El Vampiro Errante: Capítulo IX

Publicado el 30 agosto 2020 por Ayaathalia @Ayashi375
        El Vampiro Errante es un bonus, es decir, una pequeña historia que añade información. En este caso se trata del bonus de Nosuë, protagonista de Lazos de Sangre. ¡Pero se puede leer independientemente si te apetece!


La Salida del Errante
    —Deja de moverte, Ronald —pedí por enésima vez.    Él dio un respingo y volvió a dejar la mano en el hombro de Taneka, que suspiró pacientemente con una sonrisita traviesa.    —Es difícil esto de posar —comentó el hombre en tono culpable.    —Pues imagínate pintar a los que posan —respondí.    La feliz pareja, sentada en el sofá recubierto con una sedosa sábana rojo borgoña, rió. Ronald permanecía en el brazo del mueble, un poco más alto que su mujer, que, puesta recatadamente a su lado, permanecía ligeramente ladeada.    Vestían con elegancia, la mejor ropa que tenían, porque, dijeron, querían guardar aquella imagen para que sus hijos los vieran en su vejez.    Taneka estaba embarazada de unos pocos meses. El vestido disimulaba la ligera curvatura de su vientre.    De nuevo la mano de Ronald se movió un poco, y sus dedos juguetearon con un par de rizos que se escapaban del moño con que Taneka se recogía la espesa cabellera.    —Ronald… —me quejé.    —Perdón, perdón. ¿Te falta mucho?    —Acabamos de empezar. Ten paciencia.    —Oh, esto es tan aburrido.    —Deja de moverte.    —Te he visto hacer cuadros muy deprisa.    —Paisajes, imágenes que salen de mi imaginación. No retratos. Los retratos necesitan bastante más observación.    Ronald suspiró. Seguramente hubiera preferido estar revisando su manuscrito antes de mandarlo a la editorial de la ciudad, pero también quería aquel retrato.    En realidad era idea de Taneka, que por suerte sí lograba mantenerse quieta.    —¿Qué nombre deberíamos ponerle? —preguntó de pronto la mujer—. ¿Nosuë?    —¿Perdón? —Alcé las cejas, sorprendido.    —¿Nos ayudas con el nombre? Tenemos algunas dudas.    —¿Y queréis que yo os ayude?    Ella sonrió.    —Desde luego —asintió, muy segura.    Parpadeé y los miré a ambos.    El tiempo que había pasado con ellos se alargaba cada vez más. Ya llevaba un año en su casa. Me habían dado todo cuanto tenía: la ropa que llevaba, las pinturas que usaba. Aseguraban que se daban por pagados con mi compañía y los cuadros que decoraban el salón y la habitación.    —Claro —acepté al final, tras unos momentos de duda.    —Si es una niña yo quiero ponerle Rosmerta —explicó Taneka mientras Ronald resoplaba—. Mi marido quiere ponerle Rosalinda. ¿A ti qué te parece?    Que ninguno de los dos nombres me gustaban, pero eso no podía contestarlo.    —¿Se te ocurre un nombre mejor, amigo? —preguntó Ronald.    «Amigo». Últimamente era así como me llamaba… excepto cuando me llamaba «hermano».    Una vez tuve hermanos. Varios. Pero estaban todos muertos.    —En lo personal, si fuera una niña la llamaría Castia —comenté.    —¡Castia! —exclamó Taneka—. Es bonito. ¿Tiene algún significado?    —Bueno, es el nombre de mi madre biológica.    —¡Perfecto! Entonces será Castia.    —Sólo es mi opinión.    —Y muy acertada. ¿Y si es un niño?    Titubeé. ¿Por qué estaba eligiendo el nombre del futuro hijo de los Littyan? ¿Por qué me daban esa opción?    —Eriol —dije—. Lo oí hace unas décadas en una ciudad lejana y me pareció un nombre interesante.    —¡Mejor que Rosberto! —exclamó Ronald con una risilla.    —¡Oh, no seas impertinente! —se quejó su mujer, pero sonrió—. Tampoco es que Donasecas esté muy bien.    —Sabes que no era eso lo que quería decir. Don-a-secas. Don a secas. Don. No… lo que tú dices.    —Sí, claro… Donasecas.    —¡Taneka!    Ambos se echaron a reír. Era agradable verlos tan tranquilos, tan felices.    Iban a tener un hijo. Niño o niña, daba igual. Era el curso natural de la vida de un humano: nacer, crecer, emparejarse, tener hijos, envejecer y morir.    No lo envidiaba. Algún día, tal vez, yo convertiría a uno de estos humanos en alguien como yo. Mi propio cachorro, en alguna parte, algún tiempo.    Si podía. Si encontraba a la persona adecuada. Porque podía convertir a quien quisiera, como muchos vampiros hacían, pero había sido educado para que fuera especial.    Ritz, mi sire, encontró en mí ese algo especial. Quería tener lo mismo.    —¿Nosuë?    Alcé la cabeza y vi que ya no se reían, sino que me miraban.    —Estaba distraído —me disculpé—. Intento pintar, ¿recordáis?    —Querría hacerte una pregunta —repitió Ronald.    —Adelante.    —¿No te gustaría quedarte con nosotros para siempre?    Fruncí el ceño.    Lo peor del asunto es que sabía que lo decía en serio, con total y completa sinceridad.    —No digas tonterías, Ronald —repliqué con amargura—. Vais a tener un hijo. ¿Cómo le vais a explicar que hay un parásito en el desván?    —¡No eres un parásito! —se quejó Taneka.    —Da igual. Un vampiro. Un invitado perpetuo. Vais a tener este niño, y luego tendréis más, y esos niños tendrán a sus propios hijos. Formaréis una familia que crecerá y envejecerá, y tarde o temprano vosotros también moriréis mientras yo me quedo como estoy y os veo pasar.    —Dijiste que eso era natural para ti —razonó Ronald.    —Sí, es natural. ¿Pero cómo voy a vivir siempre aquí, en vuestra casa? Me niego a ser siempre un invitado.    —¿Y por qué no te haces pintor profesional? —preguntó Taneka.    La miré.    —¿Qué?    —Hazlo. ¿Por qué no? Se nombran muchos pintores excéntricos por el mundo, uno más no llamaría la atención.    —¿Excéntrico como qué?    —Excéntrico como un apodo, costumbres nocturnas, poco dispuesto a recibir visitas y viviendo alejado de la sociedad.    Fruncí el ceño.    —Vamos, ¿por qué no? —insistió la mujer—. Un don artístico que pase de padres a hijos, eso es lo que la gente verá. Pero serás tú, siempre, tras el apodo como pintor. Y la casa, un hogar donde puedas quedarte, donde siempre crean que viven los hijos, nietos y bisnietos de este artista.    —Pero no puedo convertirme en pintor.    —No lo has intentado. ¡Vamos! Ronald y yo tenemos amigos, podemos darte algunos contactos, conseguirte tal vez unas exposiciones para darte a conocer. Sabes que pintas bien, Nosuë, tu arte es exquisito. ¿Por qué no aprovecharlo para ganar dinero y libertad?    Titubeé, mirándolos. Ronald asentía a cada palabra de su esposa.    En aquel momento supe que no era en absoluto una conversación casual. Lo habían hablado a mis espaldas.    Y me encantó.