El triunfo de la contrarrevolución conservadora

Publicado el 27 abril 2013 por Fthin @fthin

No paran. Llevan desde los años 70´s con ello y en los últimos años, al carecer de enemigo ideológico antagónico, de forma radical, rápida y sin miramientos. Me refiero a los necons y su contrarrevolución conservadora. Estos liberales amantes del mercado en lo económico (al menos en teoría) y conservadores en los valores morales (religiosos más bien) llevan más de 40 años luchando contra el Estado de Bienestar y parece que, por fin, lo han conseguido.

Fueron Margaret Thatcher y Ronald Reagan quienes lograron imponer unos principios económicos, que tienen más de dogma que de teoría, que han regido las actuaciones de los Gobiernos en las democracias occidentales en las últimas décadas. Estas prácticas se generalizaron tras la caída del muro de Berlín y el proceso de moneda única europea. Privatizaciones de las empresas públicas, globalización de las transferencias financieras, deslocalización productiva, gestión frente a la política, control de déficit público…son cuestiones que han ido calando en la sociedad ya que han venido acompañadas de ciertos mantras que han sido repetidos hasta la saciedad  y que las justifican, no siendo por ello precisamente verdad: La gestión privada es más eficiente y eficaz que la pública y por tanto menos costosa. No hay que ser ni de izquierdas ni de derechas sino administrar racionalmente los recursos. La flexibilización del mercado de trabajo mejora la competitividad (trabajar más en peores condiciones por menores sueldos). La culpabilización de la ciudadanía con afirmaciones del tipo “se ha hecho uso y abuso de las políticas sociales”…

La repetición de estos y otros mantras, así como entender la democracia como algo predefinido en un espacio que todo lo que se salga de ahí es calificado de antisistema y por lo tanto “peligroso”, son cuestiones que describen un marco social y político estático que favorece los intereses de los verdaderos poderes económicos y financieros que lo han definido.

A ello debe añadirse la importante labor de desinformación realizada por unos mass media preocupados de lanzar las consignas de los grupos económicos y políticos a los que rinden pleitesía vulnerando todos los fundamentos del código deontológico sobre los que tiene que regir la labor del periodista. Día tras día vemos como en periódicos, televisiones, radios, tertulianos de toda condición no paran de repetir los mantras del poder: “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” o justificar los “ajustes y reformas” (recortes) porque “son necesarios”, la solución son los “ajustes” o la pobreza extrema…etc. La consigan es que sólo existe una manera de hacer las cosas, una posible solución y todo lo demás pone en peligro el democracia, el bienestar y la paz social.

Pero el círculo no sería perfecto si, aprovechando la situación de crisis, no se realizara una transformación de los valores sociales. Al igual que, por poner un ejemplo, desmantelan la sanidad pública para “ahorrar”, este tipo de medidas no se aceptarían  si no fueran acompañados de valores liberales que la justificaran. Se ha pasado de propugnar valores como la redistribución de la riqueza, la solidaridad o la justicia social al “sálvese quien pueda, si ud no puede pagarse la sanidad es su problema y yo no voy a costeársela”.  Porque bajo la excusa de ese mantra neoliberal del déficit se está desarrollando todo un programa de cambios cuyo único denominador común es una recalcitrante ideología conservadora. Me refiero a temas como el aborto, la reforma de la asignatura de educación para la ciudadanía, la postura que mantiene el Gobierno sobre matrimonio igualitario o la educación concertada religiosa por poner ejemplos de un largo etcétera que lo único que ocultan es una preeminencia de los valores católicos en la esfera pública, la vuelta de la mujer al papel de hace 50 años y una visión anacrónicamente clasista e injusta de una sociedad sumisa, insolidaria y sin capacidad crítica.

Todo ello ha llevado a que defender posturas de reformas reales del sistema, de políticas de cambio solicitando medidas económicas de demanda expansiva, una justa progresividad fiscal, mayor participación ciudadana en la democracia, garantizar ciertos derechos constitucionales o, simplemente, recuperar la función social de la propiedad privada consagrada en la propia constitución sean consideradas radicales antisistema. Es cierto que todo es relativo pero lo que hoy se considera antisistema, esto es, ser keynesiano de profundas convicciones demócratas, ni siquiera diré socialista o comunista, en los años sesenta estaría en algún país casi en la derecha de cualquier partido de…derechas!

Y es que han ido poco a poco, pero eficazmente, realizando una contrarrevolución conservadora, estrechando tanto los límites del sistema que prácticamente ya queda poca cabida para aquello que no sean los valores que los noecons defienden. Siempre ha sido así. Tras cualquier cambio al que se oponen, se adaptan, se hacen con el poder y transforman la realidad para dejarla en el estado anterior con nueva apariencia. En España tenemos excelentes casos en la historia. Sin ir más lejos los mismos que estaban en las élites franquistas en los 70´s  son los que se oponían a la democracia, los que luego se abstuvieron en la votación de la Constitución y los que hoy se autoproclaman principales garantes, volviéndose a oponerse al progreso social y democrático que reclama buena parte de la ciudadanía.

Nos imponen un sistema como si fuera una ley natural, ineludible cuando lo que realmente se esconde tras él es un régimen de explotación que beneficia al sector que ellos defienden. Visto así es fácil. Explotadores y explotados. Pero no es así. Su gran victoria ha sido que los explotados hayan hecho propios sus valores y hacerles creer que viven en libertad, en un sistema democrático inmejorable y todo lo que no sea así será ir contra sus propios intereses y el caos más absoluto. Al fin y al cabo, la persuasión y la sutileza pueden ser eficaces pero ya se sabe que en una sociedad capitalista en última instancia no existe mayor instrumento disciplinario y de control social que el miedo. El miedo al poder y el miedo a la libertad.