El último día de la vida anterior - Andrés Barba

Publicado el 12 junio 2023 por Elpajaroverde
«Esa noche se quedan en un hotel. Cenan en la hostería y cumplen con el ritual, ahora sí, compartido. Ella habla mucho. Habla para cansarse de hablar. Le habla de su padre, le dice que hizo mal en vender la peluquería, que la falta de talento para el ocio es una condena de la clase trabajadora, no dice que la otra tarde simplemente le pareció un hombre que ha cortado demasiado pelo humano y que seguramente está confundiendo cansancio con tristeza. Habla de lo bien que van las cosas en la inmobiliaria, del piso que vendió la semana pasada y la comisión que –bromea– paga ese vino. Luego siente deseos de contarle la anécdota de la casa del suicida.–¿Qué suicida? –dice él.Y como ella no arranca inmediatamente, él coge la copa de vino y se echa un poco hacia atrás, apartando el plato. A pesar de llevar casi dos años juntos, a veces son extrañamente ceremoniosos.–Por favor –insiste él.Ella corre el telón. Él sonríe. Ella cuenta que hace mucho tiempo tuvo que vender la casa de un suicida. Nadie de la inmobiliaria quería hacerse cargo y se la acabaron colocando a ella. La casa estaba bien, pero el suicidio había sido relativamente famoso en el barrio y no había manera de que los compradores no se enteraran de que allí se había saltado los sesos un muchacho con una escopeta de caza. ¿La razón? Da igual. Celos, cree, no importa. Lo que importa es que en aquel cuarto de estar, que obviamente habían pintado de nuevo, había quedado una hondonada en la pared, una pequeña hondonada de la metralla, a poco más de la altura del pecho, donde el chico se había disparado.–Una hondonada –repite él.–Un hueco pequeño –dice ella– del tamaño de un reloj.Y todos los días, cuando entraba en la casa, ella no podía evitar acordarse de ese hueco. Deseaba acercarse a él. Tenía la convicción, cómo explicarlo, de que si lo tocaba comprendería algo. Fingía que resolvía otras cosas, pero siempre estaba pendiente de ese hueco. Un día no pudo más y decidió tocarlo. Se lavó las manos, se acercó y posó con resolución la punta de los dedos.–¿Y qué pasó? –pregunta él.–Que me dio un calambre. Al parecer la metralla había atravesado una parte de la instalación eléctrica y la pared a veces daba corriente. Yo tenía la mano húmeda. Casi me muero del susto.El cuerpo del hombre se sacude en la carcajada y el de ella también. De pronto están los dos relajados. Alegría de que toda esa escenografía de muerte solo haya sido al final la metáfora de otra cosa, algo más tonto y soportable. Pero luego, cuando hacen el amor esa noche, cuando él baja hacia sus piernas y ella inclina la cabeza y acaricia la cabeza de él, apretándola entre los muslos, recuerda de nuevo lo que de verdad sintió esa tarde, por mucho que lleve años contando esa anécdota para reírse de sí misma; trata de recuperar ahora, aunque solo sea mentalmente, la energía, el inexplicable deseo de tocar que sintió de verdad al repasar con el dedo la pequeña depresión que había dejado el disparo en la pared. Y recuerda el cosquilleo que le quedó en la mano cuando salió de la casa y que subió por el brazo, y que tardó varios días en marcharse, un cosquilleo molesto, como el reclamo de una cosa, de un animal pequeño, igual que ahora, cuando menos lo espera, en mitad del placer, vuelve la oscuridad, e, igual que entonces, le parece escuchar una voz, no necesariamente unas palabras, pero sí una voz, un mensaje que dice con nitidez: Por qué no vienes. Necesito que vengas».
Es el niño el que le pide que vaya. Él el que le ruega que vuelva a la casa en la que lo vio y la sorprendió. Cierto es que el propio deseo de la mujer por volver a esa casa influye en esa voz que escucha. No es menos cierto que, en más ocasiones de las que nos gustaría reconocer, los deseos están teñidos de miedo y de ahí la tardanza en hacer caso a las voces que nos acechan en la oscuridad.

La casa a la que el niño pide a la mujer que vuelva no es la del suicida. Lo del suicida no es solo una anécdota que la mujer le cuenta al hombre con el que vive sino una anécdota dentro de este libro que os traigo hoy. No hay ninguna hondonada dejada por la metralla en ninguna pared de esa casa en la que la mujer ha visto al niño. Sí hay, en cambio, algo extraño. Algo de lo que la mujer no se percata hasta que se le aparece el niño. Algo que causa en ella una fascinación, que la traslada a una especie de estado de hipnosis, que opera en ella un deseo tan irrefrenable como el que sintió de tocar el agujero de la pared en la casa del suicida, que le inquieta y le perturba de la misma manera.

Es extraño, pues la mujer no es una persona de contacto; no es una persona de piel. Es como si sufriera una carencia, como si le faltara es capacidad innata de entablar con otras personas las relaciones afectivas que los demás desarrollan con naturalidad. Con las casas, en cambio, es otra cosa. Las casas se le dan bien. «Tal vez, ha llegado a pensar, las casas son solo un pretexto, un puente para tocar aquello que no puede tocar en las personas». Tal vez por ello se gana la vida como agente inmobiliaria. Ahí sí que se desenvuelve como pez en el agua. Es una trabajadora diligente y competente. Su jefe confía en ella más que en ningún otro empleado. En más de una ocasión le ha escuchado referirse a ella como la única persona completamente honesta que conoce. Y eso también es extraño, pues donde antes se congratulaba por la alabanza recibida ahora no percibe sino otra especie de carencia, como si la honestidad escondiera «un vicio más censurable que la codicia», «como si ser honesta supusiera inevitablemente una falta de impulso vital», como si esa falta de impulso vital haya sido la responsable de lo poco que ha frecuentado «la parte más insegura de la vida» y de «las pocas veces que ha dejado que sean otras personas las que la toquen, las que decidan». No puede evitar pensar «en cómo se ha protegido de sentir lo que no sabía cómo iba a afectarle, desde deportes de riesgo hasta viajar a ciertos lugares, desde lo sentimental hasta lo físico, desde la transgresión más sencilla hasta la mera indignidad de tener que reconocerla, piensa en cómo ha sido siempre ella quien ha establecido las pautas, organizado los controles, decidido qué era razonable y qué no, piensa en cómo su aparente estoicismo no es más que una forma sofisticada de cobardía».

¿Quién decide realmente que vuelva a la casa: el niño o ella? ¿Es razonable volver al lugar en el que se ha visto un fantasma? En cualquier caso, difícilmente se puede tachar de cobardía ese regreso.

Lo ve de pronto. Está limpiando un poco la casa entre visita y visita de potenciales compradores. Se voltea desde el fregadero y el niño está sentado en una de las sillas de la cocina. Una figura con vestimenta anacrónica que desprende cierto tufillo a clase acomodada. Contra todo pronóstico, la mujer se estremece levemente pero no siente miedo. Tras ese primer encuentro regresa a la casa esperando ver al niño pero es a sí misma a quien encuentra: en la cocina, volteándose, sorprendiéndose ante la visión del niño, pronunciando las mismas palabras con una voz que es la suya a la vez que la de una desconocida. Es ella viendo a la extraña que es ella viendo al niño en una sucesión de imágenes en bucle. Es ella que vuelve a petición del niño a visionar con él otro bucle: aquel en el que el niño se ha quedado atrapado y que vive una y otra vez.

La historia del niño se nos cuenta en una segunda parte mucha más breve que la primera de esta novela. Es una historia de intimidad familiar contada desde la parcialidad de la mirada de un niño, desde esa mirada que no comprende muchas de las cosas que ve y vive pero que es extremadamente sagaz y perspicaz para otras. Me gusta mucho esa historia. Me gusta cómo me la cuentan (que no es de otra manera que con ese mismo estilo narrativo de la parte anterior que me cogió desde la primera frase y no me soltó). Sin embargo, quien me tiene absolutamente fascinada es la mujer. Quien me tiene absolutamente fascinada es Andrés Barba.

film, fotografía de B P bajo licencia CC BY 2.0


No sé lo que he leído. No voy a hacer tampoco el intento de explicarlo. Lo lamento, probablemente más por mí que por vosotros, pues bullo de ganas de desmenuzar toda la maravilla y asombro que me ha deparado esta lectura, así como de dejar aquí alguna de las inesperadas perlas que me ha regalado Andrés Barba, las cuales son realmente para enmarcar. Pero hacerlo desvirtuaría lo que encierra esta historia. Sería como una amputación que os dejaría admirar algún miembro suelto pero os negaría la observación y significado del conjunto. Para expresar la idea global por la que orbita esta novela no tengo palabras. Carezco de la precisión de vocabulario para acometer tal tarea. El pleno uso y dominio del lenguaje se lo dejo al autor madrileño afincado en Argentina. También le dejo a él, con el fragmento de esta novela con el que he arrancado esta reseña, la labor de que os tiente para que lo leáis. Si os soy sincera, no estoy segura de que me haya convencido la resolución de esta novela. Es como si la historia (especialmente la relativa a la mujer) hubiera quedado suspendida. Es más, he sentido cierta confusión, de esas que me llevan a plantearme si me habré perdido alguna cosa e incluso me invitan a releer alguna parte del libro para ver si hay algo oculto por descifrar cuando de antemano sé que no, que lo que he leído es lo que he leído y no hay más porque de hecho hay mucho y con ese mucho me sobra para que me de exactamente igual que la deriva de esta novela no se haya ajustado a mis expectativas pero también me falta porque sé que este primer libro que leo de Andrés Barba no será el último y que habrá más.

El autor nos cuenta en los agradecimientos que esta novela trata de una persona que ayuda a otra y yo no tengo nada que objetar. Sin embargo, me parece una sentencia simplista y reduccionista. Hay muchas capas en esta novela de Andrés Barba. Supongo que tantas como superposiciones de las diferentes realidades habidas y por haber, de las diferentes percepciones de un mismo suceso o de una misma escena y de esas escenas que a la vez que estancamiento son bifurcación. Supongo que tantas como instantes hay dentro de la continuidad. Esos instantes, si se les observa con detenimiento, comienzan a revelarse, tal y como reza el título de esta novela, como algo así como el último día de la vida anterior. También contiene esta novela uno de los personajes más complejos y poliédricos con los que recuerdo haberme encontrado: el de la mujer.

Estoy pensando ahora que mi descubrimiento de Andrés Barba, autor que ya me había planteado leer en alguna ocasión, pues ya me había tentado con alguna novela anterior, ha sido un poco como el encuentro de la mujer con el niño. Y es que yo tampoco puedo evitar la necesidad de volver y seguir indagando. Tal vez es porque me ocurre como a la mujer, que de niña he jugado poco, y así como ella decide ir a jugar con el niño yo ingreso en una lectura porque sé que la literatura es el juego con mayúsculas. Soy esa mujer fascinada con su reflejo y redescubriendo cada postura, gesto e inflexión de su voz, cada recoveco y forma inédita de su cuerpo, solo que mi fascinación es por la originalidad de la temática que elige Andrés Barba para esta novela, por lo poco común, por expresar con tan aparente facilidad y precisión sensaciones tan complejas y ambiguas. La mujer es como la Alicia de Lewis Carroll, a la que Barba cita en el epígrafe precedente a esta novela y a la que recurre puntualmente en ella. Yo también lo soy. Ambas sabemos a lo que vamos aunque no sepamos lo que vamos a encontrar. No vamos engañadas como «nadie ha engañado a Alicia. Ni el Conejo, ni ninguna otra cosa. Alicia quiere bajar al infierno. ¿Para qué? Para sentir, tal vez». La mujer quiere volver a la casa en la que ha visto al niño. Yo quiero volver a leer al Andrés Barba que he descubierto en esta novela, aunque bien sé (o probable y precisamente porque lo sé) que el de la literatura no es un juego inocente. Si se piensa bien, ningún juego lo es, ni siquiera los de los niños. Y es que el de la infancia dista mucho de ser el universo edulcorado que muchos piensan, sino que es más bien un pasaje poblado de incertidumbre y confusión y eso también lo sabe contar muy bien el autor. Sin embargo, ahora soy adulta. Juego (esa manera de fomentar el desarrollo, el aprendizaje, la creatividad y, sobre todo, de explorar el mundo y la realidad a través de la imaginación) de una manera diferente. Y, al igual que le ocurre a esa mujer en la que a veces me he visto reflejada y que en otras ocasiones me ha resultado inaprensible y me ha parecido una auténtica extraña, por haber aceptado el juego me he condenado a perseguir al Conejo para siempre. En todo caso, dicen que sarna con gusto no pica.

Looking glass 6, fotografía de Elena Kalis bajo licencia CC BY-NC-NC 2.0


Ficha del libro:Título: El último día de la vida anteriorAutor: Andrés BarbaEditorial: AnagramaAño de publicación: 2023Nº de páginas: 144ISBN: 978-84-339-0177-4Comienza a leer aquí
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