El viento se impacienta, le entra una ventolera y sopla con más fuerza. Demasiada quizás, y sin quizás. La corriente se arremolina, se forma un torbellino. Las páginas se agitan, galopan, resoplan. Se sacuden las letras, se levantan y desprenden hasta verterse en un charco de tinta. Las hojas vacías se desatan, flotan sueltas y giran en la nube de una espiral blanca.
Bajo la mano invisible que mueve el papel del torno, crece la forma del unicornio. Alza el cuello y detiene el viento. No sólo obedece el viento, también quedan en suspenso el sonido y el tiempo. La sala recupera la calma. En medio del silencio el unicornio inclina su cuerno. Roza el borrón del suelo y las letras se enredan en su sombra. Antes de volver al libro, sobre la mancha entintada brota la fantasía atrapada en las palabras.