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Son tiempos duros, bastante duros. Constantemente nos torpedean con información negativa, da igual el medio, alcanzando nuestra línea de flotación emocional y minando cualquier atisbo de esperanza o confianza que podamos albergar en el ser humano. Se ha preguntado usted, ¿cuándo fue la última vez que sonrió sin que las preocupaciones limitaran su sonrisa?
Esta conclusión no es una pataleta provocada por la bajada de los sueldos, el aumento de la jornada laboral o las injustas e impopulares medidas gubernamentales. Este pensamiento al que doy salida es un sentimiento general que abunda en nuestra sociedad sobre el que me permito hacer referencia tras sentarme y observar.
Observar que las personas, vayas donde vayas, han interiorizado la palabra crisis de tal forma que les resulta imposible terminar una frase sin incluirla. Observar que en las reuniones de amigos antes se hablaba deportes, novios y novias o proyectos futuros a realizar de cara al verano; y ahora sólo se habla de situación económica y política.
¿Y la solución cuál es? ¿Dejar de leer la prensa, no ver los telediarios o no escuchar la radio para no estar informados? O al contrario, ¿absorber todo lo que dicen los medios antes citados para conocer la información al completo desde todos los ángulos posibles? Pues les digo que ninguna solución es válida ya que, el que vive en el desconocimiento sufre un golpe más duro cuando de repente se entera de todo lo que pasa, y el que está diariamente informado, sufre una agonía constante.
La única solución que encuentro ante lo que estamos viviendo es la de volver a ser niños; porque éstos son los únicos que ríen y sonríen despreocupadamente. Pero como eso físicamente es imposible, solo nos queda hacer cuanto esté en nuestras manos para que los niños no pierdan su sonrisa porque si en ellos está el futuro, más vale que empecemos a pensar en el valor de sus sonrisas.
Esta es la crónica habitual, de un día como otro cualquiera…
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