Hace un tiempo les escribí sobre mi vecino, un tipo que parecía ser perfecto: amable, guapo, inteligente, buen conversador… pero el sexo era péeeeeesimo, solo se preocupaba de su disfrute sin importar si yo tenía un orgasmo, gozaba o, al menos, sentía algo (si no lo recuerdan lean acá). Hace más de un mes que no lo veía, no quería volver a acostarme con él y a esas alturas, la amistad sin sexo ya no funcionaba. Pero como tengo el alma de la Madre Teresa de Calcuta le di una oportunidad más de mejorar en la performanceromántica… mentira! Soy una caliente y no pude decirle que no. ¿Saben cuál fue el resultado? Sigan leyendo.
Esa noche hablábamos por face, él iba a viajar a una playa del norte donde yo he pasado varias temporadas, por lo que yo lo nutría con datos interesantes. Era tanta la información que me propuso ir a su casa para que así pudiéramos conversar de aquello, sin pensarlo partí. Al llegar a su edificio lo vi sentado en el suelo del lobby, levantó la vista y se dirigió hacia mí. Lo abracé como los buenos amigos en que nos hemos convertido (a pesar de los percances camísticos), pero él alejó su rostro, me miró a los ojos con una intensidad que no había visto antes en él y, simplemente, me besó.
Sin separar nuestros labios me condujo de espaldas hasta el ascensor, fueron los cuatro pisos más fogosos que he subido. Salimos de ahí sin despegarnos aún y nos dirigimos a tientas hasta su puerta. Entramos y mi cartera cayó al piso al igual que mi blusa. Me presionó de frente contra la fría pared que contrastaba con los 34°c de aquel caluroso día de verano. Sostuvo mis manos contra aquel muro y comenzó a besar mi cuello y mi espalda tropezando con mi cabello, se pegaba a mi piel por el sudor provocado más por la excitación que por el calor. Llegó hasta mi coxis y bajó mis pantalones, siguió besando mi cuerpo sin dejar un centímetro de epidermis sin ser saboreado por sus labios.
Me giró y me apretó contra su cuerpo ya desnudo. Con una fuerza que no lo conocía me tomó en brazos y mis piernas rodearon su cintura. Me penetró suavemente mientras nos llevaba hacia el sillón, allí dejó que yo tomase el control. Comencé a apresurar el ritmo para llegar a la velocidad en que él solía actuar, pero me detuvo. “Suave” (me dirigió) “más lento, disfrutemos”. Le hice caso: lento y suave, pero intenso mientras, sus manos nunca soltaron mis caderas. Sintió mi cuerpo, escuchó mis gemidos, leyó mi rostro “¿ahora?” preguntó, solo asentí con la cabeza y sincronizamos un dulce orgasmo.
Desde ese día no hemos vuelto a vernos, tampoco a hablar. Yo solo imagino ese día y vienen mis ganas de volver a verlo. ¿Qué pasó? ¿Por qué cambió? No le dije nada, no critiqué su actuar y, de un momento a otro, se convirtió en el amante que deseaba ¿seguirá mejorando de aquí en adelante? ¿Habrá sido esa noche solo una excepción y volveremos al desastre absoluto? Quizás sólo necesitaba un poco de tiempo, práctica y entrar en confianza. Quizás necesitaba aprender a leer mi cuerpo y mis gestos… o quizás me leyó, literalmente, en este blog.