El uso de micromonólogos en Casa de Muñecas, de Henrik Ibsen

Publicado el 12 diciembre 2014 por Chema Fernández @chemaup
          Hace un par de semanas os traía una reseña un tanto diferente titulada El arte de la descripción en El viento de la Luna, hoy quiero volver a traeros otra similar pero enfocada en una obra de teatro; Casa de muñecas, de Henrik Ibsen.

SINOPSIS
          Casa de muñecas, una de las obras más intemporales de Ibsen, narra el drama de Nora, una mujer ardiente y alegre que ante la incomprensión de su marido se encierra en sí misma, llegando a abandonar su hogar para convertirse en un ser consciente de su destino. La obra desató vivas polémicas en su época y fue juzgada como una toma de posición en favor de las ideas feministas.
OPINIÓN
          El estudio y uso de los micromonólogos en Casa de muñecas, de Henrik Ibsen (Skien, 1828 - Oslo, 1906) es el objetivo a tratar en esta pequeña reseña. Para no hacerlo excesivamente extenso a causa de los pequeños trozos de los monólogos, os aconsejo leer la obra para tener una visión mucho más completa de la reseña y utilizaré cortas ráfagas de los monólogos para ejemplificar dentro del corpus esta opinión. El teatro rechazó los monólogos y los apartes por considerarlos inverosímiles. Suele estudiarse que lo mismo hizo Ibsen, pero, si bien no se encuentra ningún aparte en Casa de muñecas, sorprende la frecuencia de los monólogos, para los que he preferido la denominación de micromonólgoos o minisoliloquios, con lo que quiero indicar su general brevedad. A mi modo de ver, por lo tanto, no puede afirmarse tajantemente que esta, denominada por Ibsen, tragedia moderna se haya construido sin reflejar el pensamiento íntimo y a menudo muy ofuscado, especialmente, como se verá de la protagonista, Nora Helmer. Pese a ser cortos, de escasas cinco u ocho líneas, están cargados de una intensidad emocional muy fuerte y rápidamente son finalizados por la entrada de otros personajes o la caída del telón.
          La mitad de los minisoliloquios están en boca de Nora, personaje principal del libro. Uno de los primeros muestra la preocupación del a protagonista por la amenaza de Krogstad que quiere revelarle a Torvaldo toda la verdad: "NORA.- [...] ¡Bah! Quería asustarme [...] Si lo hice por amor... [...]" (Pág. 47). Nora, de alguna forma, desea disculpar su propia mentira dándose argumentos que la tranquilicen. En ese mismo momento, entra sus hijos y termina la intervención. Con los soliloquios, siempre cortos pero frecuentes, se muestra la inquietud y se llega a la mayor parte de los momentos climáticos de la obra. La concatenación de actos y escenas plasma en un juego eficacísimo, de entradas y salidas, lo que da vida a una acción en los que nada es accidental.
          Otra intervención muestra el carácter de muñeca que tiene Nora. Está organizando la mejor cena de Navidad para complacer a su marido: "NORA.- Hacen falta velas y flores... ¡Qué persona más repugnante! [...] No pasa nada. [...] Haré todo lo que quieras Torvaldo [...]" (Pág. 48). A la vez que piensa en los preparativos, está recordando la amenaza constante de Krogstad, como un pensamiento intenso que la desestabiliza interiormente y que pone en peligro su matrimonio.
          Antes de caer el telón, en la última parte del acto primero, hay un momento climático. Se reconocen ciertos rasgos deterministas en el diálogo de Torvaldo: "HELMER.- Generalmente son las madres [...] Krogstad ha estado envenenando a sus hijos, año tras año, en su propio hogar, con mentiras y simulaciones [...]. Siento un verdadero malestar físico junto a semejante personas" (Pág 52). Después de sus palabras, Nora se preocupa porque piensa que puede contaminar a sus propios hijos con sus mentiras: "NORA.- [...] ¡Pervertir a mis hijos!... ¡Envenenar el hogar! [...]" (Pág. 53).
          En el segundo acto, el día de Navidad, Nora aún sigue intranquila por la carta, por eso tiene presente en su conciencia el buzón con la misiva: "NORA.- [...] Pero a lo mejor [...] Pues no hay nada en el buzón [...] Claro que no lo hará [...]" (Pág. 54). Se engaña a sí misma dando por sentado que todo es una farsa de Krogstad para engañarla, chantajearla y preocuparla.
          Por los comentarios deterministas anteriormente citados por Torvaldo pueden observarse las primeras consecuencias, Nora ha alejado a los niños de su regazo como método protector y quiere seguir con su vida normal intentando preparar su disfraz: "NORA.- [...] ¡Más vale no pensar! [...] ¡Qué bonitos son estos guantes! [...]" (Pág. 56).
          La señora Helmer, loca de angustia por la omnipresente amenaza, intenta de todas las maneras posibles convencer a Helmer para que no cese a Krogstad. La protagonista pronuncia un micromonólogo exaltado que deja entrever su angustia: "NORA.- [...] ¡Sería capaz de hacerlo! [...] Lo hará, a pesar de todo... [...] (Se pasa la mano por la cara, rehaciéndose, y va abrir la puerta de la antesala. Empieza a oscurecer)" (Pág. 67). En la acotación de la intervención hay un momento simbólico del caos y de la confusión que la embargan.
          La protagonista sabe que poco a poco la resolución de la verdad está cerca, está preocupada, intranquila. Cuando Krogstad deja la carta en el buzón, la cuenta atrás empieza para ella: "NORA.- Se va [...] (Se oye caer una carta en buzón [...]) Está en el buzón. [...] ¡Torvaldo, Torvaldo..., estamos perdidos!" (Pág. 81). Sabe que le queda poco tiempo: "NORA.- [...] ¿Veinticuatro y siete? Treinta y una. Tengo treinta y una horas de vida" (Pág. 88 - 89). Espera el "milagro" para que Helmer le perdone todo lo sucedido. Estamos viendo un cambio de actitud del personaje, desde ser una muñeca hasta ser una persona madura.
          Cristina Linde, amiga de Nora, intenta convencer a Krogstad para que recupere la carta. Es el único micromonólogo en toda la obra que no es pronunciado por la señora Helmer lo que le da un aire de excepcionalidad: "SEÑORA LINDE.- ¡Qué giro han tomado las cosas! Ya tengo por quién trabajar [...]" (Pág. 96 -97). Está enamorada de Krogstad y quiere aprovechar esa situación para ayudar a su amiga.
          El último minisoliloquio de Nora es el agón final, es decir, la lucha dialéctica entre los dos personajes con el fin de descubrirse toda la verdad. Sabe que el "milagro" no va a ocurrir, todo está perdido: "NORA.- [...] ¡No volveré a verlo jamás! [...] ¡Adiós Torvaldo! [...]" (Pág. 108). Este es el momento preciso en el que Nora deja de ser muñeca y se convierte en una verdadera mujer. Asume su error y sabe que no va a ser perdonada por Helmer.
          Casa de muñecas, una de las mejores obras teatrales de la literatura noruega, presenta una notable cantidad de micromonólogos cargados de una gran intensidad emocional que descubren los verdaderos sentimientos de Nora ante la fatal situación que está viviendo en carne propia. Todas sus intervenciones solitarias son interrumpidas por la aparición de personajes, lo que hace que no sepamos hasta qué punto llegan sus pensamientos y de esta manera tangamos que imaginarlos.
          Nora es una probre muñeca que se convierte en una verdadera mujer por las circunstancias que vive. Pese a ser un libro muy polémico, no podemos negar el trasfondo que guarda el portazo final de la obra: la transformación de una niña en mujer ha llegado a su punto culminante. Detrás de sí deja las ataduras para emprender el camino de la autorrealización, la deuda de la libertad.

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¿Has leído o visto la obra de teatro? ¿Qué te ha aparecido? ¿Qué significa ese portazo final para ti? Espero tus comentarios abajo :)