Hubo un tiempo en que Arnold Schwarzenegger, la mayor estrella del cine de acción de los 80 y los 90, se enfrentó con aliens, robots altamente evolucionados, contra si mismo, Batman y hasta con el mismísimo diablo. Ahora en El último desafío, una especie de vuelta a los orígenes modestos, le ponen al Eduardo Noriega como enemigo y, claro, no es lo mismo.
El último desafío no es una película demasiado ambiciosa ni por presupuesto ni por ideas: un narcotraficante se escapa de la policía y, en su huida, tendrá que cruzar por un pueblo donde Schwarzenegger es el sheriff. Lo débil de la premisa viene compensado por un sentido del humor propio del cine más ochentero: chistes malos por doquier, secundarios cómicos que son carne de cañón para recibir balazos y one liners para que el austriaco se luzca y las masas jaleen.
Lo que si se nota es que Schwarzenegger ya no está para trotes y le tienen que poner a una pandilla alrededor para que el pobre pase los menos minutos posibles en pantalla. Así, por el camino, nos tenemos que tragar charletas de FBI por parte de Forrest Whitaker, una insulsa historia romántica de unos compañeros y a Eduardo Noriega montado en un coche de camino al pueblo. Un par de buenas escenas de tiroteos nos sacan un poco del sopor pero tampoco es para tirar cohetes.
Resulta curioso que el director sea Jee-woon Kim, autor de la magnífica I saw the devil de la que ya hablamos en nuestro podcast de pelis de mal rollo. El coreano aporta cierta bestialidad y sanguinolencia al asunto y nos deja un par de momentos de planificación ciertamente molones: la huida de Noriega y la pelea final. Es su primera película americana así que se entiende que el hombre esté comedido. Esperemos que en un futuro le dejen hacer, y si no que se vuelva a Corea.
El último desafío ha sido una decepción tanto para los que esperaban el regreso de Schwarzenegger a lo grande, como para los productores que han visto como la película fracasaba en taquilla. El último desafío no es más que una serie B de domingo por la tarde, divertida de ver, olvidable a los cinco minutos, que engrosará la chequera de Arnold mientras nosotros rezamos por que algún día Verhoeven vuelva a Hollywood y coja de la mano al chuache.