Luego están las otras cosas, como lo de la basura. Recorro cada noche pasillo a pasillo los portales recogiendo sus bolsas para que no se molesten ni se manchen las manos. Ya me ocupo yo por ellos, y así de paso me mantengo en forma y conservo la línea haciendo ejercicio.Sí. También es verdad. Hay que tener suerte y caer en un portal de señoritos como este. De eso me aprovecho: de su aprecio por el bienestar que pesa más que los euros en sus cuentas corrientes. Todo con tal de no tener que preocuparse de nada. Todos se casan o se juntan, pero en el fondo siempre quieren tener aquella madre que piense por ellos, ahí estoy yo para lo que haga falta.
He visto caer uno a uno a mis colegas de profesión. Se dejaban abandonar en la contemplación del acomodo de su puesto y le salieron barrigones y se dejaron de afeitar, y hasta olían mal. Se reían de mi cara impoluta y mis gustos refinados. Lo sé. Más de un día llegué a oírlos rumorear a mis espaldas “allá va ese maricón”. Sí, todos estos años rieron y rieron, pero yo los he visto caer uno tras otro, sustituidos por esos porteros de metal, tan impersonales y llenos de botones. Ahora los veo merodear de noche por el barrio cuando los bares cierran. Viven fuera de sus portales, sin familia ni trabajo, mendigando en lo que fueron sus casas alguna chapuza que hacer a los vecinos, que lavan así las penas del desahucio del que antes se ocupaba de todo, y yo aquí, tan a gusto, calentito y con los míos. Sí, maricón sí. Maricón y portero, a mucha honra.
Texto: Miguel Ángel Brito
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