Los niños transmiten su magia, contagian su ilusión, enamoran con su inocencia y logran arrancar sonrisas de los rostros más solemnes. Los niños consiguen que por un momento, efímero pero intenso, se respire esperanza en este mundo y se dibuje un escenario mucho más deleitoso.
Los niños nos devuelven a nuestra infancia y permiten que aflore nuestro niño interior. De alguna manera nos conectan con nuestra parte más onírica y cándida. Nos muestran el significado verdadero de la libertad. Nos enseñan a disfrutar de las cosas, a gozar del aquí y ahora; recordándonos el ingente valor de lo sencillo y lo natural.
Los niños nos alejan y rescatan del aburrido mundo repleto de obligaciones, preocupaciones y contrariedades en el que nos hayamos inmersos . Ellos y ellas logran que nos reinvintemos , que evolucionemos y maduremos para llegar a ser mejores personas. Incluso tienen el grandioso poder de conseguir que resurjamos de las cenizas como un ave fénix. En realidad ellos son nuestros maestros, son nuestros luceros y nuestra esperanza.
Que triste resulta ver a personas que no recuerdan que ellos fueron niños alguna vez. No puedo más que sentir compasión por ellas, y pienso en la infinita amargura que debe invadir sus corazones para no contagiarse de la alegría y vitalidad de un niño. Porque cuando un niño juega, grita, se ríe, salta y baila está expresando su júbilo, su vigor y vivacidad. Por desgracia no todo el mundo entiende que los niños han de comportarse como lo que son, y siempre que actúen con respeto tienen todo el derecho del mundo a disfrutar de su infancia sin ser menospreciados o tratados como ciudadanos de segunda.
Que pesadumbre advertir que haya niños a los que se les niega el derecho a disfrutar de una infancia plena y feliz, a los que se les priva de disfrutar de una familia equilibrada, de una educación y de un entorno saludable; de aprender jugando, de soñar y perseguir deseos, de creer que no hay nada imposible. En una palabra, de ser dichosos. De exprimir la infancia y disfrutar cada momento. De ser niños y no pequeños adultos, o peor aún de no ser nada de nada para los que deberían ser el todo de todo.
Guerras, hambrunas, explotación laboral y sexual, niños soldado, niños desamparados y vulnerables a la delincuencia y las drogas, niños maltratados y abusados.
Niños y niñas a los que se les amputa su infancia y se les condena al sufrimiento, a los que se les impone la responsabilidad de hacer frente a su injusto destino. Niños y niñas a los que se les quita la vida, niños y niñas que aún con vida , se les trata como mercancía humana.
Situaciones lamentables que se reparten por toda la geografía mundial, que estremecen y atormentan, que nos hacen plantearnos si realmente la humanidad merece llamarse así . Sea como fuere , lo que es insoportable e intolerable es que los niños sigan siendo inocentes víctimas de un mundo sin sentido. Víctimas inocentes del sin sentido adulto.
La infancia debería construirse sobre una sólida superficie que asegurase un futuro próspero en lo personal, en lo introspectivo, y por supuesto también en lo social, en lo comunitario. En cierta manera, las vivencias y recuerdos de la infancia configuran los cimientos de la personalidad con la que va a convivir el resto de su vida. Y con la que el resto de personas se encontrarán.
Sí , la infancia marca y lo hace para bien o para mal. Así lo asegura el gran Jorge Barudy cuando dice que los buenos tratos a la infancia modelan la forma de ser.
Es por ello que tenemos la obligación moral de construir una sociedad en la que los niños y las niñas puedan desarrollarse de manera sana, óptima y plena. Debe procurarse que sus derechos estén siempre protegidos y sus necesidades cubiertas. La protección de la infancia es una prioridad que siempre debemos poner en práctica porque lo que prima por encima de cualquier otro interés, por muy legítimo que éste sea, es el bienestar de los menores. Este es el mandato no sólo legal sino también ético y moral. Como sociedades avanzadas debemos ser merecedoras de dicho sobrenombre y abogar por el cumplimiento de dicho mandato en todos los rincones del planeta. Un trabajo complicado que incluso puede parecer insoluble y utópico , mas con una firme voluntad se pueden lograr importantes avances y mejoras en este sentido. Una firme voluntad que a de confluir desde distintos puntos y regiones, y que en la actualidad parece asignatura pendiente. Muchos de los Estados y países no están a la altura, la política ínternacional está secuestrada por el todopoderoso dinero. Y en su nombre todo el terror al que asistimos un día sí y otro también.
Como individuos y seres sociales, cuidemos de nuestras futuras generaciones y contribuyamos al bienestar de la infancia. Construyamos una sociedad justa, respetuosa, empática y solidaria; una sociedad plural y diversa en la que la equidad sea la piedra angular del éxito personal y colectivo. No segreguemos a los niños , no enseñemos a segregar. No difundamos la cultura de la violencia, la fuerza y la intimidación. No enseñemos a abusar. No divulguemos estereotipos insanos y fomentemos las desigualdades. No enseñemos a ser injustos. Y así con infinidad de problemas sociales que se han ido forjando en el seno de una sociedad profundamente enferma en muchos sentidos. Este no es el mejor legado para nuestros hijos y los hijos de los demás .
Como padres debemos tener muy claro que ejercer la maternidad y paternidad de una manera minimamente correcta y adecuada es trabajo más difícil , laborioso y complicado del mundo; pero sobre todo el más importante y trascendental de toda nuestra existencia. Como decía aquí , es un quehacer de valor incalculable, pues los niños de hoy serán los adultos del mañana.
Que gran responsabilidad, sí , y que gran oportunidad para poner nuestro granito de arena en la construcción de un mundo algo mejor y una sociedad menos enferma.