El triunfo de Hollanta Umala, la identidad y el acecho del gran capital

Publicado el 07 junio 2011 por Jaque Al Neoliberalismo
Juan Francisco Coloane, ArgenPress
Es el triunfo de la identidad porque ésta ha emergido como la gran variable en política bajo un contexto de opciones demasiado ultrajado por la tiranía del mercado.
También podría leerse como la primera gran derrota del macartismo suavizado del Presidente Barack Obama. Esta vez la monserga del miedo al comunismo o al “chavismo” en este caso, no funcionó. En este plano Ollanta Humala se benefició de posturas como las de Mario Vargas Llosa con alto impacto publicitario por el status que le otorga el ser un gran escritor y Premio Nobel además. Si bien no pudo ser presidente, esta es quizás su mayor victoria política que lo reivindica del error histórico de haber apoyado la invasión a Irak 2003.
Mientras el nuevo presidente del Perú Ollanta Humala recibe las felicitaciones de sus pares, es válido preguntarse qué es lo que realmente ha sucedido más allá de la obtención de un mandato popular para gobernar.
Dentro de un complejo contexto de presiones, especialmente del sector económico, dirigir una nación, especialmente una llena de posibilidades como la peruana, es un desafío histórico superlativo. Sin embargo de inmediato surgen preguntas sencillas: ¿Podrá el vencedor contribuir a una mayor distribución de la riqueza que prometió en campaña? ¿Con qué instrumentos contendrá las presiones del gran capital y de su lobby político instalado en la sociedad peruana?
Aún con estas interrogantes, el resultado de la elección peruana es el triunfo de la identidad. Ésta emerge como la gran variable en política bajo un contexto de opciones demasiado acotado por la influencia del mercado y su slogan predilecto: “O se integra al sistema o se perece”.
En esta victoria electoral, el factor que unificó voluntades fue la sensación de la “peruanidad” del candidato de “Gana Perú”, por sobre una candidata que por mucho que globalización y cosmopolitismo hayan llegado al territorio peruano, no representaba al ciudadano medio. Se hizo evidente en las entrevistas exhibidas a los que votaron por Humala en primera y segunda vuelta.
Si hay algo que definió a la candidatura de Humala, reconocido por sus propios adherentes, fue la ruralidad y el tema de la identidad con particulares regiones. Keiko Fujimori fue la candidata de la posmodernidad urbana de las sociedades de capitalismo tardío, pero que entra en el amplio cuestionamiento por los resultados.
Posmodernismo y globalización en política ( de paso la uniformidad de identidades) están demasiado asociados a los daños de la sociedad capitalista y ahora han sido castigados electoralmente. En sociedades y repúblicas comparativamente nuevas y aún en formación como las de América Latina poscolonial, la globalización puede hacer ver más uniformidad en el paisaje social de lo que realmente es, o de lo que es posible entender a través del concepto.
Lo que sí es evidente a partir de la sacralización de la globalización, es que los estados y sus políticas públicas se han visto reducidas a meras instancias de administración territorial y de reivindicaciones sociales en un sistema que funciona como una factoría planetaria. La crisis económica global marca la agenda que implica contener el gasto fiscal y particularmente el social fiscal. La tendencia es clara, y el Brasil Post Lula es un ejemplo.
Ollanta Humala ha vencido con los votos del esquivo centro político y del liderazgo que ha contribuido a aumentar las desigualdades y la pobreza, y la concentración de la riqueza. Es así que su margen de maniobra es reducido, porque deberá hacer frente a la presión social con aliados asociados al mal que afecta al Perú.
Todo ocurre en un sistema muy acotado en lo económico e imprevisible en lo político, y el éxito de su gestión dependerá, no de articular equilibrio de fuerzas entre determinantes del mercado y presión social, sino de la osadía de proponer un paquete de medidas que permita la rectificación social en función del crecimiento económico. No hay un referente claro en esta aspiración y el ejemplo brasileño tantas veces citado, es mencionado ahora por la necesidad de reducir el gasto social fiscal en pos de la inversión en producción.
La idea del desarrollo sustentable con mayores niveles de equidad aparece como un atractivo slogan con peso teórico, pero que se derrumba en la medida que surgen las crisis económicas o los vaivenes del sistema. No es posible sustentar programas de rectificación social cuando el sistema exige una contención de la inversión (social) que incida en el largo plazo, léase sistemas de educación y salud, que requieren de gran volumen.
En la viscosidad de los sistemas políticos y sus pugnas por el poder, es difícil advertir el problema político de fondo que reside en la gestación de las nuevas formas de conducción del estado liberal. Tal como está constituido, con estructuras de poder entre ellas el Estado, nacidas hace doscientos años, a partir de la implantación del actual modelo en los años 80, ese estado liberal se dañó en sus núcleos esenciales de justicia social, representatividad política y base moral.
La magnitud de los efectos del exceso de focalización y verticalismo en la formulación de políticas y estrategias públicas derivadas del ajuste de los años 80, se constata precisamente a tres décadas de su aplicación. Estos efectos son evidentes en el sistema de intermediación y justicia social representado por los partidos políticos y las organizaciones sociales. Los partidos están cooptados por el capital corporativo de gran escala. Las organizaciones sociales de base, como los sindicatos, las comunitarias, de barrio, han sido diezmadas por la falta de recursos y la absorción de la comunidad por la misión de sobrevivir. Además, el exceso de transnacionalización de intereses y objetivos, el avasallante rol de las redes multinacionales ha desnudado la inadecuación del Estado en su rol más determinante: la articulación del proceso de formular políticas destinadas a proteger esos núcleos esenciales de justicia social e intermediación.
Dependiendo de la cohesión en la base de poder, el nuevo gobierno tiene la oportunidad de fortalecer una democracia bajo un sistema económico que la somete a un doble acoso permanente: un sistema político cooptado por el gran capital y sus redes de influencia, y el empobrecimiento de la población.
Del Perú viene aire fresco. El tipo de coalición dinámica que se ha formado sugiere un camino más viable para una reconstrucción social y un debate que contribuya a contener tanta devastación a manos del gran capital. El electorado peruano ha reafirmado la señal de la primera vuelta, y se convierte en un actor importante para la política en la región.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización