Uno de los primeros objetos manufacturados por la especie humana de los que se tienen fe es la de un aplicador de venenos, conserva aún, a pesar de sus casi 25.000 años de antigüedad, restos tóxicos de semillas de ricino utilizados para la caza por los bosquimanos, una tribu del África meridional. De hecho, la palabra tóxico proviene del griego “toxon”, nombre del arco con el que se disparan las fechas envenenadas.
La impunidad que ofrecía el veneno
Se cree que probablemente fueron los australopitecos los primeros en tener contacto con el veneno al ingerir accidentalmente bayas, hongos o insectos que ya albergaban toxinas hace cuatro millones de años. Aunque los neandertales ya ponían veneno en sus flechas para cazar, el conocimiento de la ponzoña tuvo su momento estelar en el antiguo Egipto. Los médicos egipcios trataban las dolencias con plantas y fármacos de origen animal, acompañados de oraciones a los dioses. La mandrágora, el beleño y la hiedra fueron otras plantas de uso frecuente, y pronto se supo que su efecto podía ser mortal en función de la dosis suministrada.
Los sacerdotes que participaban en el proceso de momificación distribuían venenos y narcóticos en los alimentos, bebidas y ajuar funerario. Untaban paredes y pasillos con sustancias tóxicas. Incluso encendían antorchas empapadas en cianuro para envenenar el aire justo antes de sellar las tumbas. De esta manera, si alguien las volvía a abrir moría en el acto. Pero sin duda los que mejor manejaban el veneno eran los romanos. Militares, políticos, emperadores, esclavos… Incluso los amantes despechados quitaban de en medio a sus parejas a golpe de veneno.
Tras la caída del Imperio Romano, la Edad Media supuso un retroceso en las artes médicas. El papel de la religión cobraba fuerza, al tiempo que resurgían las supersticiones. Los sacerdotes paganos utilizaban drogas para alterar la conciencia y comunicarse con los dioses y la naturaleza. La Iglesia católica no podía permitir la competencia de credos, por lo que intentó exterminar a estas figuras acusándolas de brujería. Ya en la Edad Moderna, la propia Iglesia engendró una saga de papas que utilizaron el veneno como herramienta habitual para llegar al poder.
A lo largo de todo este tiempo, determinar si una muerte había sido natural o por envenenamiento resultaba extremadamente difícil. Con la revolución del estudio forense, el número de víctimas descendió pero no se erradicó. Precisamente fue esa imposibilidad de detectar la presencia de veneno en un cadáver lo hizo que, hasta el bien entrado el siglo XIX, el crimen quedase impune. Hasta entonces al veneno todavía se le llamaba “el arma del cobarde”, las víctimas ignoraban que estaban siendo asesinadas sin posibilidad de defenderse. Muertes que van desde el oscuro y precipitado final de vidas frágiles como la del joven Británico (hijo del emperador Claudio), la del infante José Fernando de Baviera, o tan intensas como las del célebre compositor austríaco Mozart o el gran Napoleón, hasta otras más polémicas como la del célebre Rasputín . Tras todas ellas se levantaron las sospechas más escalofriantes de asesinato por envenenamiento.
En busca del veneno perfecto
Palabras como mercurio, arsénico, sulfato de cobre, piedra imán.. empezaron a ser comunes desde los primeros tiempos; así como los antídotos que todos se afanaban en buscar, sobre todo los altos mandatarios que siempre temían por su vida debido a las luchas internas por el poder, algo muy común en la antigüedad. Ya se escribían tratados sobre antídotos que estuvieron vigentes muchos siglos.
Hay algunos casos curiosos en los que los reyes de turno, al verse invadidos y derrotados por sus enemigos, decidían suicidarse con veneno, no con mucho éxito, con lo cual tenían que pedirle al soldado de turno que lo apuñalara hasta su muerte… En el siglo VIII, el envenenamiento dio un paso hacia adelante cuando un químico árabe transformó con éxito el arsénico en un polvo inodoro e insípido que escapaba a la detección del que lo tomaba, proporcionando así a los envenenadores otra arma mortal y muy eficaz. En la Edad Media, los venenos se podían conseguir en las Boticas de la época y eran comercializados y estaban disponibles para el público en general. Los monjes, que atesoraban el conocimiento también escribían tratados sobre los venenos, aunque la mayoría de estos textos no estaban disponibles para el pueblo, que tenía su propio pero dudoso conocimiento de los venenos, así como también métodos extraños de tratar el envenenamiento, que incluían remedios con supuestas propiedades mágicas y el uso de encantos y hechizos para evitar la muerte. Cuando se llegó Renacimiento, la popularidad de veneno como método de eliminación de personas ya se había puesto de moda. El ejemplo más famoso de esta época es el de la familia Borgia, cuyo nombre se convirtió en sinónimo de terror. Han pasado a la historia como una familia cruel y deseosa de poder. La más conocida de esta familia fue Lucrecia Borgia, la familia de Lucrecia representó como ninguna las políticas del maquiavelismo y la corrupción sexual comúnmente asociadas a los papados renacentistas. Poco se conoce sobre Lucrecia para tener la certeza sobre la veracidad de las historias que le atribuyen una participación activa en los crímenes de su padre y de su hermano. Su padre o su hermano con seguridad le concertaron una serie de casamientos con hombres poderosos de la época, siempre con las ambiciones políticas de la familia en mente, que una vez conseguidas, se remataban con el asesinato del enamorado.Fuentes: PaseandoporlaHistoria // ArqueHistoria // Hdnh //
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