que lo consigue.