Anoche estuve con uno de éstos. Su olor, su mal olor, inundaba la estancia y, por momentos, se me hacía insoportable y se lo hacía al resto de personas que, como él, se preparaban para pasar la noche en aquel recinto techado.
Olía mal y estaba bebido. En un momento dado no pudo aguantarse más y se defecó encima. Mientras se acercaba al wáter, dejaba en el suelo un reguero líquido de sus excrementos.
El dilema estaba servido: ¿se ducha o no se ducha? ¿Le obligamos a ducharse? ¿Le echamos si no se ducha? Los demás inquilinos se quejan y dejarán de venir por culpa de su suciedad, su mal olor y falta de higiene.
Pero, si le echamos para que se queden los otros, que también necesitan un techo para dormir, ¿qué hacemos con éste? En nuestra línea de calle es el último en la posición. Y ¿no buscábamos al último? Quizás no sea éste el espacio adecuado para él. ¿Habremos de inventarnos otro?
Al final, uno de los camastros lo colocamos para él en el pasillo.