Dicen quienes pasan por la calle Génova que huele mal. Que hay un rancio olor que hace cruzar de la acera impar a la par y salir corriendo. Porque una especie de hedor inunda la calle a la altura del número trece. Y ya es mala suerte, porque si hay algún sitio en el que los basureros se esmeran es ese, pero la pestilencia continúa.
Son muchos los viandantes madrileños que tratan de adivinar de dónde sale esa peste.
Han llamado a esa nueva ONG, llamada Global Adaptation Institute, que dicen que cuida del medio ambiente, de la que es presidente un tal José Mari, un genio del tema, y les han hecho venir para que investiguen el olor de la calle.
La cosa ha sido fácil, ahora ya saben a qué huele. Esa fetidez tiene varias mezclas, huele a corrupción, acarajillo-party –versión castiza del tea-party--, a villano putrefacto, a espía apolillado, y sobre todo, huele a muerto, a muerto iraquí.
Se ruega a los ciudadanos madrileños que eviten pasar por allí. Se recomienda encarecidamente, que si no lo pueden obviar: utilicen máscaras.
Salud y República