Para un artista, ya sea un músico, un pintor, un poeta, un escritor o un escultor, una de las posibles grandes tragedias de su vida y de su profesión sería no poder mover adecuadamente las manos para trabajar. Es lo que le ocurrió, por ejemplo, a Michael J. Fox cuando le diagnosticaron la enfermedad de Párkinson, dado que las manos son una parte casi imprescindible de la interpretación; es lo que le ocurrió a mi madre cuando el cáncer le inflamó el brazo derecho, con el que entonces pintaba sus cuadros y daba clases de pintura. Y es lo que le sucede a Peter (Christopher Walken), el violonchelista de La Fuga, un cuarteto musical de mucho éxito: que sus dedos empiezan a temblar por el Párkinson. La película es interesante (y cuenta con un reparto notable en el que sobresale por encima de todos Philip Seymour Hoffman) porque analiza lo que sucede a partir de entonces, de esa quiebra. Porque a partir de entonces todo se desmorona: Peter, el alma mater del grupo, sabe que está acabado; el primer violinista (Mark Ivanir) se lía con quien no debería, tal vez a causa de la tensión de la noticia de la enfermedad; el segundo violinista (Hoffman) ve cuestionada su valía por su propia mujer (Catherine Keener), cuarto violín de La Fuga, y acaba siendo infiel. Nadie sabe si La Fuga podrá continuar. Nadie sabe si cada uno antepondrá el trabajo y el arte y la música a sus intereses personales, sus egoísmos, su ego o sus celos. Es en ese meollo, a partir de un comienzo un poco tedioso, cuando la película cobra forma. No está mal, aunque no sea la hostia.
Para un artista, ya sea un músico, un pintor, un poeta, un escritor o un escultor, una de las posibles grandes tragedias de su vida y de su profesión sería no poder mover adecuadamente las manos para trabajar. Es lo que le ocurrió, por ejemplo, a Michael J. Fox cuando le diagnosticaron la enfermedad de Párkinson, dado que las manos son una parte casi imprescindible de la interpretación; es lo que le ocurrió a mi madre cuando el cáncer le inflamó el brazo derecho, con el que entonces pintaba sus cuadros y daba clases de pintura. Y es lo que le sucede a Peter (Christopher Walken), el violonchelista de La Fuga, un cuarteto musical de mucho éxito: que sus dedos empiezan a temblar por el Párkinson. La película es interesante (y cuenta con un reparto notable en el que sobresale por encima de todos Philip Seymour Hoffman) porque analiza lo que sucede a partir de entonces, de esa quiebra. Porque a partir de entonces todo se desmorona: Peter, el alma mater del grupo, sabe que está acabado; el primer violinista (Mark Ivanir) se lía con quien no debería, tal vez a causa de la tensión de la noticia de la enfermedad; el segundo violinista (Hoffman) ve cuestionada su valía por su propia mujer (Catherine Keener), cuarto violín de La Fuga, y acaba siendo infiel. Nadie sabe si La Fuga podrá continuar. Nadie sabe si cada uno antepondrá el trabajo y el arte y la música a sus intereses personales, sus egoísmos, su ego o sus celos. Es en ese meollo, a partir de un comienzo un poco tedioso, cuando la película cobra forma. No está mal, aunque no sea la hostia.