Si no fuese por este detalle sería un vecino de lo más habitual. Ese misterioso al que se le cae el bote de las canicas cada noche. Me inquieta el enigma pero yo con los tacones a deshora no puedo vivir. No puedo dormir bajo una mansión de veinticinco metros de largo que un taconeo decide recorrer hacia un lado y hacia el otro, repitiendo movimientos e improvisando sonidos diariamente durante su eterna e incomprensible jornada a medianoche.
Me encantaría decirte tantas cosas. Se me ocurren a borbotones. Un instante puede durar todo el tiempo que dediques a imaginarlo. Yo no lo imagino, lo oigo, no consigo parar de escucharlo.