Una irritada desconfianza y una lamentable desolación han ido apoderándose poco a poco de la población española, infectada por el virus sanchista. Desconfianza hacia los políticos, que decepcionaban cada día más, desconfianza hacia las mentiras del poder, cada día más densas y sucias, desconfianza hacia los periodistas y sus medios de comunicación comprados por el sanchismo, desconfianza ante las leyes y, sobre todo, desconfianza hacia el liderazgo de la nación, cada día más envuelto en excrementos y orina.
Desprestigio internacional, colonización de las instituciones, hostilidad silenciosa del régimen contra la Corona y la libertad, recelo ante la gente honrada, odio a la decencia y agresión a los valores, mientras los altavoces de la mentira llenan el país del estruendo de las falsedades y la pestilencia, de odios, sospechas, revanchas y corrupciones que se ocultaban y delitos que se encubrían.
Bajo el sanchismo, la clase dirigente española, esa que nos ha conducido al desastre en los últimos siglos, empujándonos desde el imperio mundial a la actual cloaca, se ha superado a si misma y nos ha transportado hasta el asco.
El nefasto sanchismo ha demostrado que los partidos políticos gobernantes están dominados por pandillas de mediocres y predadores sin conciencia, a los que no le tiembla el pulso cuando acuchillan a España.
La pandilla de Sánchez es, probablemente la peor de nuestra historia moderna, peor que la repugnante pandilla felona de Fernando VII.
La sanchista es una chusma envilecida que acompaña al líder en sus fechorías y que compite para impresionar a Sánchez con sus maldades y suciedades, además de aplaudirlo baboseando, sin ética ni conciencia.
La sanchista es la misma pandilla que se burló de Casandra en Troya y de Jeremías en Jerusalén, aquella que traicionó a Viriato y que sembró la guerra civil de cadáveres y de océanos de odio.
Frente a esas pandillas tan depravadas es fácil caer en el desaliento y pensar que es imposible la victoria, pero se trata de una falsa percepción porque los mentirosos y los canallas siempre han terminado perdiendo frente a la honradez y la decencia. El mal parece fuerte, pero sólo es una boñiga blanda que muere cuando se pisa.
Sánchez es, con toda seguridad, el más perverso y hábil discípulo de Adolf Hitler, campeón mundial en el arte de usar la propaganda para convertir la mentira en verdad. La marea relativista y las oleadas de desconfianza que Sánchez ha provocado se han llevado por delante la literatura, el arte, el periodismo, la política, la libertad, decenas de valores y hasta el alma grande de la vieja España.
Lo que ha hecho Sánchez con España parece irreversible, pero no es cierto. España se reconstruirá, aunque le costará mucho esfuerzo porque el daño causado por el gran corrupto es profundo y devastador.
Recuerden aquella verdad sublime de que "El criminal nunca gana".
Francisco Rubiales