Hace unos meses se estrenó en el cine El Último Concierto, una película más en las que se toma la música clásica como telón de fondo aprovechando el tirón de otras bastante recientes como El concierto, Nannerl, La Hermana de Mozart o Cisne Negro.
En este caso la trama gira en torno a los problemas a los que tiene que enfrentarse un cuarteto de cuerda de fama internacional que se desencadenan cuando se le diagnostica párkinson a uno de los miembros antes de los ensayos de su nuevo recital.
A partir de aquí aflora la crisis de pareja de otros dos miembros del conjunto (un matrimonio más inestable de lo que todo el mundo creía) mientras el que queda se enamora de la jovencísima hija de los dos anteriores debido, quizá, a una crisis de la mediana edad que no ha llegado a asumir del todo.
Como hilo conductor de todo esto se usa uno de los últimos cuartetos de cuerda de Beethoven, la op. 131, una obra extenuante que utiliza la tensión como recurso dramático (no hay descanso entre movimientos) y que refleja cuán torturada estaba el alma del compositor en aquella época de su vida y hasta qué punto se sienten presionados y cansados los personajes de la película después de tantísimos años de gira.
En general el drama es más o menos correcto, entretenido al menos pero se recurre a algunos tópicos o estereotipos de receta de drama de “calidad”: intelectuales que fascinan a jovencitas al estilo Woody Allen, enfermedades degenerativas que irrumpen en la trama para buscar la lágrima fácil…
No aporta mucho sobre todo si alguien va a verla pensando que se le va a sacar más jugo al subterfugio de hablar de esta obra de Beethoven en concreto como hicieron en su momento Bresson con Schubert o Visconti con Mahler (acúdase, al respecto, a las películas Al Azar Baltasar y Muerte en Venecia respectivamente).
Lo más original e interesante de todo es el hecho de haber tomado un momento de crisis de un grupo de música clásica de fama mundial de la misma manera que se hace con los músicos de rock o de pop como en el caso de Los Commitments o el documental de Metallica Some Kind of Monster.
Así y todo, ¿la recomendaría? Bueno, para pasar el rato o verla en la tele no está mal, es entretenida y punto y además se escuchan fragmentos de Beethoven que siempre apetece.
Como alternativa yo optaría por la película francesa Un corazón en invierno protagonizada por la gran Emmanuelle Béart en la que se presenta un triángulo amoroso tortuoso mientras suena incesantemente el trío para piano de Ravel de fondo. Mucho mejor.