La Galera, es un pueblo de la comarca tarragonina de Montsià, sus origenes, datan del siglo IX y fue gracias al rey Jaime I quien envió a sus bálidos a crear asentamientos y reparto de tierras. Ya desde hace más de 700 años, que el principal modus vivendi de sus pobladores se fundamentaba en la agricultura, ganadería y la alfarería.
Tradicionalmente en el pueblo existían dos familias, la de los Bort y la de los Rodriguez, de la primera se tienen registros de su producción hasta los años 40 del siglo pasado pero su emigración hacia un pueblo vecino hizo que se perdiera su conexión con la localidad. La segunda familia, actualmente pervive, puesto que hubo una unión de una de las hijas de los Rodriguez con los Cortiella. Hoy en día, sólo queda un Cortiella, Joan, que ha seguido con la tradición familiar de la alfarería. Su obrador,situado en la calle de la Creu, al final del pueblo,dispone de un espacio suficiente para tener los hornos para la cocción de las piezas.
Tuve la oportunidad de conocer a todo este personaje y que me explicara su oficio y que significaba para él. También me transmitió su inquietud por esos oficios en los que se trabaja tan artesanalmente. Ante la pregunta sobre el futuro, Joan me dijo: “es complicado para la gente que continúen el oficio, ten en cuenta que tienen que pagar ser autónomos, la compra de horno, el consumo de combustible, todo ello es demasiado costoso para muchos”.
En la larga charla que sostuvimos, salieron a la luz cuestiones como la contaminación, el artesano, en este aspecto lo tiene muy claro. Y es que en relación al uso de la madera como se venia utilizando tradicionalmente como combustible, Joan comentó “…del medio ambiente, le voy a decir lo que pienso sobre las prohibiciones, es verdad que la quema de leña es contaminante, pero es natural, no es una madera tratada o barnizada, ¿acaso no produce humo el propano con el que funcionan los hornos actuales?”
Si es verdad que se intenta promover, desde los organismos públicos, organizando talleres de inserción laboral la difusión de este oficio, pero según el alfarero, “las horas son escasas, se queda en poco, para aprender a manejar la arcilla, a dominar la técnica del torno y la cocción, se necesitarían miles de horas. Los alumnos tras finalizar el taller se encuentran en un momento de no poder avanzar”.
También tras esos talleres, el aprendiz tomaba conciencia, puesto que “los alumnos, tras los trabajos se percataban que el precio de las piezas, no se correspondía con el valor real del trabajo, los problemas que se encontraban y la dedicación. Eso es la realidad del oficio del alfarero”.
Al preguntarle por el futuro, siente un poco de tristeza, “este es un oficio de padres a hijos y es verdad que continuo con este oficio porque me apasiona. No creo que mis hijos, todavía pequeños, continúen lo que yo hago”, me decía visiblemente emocionado. Las cosas han cambiado, y es que ya mientras estudiaba, desde su más tierna infancia, por las tardes, ayudaba a su padre y así fue dominando el barro, creando esas formas que servirán para tantos usos: escurrideras, abrevaderos, maceteros, platos, piezas para construcción, etc.
En la actualidad, viviendo en una sociedad de consumo, donde los objetos adquiridos tienen un valor efímero y que poco tienen de identificación hacia el creador, se han casi extinguido aquellos oficios tradicionales, como el que las adiestradas manos de nuestro amigo Joan saben ejecutar.
Finalmente, Joan Cortiella, el último alfarero de la Galera, de mirada limpia, sonrisa sincera, se despidió de mi con un apretón de unas manos grandes que han crecido, con el trabajo del barro. Yo, me fui del obrador, con ese recuerdo que permanecerá imborrable en mi memoria, que al igual que la del pueblo, tanto debemos a ese último alfarero de tan insigne estirpe familiar.