Duelo a garrotazos, Francisco de GoyaResulta significativo e iluminador que casi todos los países europeos posean un lugar desde el que recordar a sus caídos en la guerra y España ande todavía jugando al gato y el ratón con una cuestión que debiera ya hace tiempo haberse resuelto a través de una sana reconciliación histórica. Cada vez que se pone sobre la mesa la Guerra Civil, unos y otros representantes políticos polarizan su discurso a través de una dialéctica que eterniza el carácter bipolar de nuestra idiosincrasia nacional, en vez de reunir en un mismo gesto y espacio simbólico la memoria de todos y cada uno de los españoles.Jáuregui propuso hace tiempo la creación de una comisión que ponía sus ojos en el Valle de los Caídos como potencial candidato para erigirse en monumento nacional de la memoria histórica. La idea consistía en transmutar las connotaciones que este lugar posee, para convertirlo con el tiempo en un espacio común de recuerdo a los caídos, más allá de significaciones ideológicas, y un símbolo nacional de nuestro pasado reciente. Sin embargo, cualquier paso que tomara esta comisión para lograr su objetivo, se ha enfrentado con encendidas declaraciones que ponían obstáculos a su propósito. Se acordó mantener la cruz de 150 metros que preside el valle, pero no parecía posible un acuerdo unánime acerca de la suerte de los restos de Franco y mucho menos acerca de la futura gestión de la basílica por parte de la comunidad benedictina. Igualmente, no está claro qué se hará al final con los numerosos restos de republicanos enterrados allí.Cualquier intento de crear por primera vez un lugar de exclusión dialéctica sobre el pasado, donde dejar por una vez tranquilos a los muertos de uno u otro color, choca con una clase política aún resistente a marcar un punto y aparte en esta necesaria conciliación. El sentido común indica que, a no ser que las familias lo demanden, los restos de cualquier inhumado, sea Franco, Primo de Rivera o un republicano, debiera dejarse donde está. Una vez resuelta esta cuestión acerca del futuro de los restos, el objetivo debiera ser que existiera en el Congreso un acuerdo unánime que apoyara este proyecto. El consenso es fundamental; si no se diera, eso significaría que la clase política aún no está preparada para admitir la reconciliación. Lo de menos es qué hacer con el Valle de los Caídos; lo esencial reside en la voluntad colectiva de convertirlo de una vez por todas en un espacio de conciliación, recuerdo sereno y reflexión respetuosa. El resto de debates son secundarios e infértiles; tan solo marean la perdiz, intentando instrumentalizar la memoria popular.El gobierno entrante debiera liderar la continuación de este noble propósito, evitando generar en la ciudadanía la atávica reproducción de un discurso cainita. Esperemos que el futuro gobierno del PP no ceda al chantaje de la derecha preconstitucional y sepa responder a la llamada a la conciliación y al esfuerzo colectivo que presidió el primer discurso de Rajoy tras su victoria del 20-N. Ramón Besonías Román