Me recordaba a Miles Davis durante sus momentos de máxima inspiración: con estilo y cerrando los ojos. Desinflaba los mofletes con armoniosa precisión, su nariz perfecta perfilando su guapura. Así lo descubrí en aquella fiesta de verano. Desfilaba en el extremo derecho de la última fila de la banda municipal. Pasaba a mi altura cuando la procesión paró un rato. ¿Era la manera de tocar con sus dedos la trompeta, su boca seria al mirarme? Quizá fueran sus gestos pícaros invitándome a seguirle. Y la calle, mientras, bullendo al ritmo del pasodoble y de los “vivas” al santo; y yo riendo sus gracias. Hasta que, al llegar a la plaza y después de los fuegos, la banda se dispersó y lo perdí de vista. Pasaron una hora y dos. Me dediqué a pedir cubatas para superar el desconsuelo. Llegué a pensar que todo había sido un fugaz fruto de la imaginación. Despechada, empecé a bailar con mi vecino el pureta; pero cuando comenzó a sonar Mi capullito de alhelí apareció de repente, bajo la luz de los candiles, y me arrastró por la cintura, y me llevó entre sus brazos, bailando, girando como loco, mientras me canturreaba dulcemente al oído. Texto: Dácil Martín Narración: Susana Santamarina