La vida de un vampiro no es tan sencilla. Algunos creen que somos como exóticos reyes, sentados en nuestros inalcanzables tronos con harenes de humanos a nuestra sangrienta disposición. Estos vampiros casi divinos son sensuales, poderosos y a la vez escalofriantes. Para otros somos bestias sedientas de sangre, animales que únicamente anhelan más caza, más sangre, más muerte y dolor. Estas criaturas son terribles, aterradoras, llenan de pesadillas los sueños de los niños y son el temor de los más crédulos. Nos temen, nos odian, nos desean. Las pasiones humanas son muchas, y nosotros las despertamos todas. Vivir entre vosotros es complicado. Si nos veis, nos teméis, si no nos veis, deseáis vernos. No hay más que observar vuestra literatura, tan llena de mitos que pasan del mal encarnado a la más ansiada pasión. Ángeles, vampiros, demonios y fantasmas, todo lo que a veces teméis, a veces también lo amáis. Yo soy también uno de esos iconos que despierta en vosotros sentimientos… contradictorios. Soy el vampiro que puebla los sueños: ostentosa mansión y un rebaño de humanos a mi disposición. Pero también he sido, he tenido que ser, el vampiro de las pesadillas, el que se desliza en las sombras de las noches más oscuras y rastrea una presa, le da caza hasta hacerla caer bajo el yugo de mis colmillos. He sido el alma errante de un vampiro solitario, sin origen ni destino. ¿Cuánto hace ya de aquello? ¿Cuánto desde que dejé de cazar a mis presas, dejando que ellas vinieran a mí? Fue después de perderlo todo, perder mi hogar, a mi familia, a mi sire… Cuando los cazadores vinieron y me lo arrebataron. Y nos llaman a nosotros bestias. No entienden, no quieren ver, que los vampiros también lloran, sienten, aman y sufren. Quedé desamparado y solo… pero capaz de sobrevivir. Lo hice. Como un nómada, como un vagabundo, como un animal viajé, cacé y sobreviví, viendo cómo pasaba el tiempo y las prósperas granjas se convertían en humeantes industrias. Evolución, decían los humanos, riqueza y poder. Me pregunto dónde queda la belleza. También me lo preguntaba entonces, antes de que todo cambiara otra vez, deslizándome por las calles menos transitadas, con la cabeza agachada y el largo cabello ensombreciendo mi rostro, mis rojos e inusuales ojos, buscando una nueva presa que me alimentara. Y en aquellos callejones no era difícil de conseguir.
La vida de un vampiro no es tan sencilla. Algunos creen que somos como exóticos reyes, sentados en nuestros inalcanzables tronos con harenes de humanos a nuestra sangrienta disposición. Estos vampiros casi divinos son sensuales, poderosos y a la vez escalofriantes. Para otros somos bestias sedientas de sangre, animales que únicamente anhelan más caza, más sangre, más muerte y dolor. Estas criaturas son terribles, aterradoras, llenan de pesadillas los sueños de los niños y son el temor de los más crédulos. Nos temen, nos odian, nos desean. Las pasiones humanas son muchas, y nosotros las despertamos todas. Vivir entre vosotros es complicado. Si nos veis, nos teméis, si no nos veis, deseáis vernos. No hay más que observar vuestra literatura, tan llena de mitos que pasan del mal encarnado a la más ansiada pasión. Ángeles, vampiros, demonios y fantasmas, todo lo que a veces teméis, a veces también lo amáis. Yo soy también uno de esos iconos que despierta en vosotros sentimientos… contradictorios. Soy el vampiro que puebla los sueños: ostentosa mansión y un rebaño de humanos a mi disposición. Pero también he sido, he tenido que ser, el vampiro de las pesadillas, el que se desliza en las sombras de las noches más oscuras y rastrea una presa, le da caza hasta hacerla caer bajo el yugo de mis colmillos. He sido el alma errante de un vampiro solitario, sin origen ni destino. ¿Cuánto hace ya de aquello? ¿Cuánto desde que dejé de cazar a mis presas, dejando que ellas vinieran a mí? Fue después de perderlo todo, perder mi hogar, a mi familia, a mi sire… Cuando los cazadores vinieron y me lo arrebataron. Y nos llaman a nosotros bestias. No entienden, no quieren ver, que los vampiros también lloran, sienten, aman y sufren. Quedé desamparado y solo… pero capaz de sobrevivir. Lo hice. Como un nómada, como un vagabundo, como un animal viajé, cacé y sobreviví, viendo cómo pasaba el tiempo y las prósperas granjas se convertían en humeantes industrias. Evolución, decían los humanos, riqueza y poder. Me pregunto dónde queda la belleza. También me lo preguntaba entonces, antes de que todo cambiara otra vez, deslizándome por las calles menos transitadas, con la cabeza agachada y el largo cabello ensombreciendo mi rostro, mis rojos e inusuales ojos, buscando una nueva presa que me alimentara. Y en aquellos callejones no era difícil de conseguir.