Editorial Anagrama. 190 páginas, primera edición de 2005.
Igual que Enrique Vila-Matas se propuso en Bartleby y compañía, la búsqueda literaria de autores que habían dejado de escribir, Ricardo Piglia acomete en el ensayo El último lector la búsqueda de la figura del lector en la literatura.
“Lo que podemos imaginar existe, en otra escala, en otro tiempo, nítido y lejano, igual que en el sueño”, apunta Piglia en la temprana página 17, en una suerte de prólogo ficcional donde visita la casa de un hombre de Buenos Aires que ha construido una réplica de la ciudad en un cuarto de su casa, una forma de leer la ciudad.
“Rastrear el modo en que está representada la figura del lector en la literatura supone trabajar con casos específicos, historias particulares que cristalizan redes y mundos posibles” (pág 22). Piglia nos avisa: cuando nos topamos con un personaje en un libro que está leyendo siempre será, como en el caso de El Quijote, por un motivo exagerado. “Buscamos, entonces, las figuraciones imaginarias del arte de leer en la ficción” (pág 24)
En esta búsqueda Piglia hará un recorrido personal e imaginativo por la figuras, en primer lugar, de Borges, Shakespeare y Kafka. Borges como creador del personaje que es él mismo, el lector aislado en una biblioteca; de Hamlet que entra en una habitación leyendo un libro, transtornado tras la muerte de su padre, y el libro representa su mundo de la alta cultura; ya que él ha salido de su entorno cortesano para acudir a la universidad, y al volver no puede reincorporarse a los códigos medievales del poder y las venganzas; y destacaría la intensidad en el acercamiento a Kafka, a partir del análisis de su relación con Felice Bauer, con la que emprende una intensa relación epistolar después de un único encuentro. Kafka no deseaba a una amante, sino a una lectora de sus textos, nos descubre Piglia. La figura de Kafka destaca en El último lector como ya lo hiciera en su novela Respiración artificial.
En el apartado del libro titulado Lectores imaginarios, Piglia hace un recorrido por el género negro, que nace con el Dupin de Poe en una librería de París, y cuyo modelo de detective identifica con la soledad del lector. Después habla de la evolución del género en EE.UU., buscando en el Marlone de Chandler rasgos del lector que era Dupin, hasta que consigue encontrarlos en episodios aislados, desplazados, de sus novelas.
En Ernesto Guevara, rastros de lectura, Piglia usa la figura del icono revolucionario del siglo XX para seguir indagando en lo que para él representa un lector. El Che, cansado, siempre en movimiento, no deja de lado sus libros y su cuaderno de anotaciones. En él, el deseo de experiencias del adolescente que lee parece hacerse real.
Resalto una frase de la página 105: “En un sentido más general Lionel Gossman se ha referido a la misma cuestión en Between History and Literature, cuando señala que la lectura literaria ha sustituido a la enseñanza religiosa en la construcción de la ética personal”.
Pligia indaga en el lector de la Biblia que es Robison Crusoe en su isla, pensando que la lectura crea su destino, y lo relaciona, nada menos, que con Philip K. Dick y su El hombre en el castillo, la ficción como motor generador de la realidad.
“Robison es el modelo perfecto de lector aislado. Lee solo y lo que lee le está personalmente dirigido. La subjetividad plena se realiza en el aislamiento y la lectura es su metáfora. El lector ideal está fuera de la sociedad” (pág 156).
“Dos son los grandes mitos de lector en la novela moderna: el que lee en la isla desierta y el que sobrevive en una sociedad donde ya no hay libros.” (pág 160)
Sobre la subjetividad de la lectura Piglia se centra en estudiar el Ulises de Joyce. “Joyce llegó más lejos que nadie en ese viaje, inventó la figura del lector final, el que se pierde en los múltiples ríos del lenguaje.” (pág 188)
Pero antes aún hemos podido reflexionar sobre el tipo de lector que representa el Quijote o Anna Karenina o Madame Bovary.
Este libro de Piglia es literario como lo son los de Enrique Vila-Matas, y el discurso ensayístico fluye igual que el material de una novela, donde se pretende desentrañar los motivos ocultos de personajes, que tienen la particularidad de ser a su vez personajes de otras obras literarias o escritores.
Si Roberto Bolaño mitificó la figura del poeta que sigue persiguiendo a su arte a pesar de todos los reveses, Ricardo Piglia ha conseguido mitificar la figura del lector impenitente, aislado, generador de su propio mundo autorreferente.
El último lector es un libro que cada lector debería leer en la isla desierta de su sofá, como una forma de complicidad, como una nueva luz con la que acercarse a una obra literaria, y reconfortarse entre tantas palabras lúcidas, inteligentes. Una delicia.