Una de las perversiones de nuestro sistema social y cultural está siendo la confusión e indiferenciación entre turismo y descanso.
El turismo no es descanso sino actividad.
Cada viaje nos educa en nuestra aceptación gozosa de la unidad en la diversidad.
Nuestra mirada se recrea, nuestro corazón se expande y nuestro alma se engrandece con cada viaje. Hacer turismo implica desplazamientos, muchas veces largos y continuos. El turista se adentra, voluntaria y gozosamente, en una incesante actividad: quiere verlo todo, conocerlo todo. Se levanta temprano y se acuesta tarde. Como suelo decir con cierta ironía “la vida del turista es muy dura”.
No es raro volver de un viaje intenso más cansado de lo que uno se fue. La emoción de lo vivido se coloco en un primer plano y no deja ver ni sentir el cansancio de tanto movimiento, de tanta intensidad. Un cansancio que pronto cobrará su factura.
Descansar es otra cosa y, como dice el Eclesiastés, “hay un tiempo para cada cosa”. Un tiempo para viajary un tiempo para descansar. Actualmente el turismo ha sustituido al descanso en lugar de acompañarle y ha acabado usurpándole su propio espacio y tiempo.
Del libro LA SABIDURÍA DE VIVIR (3ª ed.) Editorial DescléeVideo presentación del libro La Sabiduría de Vivir.